Por : Fernando Zambrano Ortiz
Analista Político
El día jueves, desde la ciudad de Trujillo, Keiko Fujimori anunció oficialmente su candidatura presidencial para las elecciones generales de 2026, marcando así el inicio de una nueva etapa política para el país y para el fujimorismo. Su discurso, sereno pero firme, evocó el pasado con la claridad de quien sabe que representa una historia que todavía divide, pero que también moviliza.
Keiko Fujimori habló sin rodeos: ofreció continuar con el legado de su padre, el expresidente Alberto Fujimori, reivindicando el modelo de gobierno que —con aciertos y errores— devolvió al Perú la paz interna y la estabilidad económica en una de las horas más oscuras de su historia. En su mensaje se percibió una voluntad de continuidad, no como copia del pasado, sino como reafirmación de un rumbo que privilegie el orden, la disciplina y el crecimiento con seguridad.
Su frase más potente lo resumió todo: “Vuelve Fujimori, vuelve el orden.” Con ella, la candidata apeló a un sentimiento profundo del electorado: la nostalgia por un Estado que impuso autoridad, enfrentó el caos y logró resultados tangibles.
El discurso no fue un simple acto de lanzamiento. Fue, más bien, una declaración política: el fujimorismo se presenta como alternativa real de gobierno frente a la improvisación y la demagogia que han caracterizado los últimos años. Keiko Fujimori hizo énfasis en la necesidad de recuperar la estabilidad económica, impulsar el desarrollo regional, y atender con especial prioridad al norte del país, región que se ha convertido en bastión de apoyo y símbolo del potencial productivo del Perú.
Sin embargo, su mensaje fue más allá de la economía. En una clara alusión al pasado, recordó las acciones del gobierno de Alberto Fujimori para acabar con el terrorismo y devolver la paz al país. Hoy —afirmó— el Perú enfrenta una nueva amenaza: el “terrorismo urbano” que se expresa en la criminalidad, la extorsión y el sicariato. Y así como hace tres décadas se necesitó decisión política para derrotar la violencia ideológica, hoy se requiere voluntad política para enfrentar la violencia criminal que asfixia a nuestras ciudades.
El mensaje es claro: donde otros han fallado por falta de carácter, Keiko Fujimori promete decisión. Donde la política ha sido rehén del cálculo, ella propone acción. Y donde el Estado se ha mostrado débil frente al crimen, plantea autoridad.
En definitiva, el anuncio de Keiko Fujimori no fue un regreso al pasado, sino la reafirmación de una visión de país basada en orden, seguridad y desarrollo con autoridad. En tiempos en que el Perú parece extraviado entre la corrupción y el desgobierno, su candidatura representa la promesa —para muchos, la esperanza— de que el Estado vuelva a tener dirección, y de que la autoridad, lejos de ser temida, vuelva a ser respetada.
