Opinión

El temor a Walter Soto

Por: Ítalo Jiménez Yarlequé

En política, el ruido nunca es gratuito: siempre anuncia que alguien está haciendo bien las cosas. Hoy, en Nuevo Chimbote, el estruendo es ensordecedor porque Walter Soto está golpeando donde más duele: en la vieja costumbre de hacer de la municipalidad una feria de favores. Las “denuncias” que brotan como hongos no son heroicos actos de fiscalización, sino fuegos artificiales lanzados por operadores alquilados y políticos de manual que se esconden en la penumbra porque saben que en las urnas no tendrían cómo sostenerse. Les irrita que haya un alcalde que gobierna sin pedirles permiso, que no reparta la torta como ellos quisieran y que haya puesto a Nuevo Chimbote en el mapa de las buenas gestiones.

Las llamadas “denuncias” que se esparcen como confeti en redes no son fiscalización: son propaganda barata. Son la estrategia del miedo, el manual gastado de los que saben que no podrán ganarle en las urnas a quien se ha dedicado a trabajar en lugar de posar. Walter Soto molesta porque no pide permiso para hacer gestión, porque no se somete al club de los intocables ni al coro de los que creen que el municipio es su caja chica. Y eso duele.

Lo que resulta repugnante es el salto de lo político a lo personal. Cuando se ataca a su esposa, se cruza una línea que revela la bajeza de los adversarios. Ella es una mujer profesional, exitosa, con méritos propios y, para desgracia de los que quieren repartirse el distrito como botín, con innegable proyección política. Les aterra que, si así lo quisiera, pueda convertirse en la voz que continúe un proyecto de cambio. Por eso la insultan, por eso la difaman: porque les recuerda que hay otra forma de hacer política, y no la de ellos.

Que no se engañe nadie: no se trata de moralismo ni de amor por la verdad. Se trata de miedo. Miedo a perder privilegios, miedo a que la obra pública deje de ser negocio, miedo a que la gente descubra que el progreso no necesita padrinos. El ruido es prueba de que algo se está moviendo.

Lo paradójico es que estos ataques, en lugar de debilitar, terminan fortaleciendo. Cada difamación es una medalla. Cada publicación escandalosa es un trofeo. Porque si algo queda claro es que cuando el poder real se siente amenazado, recurre al fango. Y cuando el fango vuela, es porque alguien está construyendo algo sólido.

Los vecinos de Nuevo Chimbote no son ingenuos. Saben distinguir entre crítica legítima y demolición sistemática. Saben quién trabaja y quién solo grita. Por eso, lejos de frenar el avance, estas maniobras terminan confirmando que el distrito está en buenas manos.

A los que conspiran en la sombra les queda un consuelo: el de seguir hablando entre ellos, convencidos de que sus denuncias inventadas cambian realidades. Mientras tanto, las calles se pavimentan, los parques se recuperan, los programas sociales llegan a más familias y la ciudad sigue avanzando. Ese es el peor castigo para ellos: que la gestión siga demostrando que la política puede ser decente.

La pregunta es simple: ¿de qué lado queremos estar? ¿Del lado de los que atacan familias para proteger privilegios o del lado de quienes trabajan para que el distrito sea un mejor lugar para vivir? Yo ya elegí. Y como muchos vecinos, no pienso dejar que el ruido de los que tienen miedo nos haga retroceder.