Opinión

¿SIDERPERÚ, chatarra de Sudamérica?

Por: Walter Miguel Quito Revello

Chimbote alguna vez rugió con el acero. No era solo olor a pescado ni humo de chimeneas de harina: también estaba el sonido metálico de la transformación, del hierro al acero, del trabajo al pan. SIDERPERÚ fue sinónimo de modernidad, industria y orgullo. Hoy, en cambio, lo que queda es un mausoleo oxidado disfrazado de “almacén industrial”. El Perú, país sin proyecto, parece haber decidido su rol en Sudamérica: ser la chatarrera del barrio.

Porque aquí no se planifica nada. Se vende, se remata, se entrega. La historia de SIDERPERÚ es la radiografía perfecta de cómo el Estado peruano entiende la “gestión”: primero, la empresa estatal que generaba empleo, industria y encadenamientos productivos se privatiza con la promesa de la modernización. Después, los nuevos dueños la convierten en una bodega de acero importado, que llega en barco, listo para revender. Y la “transformación” queda para países con visión; nosotros, felices importadores.

En Chimbote, donde miles de familias vivieron gracias a la siderurgia, el cambio se siente en la piel. Antes, se trabajaba con piedra chancada, carbón, hornos que daban empleo no solo a obreros directos, sino también a mineros, transportistas, proveedores. Había movimiento. Hoy, la ciudad ve cómo se cierran puertas y se levantan portones de almacenes: menos producción, menos empleo, menos dignidad.

Pero lo peor no es la decisión empresarial al final, los privados buscan ganancias, lo peor es la indolencia del Estado y de sus representantes. Porque mientras Chimbote pierde su columna vertebral, ¿qué dicen nuestros congresistas por Áncash? ¿Qué hace el gobernador regional, el célebre Koki Noriega? Nada, absolutamente nada. Se entretienen en fotos, viajes, discursos vacíos y en promesas que se las lleva la brisa marina.

La venta de SIDERPERÚ fue un despojo sin planificación. El Estado se lavó las manos: vendió, cobró, y ahí acabó todo. No hubo un plan nacional para fortalecer la siderurgia, ni un proyecto de desarrollo industrial. Se abandonó la posibilidad de convertir al Perú en un productor de acero primario, con impacto directo en minería, construcción y empleo.

Mientras tanto, países vecinos entendieron que la industria es poder. Brasil, por ejemplo, consolidó su siderurgia y exporta acero. Nosotros importamos hasta clavos y planchas, felices compradores de lo que otros producen. Y claro, seguimos sacando mineral en bruto, como en tiempos coloniales, para que en otro lado lo transformen

y nos lo revendan al triple. Un modelo brillante: extractores, no transformadores. Exportadores de roca, importadores de acero.

Chimbote, que en los años 70 fue llamada la “Capital del Acero”, hoy carga el peso de la ironía. Los hornos apagados, las chimeneas mudas, los obreros desplazados. Lo que antes era símbolo de desarrollo, ahora es depósito de acero extranjero. Ni siquiera chatarra reciclada producimos con orgullo: la importamos. Y a eso lo llaman “globalización”.

Los congresistas por Áncash brillan por su ausencia. Cuando se trata de posar en inauguraciones, ahí están. Pero cuando se habla de defender la siderurgia, plantear políticas públicas, exigir al Ejecutivo una estrategia nacional, prefieren el silencio. Total, más fácil es repartir canastas o cortar cintas que enfrentar a los poderes económicos.

Y del gobernador regional, mejor ni hablar. Noriega, que se supone debería liderar la defensa de la economía regional, parece más preocupado en sobrevivir políticamente que en pensar un proyecto de industrialización para Áncash. Se conforma con gestionar migajas de presupuesto, sin la menor intención de levantar la voz en defensa de una industria que alguna vez dio identidad a la región.

¿Chatarra de Sudamérica? Sí, esa es la pregunta que arde. Porque mientras el Perú siga actuando sin planificación, sin proyecto, sin visión, nuestro destino será claro: ser la chatarra de Sudamérica. Vender lo que sacamos del suelo a precio de ganga y comprar lo que otros transforman. Un círculo vicioso donde perdemos empleo, tecnología y futuro.

Y lo más triste: lo hacemos con una sonrisa servil. Celebramos TLCs, importaciones, barcos llenos de acero extranjero, mientras nuestras plantas se apagan. Nos convencemos de que “es más barato traerlo de afuera” y nos olvidamos de que lo barato sale caro cuando lo que se pierde es la capacidad productiva de un país entero.

Chimbote no solo perdió a SIDERPERÚ: perdió la posibilidad de proyectarse como polo industrial. Perdió empleos, perdió autoestima, perdió norte. Y lo perdió con la complicidad de gobernantes y representantes que prefieren callar antes que incomodar a los grandes intereses.

El Perú, sin proyecto, se contenta con ser almacén. Y mientras tanto, los chimbotanos miran los hornos apagados como quien mira un cementerio. El acero, símbolo de fuerza y progreso, hoy es símbolo de abandono. ¿La capital del acero? Ya no. Ahora somos la capital de la chatarra. Y lo peor es que ni siquiera nos indigna lo suficiente.