Editorial

Que el país no siga tropezando con la misma piedra

El Congreso de la República ha designado a José Jerí como presidente de la República, en medio de un clima político crispado y de una sociedad agotada por la inestabilidad. Apenas asumió el cargo, desde los rincones más diversos del país se alzaron voces que lo descalifican con frases que ya se han vuelto comunes: “no me representa”, “es un violador”, “es parte de la repartija”. Incluso algunos parlamentarios a los que se puede denominar moderados o equilibrados se sumaron al coro, señalando que “no debería estar allí” y recordando la forma en que llegó al Congreso, como accesitario de un legislador inhabilitado(Vizcarra).

Pero más allá de las simpatías o antipatías personales hacia Jerí, lo preocupante es la reacción social y política que una vez más pone en evidencia la profunda división del país. No hay espacio para la reflexión ni para el consenso. Todo lo que ocurre se interpreta como una maniobra o una traición. Hemos llegado a un punto en que nadie confía en nadie, y esa desconfianza permanente impide que el país se encamine hacia una mínima estabilidad institucional.

Es verdad que el nuevo presidente llega a un cargo que ya parece un campo minado. La sucesión presidencial en el Perú se ha convertido en un espectáculo de crisis tras crisis. Desde 2016 hasta hoy, hemos tenido seis presidentes en menos de diez años, sin contar a José Jerí, quien asumió en la madrugada del 10 de octubre. La democracia peruana se ha convertido en un terreno frágil, donde la representación se vuelve efímera.

En este contexto, lo urgente no es seguir cuestionando al que llega, sino preguntarnos como sociedad qué estamos haciendo mal para repetir el mismo ciclo una y otra vez. Hemos confundido la crítica legítima con la demolición sistemática de toda autoridad. Nos hemos habituado a vivir en crisis, a exigir renuncias inmediatas, a buscar culpables sin mirar nuestras propias responsabilidades como electores.

El reto hoy no es defender a Jerí, ni tampoco atacarlo. El verdadero desafío es garantizar que el país llegue a julio de 2026, después  de las próximas elecciones generales, sin otro quiebre institucional. El Perú no soporta una nueva ruptura. Es imprescindible que las elecciones sean transparentes, que los organismos electorales actúen con independencia y que los ciudadanos votemos de manera consciente, informada y responsable.

Cada elección es una oportunidad para corregir el rumbo, pero si seguimos votando por castigo, por desinterés o por engaños populistas, volveremos a tropezar con la misma piedra. No basta con exigir honestidad a los gobernantes; debemos también ejercer una ciudadanía madura.

El país necesita serenidad, respeto institucional y sentido de futuro. José Jerí será, probablemente, una figura transitoria en la historia republicana, pero lo que está en juego es mucho más grande: la posibilidad de demostrar que el Perú puede terminar un mandato presidencial sin crisis y, sobre todo, que puede reconciliarse consigo mismo.