Opinión

Y fue vacada… pero el régimen sigue vivo

Por: Walter Miguel Quito Revello

Lo dijimos antes y el tiempo nos dio la razón. En octubre del 2024, en este mismo diario, escribimos un artículo titulado “¿Será vacada?”, donde advertimos: “El régimen de Boluarte no caerá por principios, sino por cálculo político. Cuando el costo de mantenerla supere la utilidad de sostenerla, los mismos que la amparan serán quienes la empujen al abismo.” (Diario de Chimbote, 28 de octubre de 2024)

Un año después, esa frase se cumple con una exactitud escalofriante. Vacaron a Dina Boluarte no por redención democrática, sino por pura conveniencia. El Congreso ese salón de espejos donde se negocia y se blanquea la corrupción le quitó el oxígeno a su “hija putativa” cuando su permanencia se volvió insultantemente inconveniente para los que realmente mandan. La decisión del Legislativo, rápida, calculada y clínica, no es un triunfo del pueblo: es un ajuste interno para que la maquinaria siga funcionando.

La vacancia se consumó en medio de un país asediado por la criminalidad y la protesta. No fue una “caída” ética, sino una operación de contención: sacrifican una cabeza para salvar el cuerpo podrido. Y acto seguido, juró el presidente del Congreso, José Jerí, como presidente interino el hombre que, por mandato constitucional, ocupa la silla pero ojo: no como solución, sino como puente para que el verdadero poder siga su reparto.

Perú suma así su octavo presidente en apenas diez años, una estadística que ya no indigna, sino que fatiga. La silla presidencial se ha vuelto un asiento eléctrico: nadie se salva del cortocircuito. Y lo más grotesco es que al nuevo inquilino del poder lo anteceden acusaciones personales de violación sexual, un hecho que el Congreso ha preferido silenciar bajo el manto del “debido proceso”, ese mismo que niegan a los ciudadanos de a pie cuando les conviene.

José Jerí no aterriza como solución milagrosa: llega como un titiritero atado por los hilos de quienes controlan las comisiones, los contratos y las plazas burocráticas. Asumió en la madrugada para garantizar “estabilidad”, pero la estabilidad que busca el Congreso es la del reparto interno: preservar escaños, cobrar peajes y ordenar las listas para la próxima jugada electoral. Esa es la realidad cruda detrás del juramento.

No nos engañemos: la vacancia ofrece la apariencia de un correctivo, pero el sistema que parió la crisis sigue intacto. Los congresistas que “entregaron” a Boluarte no lo hicieron por heroicidad; lo hicieron porque las movilizaciones les quemaron la casa. Prefirieron dar la cabeza por la que pagaban menos costo político y así quedarse con las ganancias del poder hasta las elecciones. En otras palabras: cambio de rostro, no de régimen.

En Áncash, como en otras regiones, los congresistas que actúan más como figurines que como representantes los que posan en fotos, celebran inauguraciones mediocres y no resuelven problemas estructurales como Chinecas, el puerto de Chimbote o la seguridad ciudadana siguen en sus curules. No fue la protesta la que los sacó; fue la oportunidad política de salvarse a sí mismos dejando caer a la presidenta. Es la vieja lección: si la barca se hunde, salvamos los cofres, no a los pasajeros.

La lógica es elemental: en el año electoral, los congresistas no se quieren quemar. Vacan a la presidenta, colocan al presidente del Congreso como interino un puente y así coordinan las listas y los tratados bajo la sombra. ¿Resultado? Elecciones con los mismos hilos manejando desde atrás. El títere oficial cumple su papel: mantener el orden hasta que la repartija esté consumada y las promesas a los patrocinadores pagadas. Esto no es conspiración; es la explicación más parsimoniosa de lo que ha pasado.

No bastó con vacar a una sola persona. Si no se ataca la red que une congresistas, partidos, medios y empresas, la próxima figura que ocupe el palacio será otra máscara del mismo teatro. La tarea es monumental: exigir transparencia, auditar las cuentas públicas, desmantelar las redes de contratación clientelar y, sobre todo, forjar una correlación de fuerzas en la que la sustitución de rostros sea el menor de los dramas.

El drama actual y la lección para los que creen en la política como un asunto de gestos es simple: la vacancia fue una operación de limpieza cosmética. Lo que se fue a la calle no fue la práctica del poder; fue la pieza que estaba más quemada.

El régimen sigue vivo, con nuevo nombre en la cartilla, las mismas manos en la caja y el pueblo otra vez mirando desde la ventana.