Por: Fernando Zambrano Ortiz
Analista Político
La década de los años sesenta estuvo marcada por una tensión mundial sin precedentes. El planeta entero vivía bajo la sombra de la Guerra Fría, un enfrentamiento silencioso entre dos superpotencias: Estados Unidos y la Unión Soviética. Las armas nucleares ya existían y el temor de que un conflicto global terminara en destrucción total estaba siempre latente.
Fue en ese escenario de incertidumbre, en enero de 1961, cuando John F. Kennedy asumió la presidencia de los Estados Unidos. En su discurso inaugural pronunció una frase que atravesó fronteras y generaciones: “No preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”.
Lo que parecía una invitación al patriotismo en un momento de crisis se convirtió en un principio universal. Aquellas palabras nos recuerdan que una nación no se construye únicamente desde el poder ni desde lo que recibimos como ciudadanos, sino desde lo que cada uno de nosotros está dispuesto a aportar.
Más de sesenta años después, esa reflexión sigue siendo urgente para el Perú. Vivimos en un país cargado de contradicciones: riqueza cultural y natural inmensa, pero atravesado por la desigualdad; un pueblo lleno de talento y creatividad, pero a menudo atrapado en la desconfianza hacia sus autoridades y en la frustración por la falta de oportunidades.
La pregunta, entonces, se vuelve inevitable: ¿vamos a esperar eternamente a que los políticos solucionen todo o vamos a empezar a cambiar el país desde nuestras propias acciones cotidianas?
El cambio no empieza arriba, empieza aquí. Comienza en la forma en que trabajamos, en la honestidad con la que cumplimos nuestras responsabilidades, en el respeto que mostramos al vecino, en la voluntad de cuidar nuestros espacios públicos como si fueran parte de nuestra propia casa. Empieza en la decisión de estudiar con ganas, de no rendirse ante la adversidad, de apoyar a quienes nos rodean en vez de ignorarlos.
Un país no se sostiene solo con leyes, decretos o promesas electorales; se sostiene con ciudadanos que deciden poner el hombro. Y aquí está lo más poderoso: cada gesto cuenta. No hace falta una revolución para cambiar la historia, basta con multiplicar millones de actos de responsabilidad, solidaridad y compromiso.
El Perú no necesita que todos pensemos igual, pero sí que todos nos sintamos parte de un mismo proyecto común. Porque construir nación no es tarea exclusiva de un gobierno de turno, sino de todos los que habitamos este suelo.
Hoy, la pregunta de Kennedy sigue viva y nos interpela con fuerza: ¿qué estás dispuesto a hacer tú por el Perú? Tal vez la respuesta sea sencilla ser más honesto, más justo, más solidario pero su impacto puede ser inmenso.
La grandeza de un país no se mide solo en su historia ni en sus recursos, sino en la capacidad de su gente de mirar más allá de sí misma y aportar al bien común. El futuro del Perú está en nuestras manos. Y la decisión de actuar empieza ahora, en cada uno de nosotros.