Por: Walter Miguel Quito
En Chimbote, cruzar la avenida José Pardo se ha convertido en un acto de fe. Aquí no basta mirar a ambos lados: hay que encomendarse a todos los santos y, de paso, correr como si la vida dependiera de ello… porque literalmente depende de ello. Los semáforos están malogrados, la Municipalidad Provincial del Santa lo sabe, la Contraloría lo confirmó, y sin embargo nadie hace nada.
En abril de 2024, la Contraloría General de la República publicó un informe que dejó en ridículo a las autoridades locales: De 140 semáforos de la avenida Pardo y alrededores, apenas 42 funcionan correctamente (30 %); 76 están a medias (54 %);Y 22 no sirven para nada (16 %).
El diagnóstico es claro: temporizadores rotos, luces débiles, postes oxidados. Y lo peor: una municipalidad indiferente que actúa como si regular el tránsito fuera un lujo, no una obligación.
Los números son igual de graves. Hasta septiembre se habían reportado 162 accidentes de tránsito en Chimbote, de los cuales 25 ocurrieron en la avenida Pardo. En la provincia del Santa, 63 personas han perdido la vida en lo que va del año.
¿Casualidad? Para nada. Cuando un semáforo no funciona, el caos se convierte en norma. Los choferes avanzan como les da la gana, los peatones corren despavoridos, y los accidentes se vuelven inevitables.
Los vecinos de Miraflores Alto llevan años exigiendo semáforos y mantenimiento. En la intersección Pardo-Aviación, el equipo lleva semanas malogrado. El resultado: choques violentos y broncas entre choferes. Los vecinos protestan, los medios lo reportan… y la municipalidad responde con un silencio cómplice.
No se trata de un pedido caprichoso. Se trata de la diferencia entre cruzar la pista y volver a casa, o terminar en una camilla de emergencia.
El sarcasmo es inevitable. En Chimbote, parece que arreglar un semáforo es más difícil que organizar un pasacalle. La municipalidad siempre encuentra recursos para pintar sardinelitos, colocar gigantografías con la cara del alcalde y contratar orquestas en fiestas patronales. Pero cuando se trata de reparar un semáforo, mágicamente “no hay presupuesto”.
Quizá pronto nos digan que los semáforos se malograron por culpa del cambio climático, o que se apagaron porque están en huelga. Lo cierto es que cada día sin reparación es una invitación al desastre.
La parte más indignante es la naturalización de la tragedia. Cada muerto en Pardo se convierte en una estadística más, un número frío en un informe policial. La municipalidad trata la seguridad vial como un tema menor, cuando es un derecho básico.
En el fondo, el mensaje es cruel: la vida de un peatón no entra en el presupuesto.
Lo más grave no son los semáforos apagados, sino las autoridades calladas. No hay un plan de reparación, no hay plazos, no hay explicaciones. Solo anuncios vagos, promesas sin fecha y silencio administrativo.
El alcalde se luce en cada ceremonia con banda y micrófono, pero cuando se trata de hablar de seguridad vial, se queda sin voz. Y esa omisión mata.
La avenida Pardo no puede seguir siendo una ruleta rusa. La Contraloría ya diagnosticó el problema. Los vecinos ya denunciaron. Los medios ya reportaron. ¿Qué falta? ¿Más muertos? ¿Más accidentes?
La seguridad vial no es un lujo ni un favor. Es una obligación que la Municipalidad del Santa incumple todos los días.
La pregunta es inevitable: ¿cuántas vidas más debe cobrar la avenida Pardo para que un semáforo vuelva a encenderse? Cada día que pasa, la indolencia municipal se convierte en complicidad. Y en Chimbote, cruzar la pista seguirá siendo una ruleta rusa, hasta que las autoridades dejen de mirar para otro lado.