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Legado de Miguel Grau sigue vigente después de 146 años de su gesta heroica

Nuestro gran almirante es ejemplo de disciplina, coherencia y servicio

Cada 8 de octubre el Perú conmemora la creación de su Marina de Guerra y, junto con ella, recuerda a la figura más representativa de nuestra historia naval: el Gran Almirante Miguel Grau. Más allá de las ceremonias y discursos, se trata de una ocasión para reflexionar sobre la vida de un hombre que unió profesionalismo, honestidad y compromiso con la patria en un tiempo de grandes desafíos.

Miguel Grau nació en Piura en 1834, pero adquirió su vocación marítima en Paita, puerto que lo acercó desde temprano al mar. Durante su juventud navegó por distintos continentes como parte de la marina mercante, conociendo realidades muy distintas a la peruana. Esa experiencia náutica le permitió adquirir disciplina, resistencia y una visión amplia del mundo. Fueron años marcados por la distancia de su familia y la dureza de la vida en alta mar, pero también años que forjaron su carácter.

Ingresó a la Marina de Guerra del Perú y participó en la guerra contra España en 1866 y en el combate naval de Abtao, a bordo de la corbeta Unión. Poco después fue parte de la decisión institucional de no plegarse al intento de golpe de Estado de los hermanos Gutiérrez.

Su prestigio lo llevó a ser elegido representante por Paita en el Congreso. No fue un político de carrera, pero en el tiempo que ocupó su curul dejó la impresión de un hombre sobrio y conciliador. De hecho, se le recuerda y reconoce por ser motivo de consenso en medio de las diferencias políticas.

El capítulo decisivo de su vida llegó con la Guerra del Pacífico. Como comandante del monitor Huáscar, Miguel Grau protagonizó una serie de acciones que retrasaron el avance chileno. Más allá de sus méritos tácticos, se destacó por un comportamiento humano y caballeroso. La ayuda a los náufragos enemigos y la carta dirigida a la viuda de su adversario Arturo Prat se convirtieron en símbolos de un estilo de conducción militar que combinaba firmeza con respeto.

El 8 de octubre de 1879, en el combate naval de Angamos, Miguel Grau encontró la muerte. Su caída no significó la pérdida de un comandante, sino la aparición de un faro que ilumina con su ejemplo los valores más altos de la institución naval.

Su trayectoria vital es recordada no como un modelo inalcanzable, sino como una muestra de que la grandeza se construye con disciplina, coherencia y servicio.

Hoy, Miguel Grau sigue presente en monumentos, calles, escuelas y en la memoria colectiva. Su vida muestra que la Marina de Guerra del Perú es una fuerza naval que se sostiene sobre valores que ha sabido sostener la continuidad institucional del país. En este mes de octubre, recordar a Miguel Grau es reconocer que su legado sigue siendo actual y necesario.

Cita entre el infortunio y la gloria

Durante las honras fúnebres del Almirante Miguel Grau, en 1879, monseñor José Antonio Roca y Boloña pronunció el siguiente sermón: “El infortunio y la gloria se dieron una cita misteriosa en las soledades del mar, sobre el puente de la histórica nave, que ostentaba, orgullosa, nuestro inmaculado pabellón, tantas veces resplandeciente en el combate. El Infortunio batió sus negras alas, y bajo de ellas, irguióse la muerte, para segar en flor preciosas vida, y esperanza risueña de la patria. Empero, cuando aquella consumaba su obra de ruina, apareció la gloria, bañando con su purísima luz el teatro de este drama sangriento; y a su lado se alzó la Inmortalidad para ceñir, presurosa, con inmarcesibles coronas, las altas frentes que no se doblegaron ante el peligro y mantuvieron siempre frescos los laureles, con que las ornara la victoria”.