Opinión

¿Qué es esto, la política?

Por: Eiffel Ramírez Avilés (*)

En la historia del pensamiento se llama “milagro griego” a la impronta de la cultura griega antigua en el mundo. Esa huella impresionante de los griegos se dio en distintos rubros: la filosofía, las ciencias, la literatura, el arte en general, inclusive la política… ¿La política? Pues aquí nos detenemos.

La revolución de los griegos fue única: reinventaron la política. Hacia el siglo V a. C., en casi todo el planeta solo había monarquías o aristocracias gobernantes, sin embargo, para ese mismo período, en Atenas, se había logrado lo impensable, la democracia, aunque no era tanto llamada con ese nombre, sino como el de isonomía.

La democracia en Grecia surgió no de golpe, sino mediante un proceso gradual, en el que se fue dejando atrás otros tipos de gobiernos que no podían superar las crisis sociales y económicas. Pero el principal impulso para la consolidación de la democracia fue la nueva concepción de la política que presentaron los helenos.

La política en el mundo era mediocre, porque se determinaba por el estatus social, la nobleza o la cercanía a la familia real. Los griegos rompieron con ese molde y decidieron convertir la política en algo absolutamente abierto, en el que todos los ciudadanos pudiesen participar. El ágora, la que sería nuestra plaza hoy, se convirtió en el centro de la política, un espacio de contienda y discusión.

El principal motor de la política en los griegos fue la juventud. Puesto que la democracia se había instalado, ella permitía ahora que solo el que pudiese convencer o presentar sus méritos, obtendría un cargo público. De ahí que una inmensa cantidad de jóvenes se pusieran a estudiar las artes de la oratoria, la persuasión y la efectiva comunicación. Los sofistas, los profesores de estas materias en ese entonces, pulularon atrayendo a más estudiantes a sus clases itinerantes.

La areté, entre los griegos, significaba la excelencia en hacer algo. Los sofistas, ante la demanda de los jóvenes, enseñaban la areté de la política o cómo ser un excelente político. Pero no solo los sofistas, también los filósofos, como Sócrates y Platón, se enfrascaron en las disputas sobre quién debía ser un buen político. La cosa estaba a fuego. Sócrates planteaba que no cualquiera podía serlo (un zapatero o un médico debía dedicarse solo a su rubro); mientras que Platón, con el tiempo, se convertiría en el principal opositor a la democracia.

La democracia en Grecia se hundiría, pero su legado es invaluable. Sus grandes lecciones están expresadas en ideas como la que participar en la política no es un derecho, sino un deber. Asimismo, el nivel de exigencia hacia los políticos era tal que, por ello, los jóvenes se inscribían tempranamente en las “escuelas” de entrenamiento político, a fin de aprender el arte de hablar bien. Por último, se valoraba con creces la meritocracia, como bien se evidencia en la famosa Oración fúnebre de Pericles, contada por Tucídides.

En suma, el escenario político antiguo, a pesar de sus altibajos, exigía calidad, esfuerzo y ejemplaridad, como la de un Demóstenes. Resultaría, por eso, muy decepcionante comparar esa época con nuestra realidad presente. Pero debemos intentarlo. ¿A quiénes encontramos subidos hoy en las tablas de nuestra política local, tratando de convencernos? ¿Acaso cumplen nuestros candidatos con el criterio griego de que, si se quiere ser un buen político, se debería tener un brillante poder de comunicación? En cuanto al poder del habla, cuán paupérrimos somos.

Atenas planteaba a sus jóvenes que se involucraran en la política, porque se entendía que era un asunto que afectaba a todos, pero sobre todo porque se la veía como un medio para la construcción de una imagen personal. Los talentos, así, se inmiscuían en el Estado. Sin embargo, hoy nuestros jóvenes ven a la política como algo desprestigiado, sucio o corrupto; por ese motivo, rehúyen de ella. Hoy un joven talentoso prefiere su propio desarrollo profesional a mancharse con los vaivenes de un gobierno.

Pero el problema también se da de otro modo: hay mucha gente que se siente llamada por la política y desea participar en ella, sin embargo, cuando consiguen el cargo, su ineptitud resulta evidente. Abogados, ingenieros, profesores, empresarios y otros, cuando alcanzan un sitial en el Estado, no rinden, son un fracaso. ¿Por qué? La respuesta la dio Sócrates: si un médico estudió durante toda su vida para ejercer la medicina, ¿qué hace metido en política? ¿Por qué entonces, y teniendo en cuenta que todos podríamos tener aspiraciones políticas alguna vez, desde temprana edad no nos entrenamos, de manera seria y constante, en los asuntos públicos, es decir, no nos educamos como los jóvenes griegos?

La política siempre es un ideal. Siempre es un espacio de corrección. Y, gracias a los griegos, es una puerta abierta al debate intenso. Que ella se denigre en nuestra mísera realidad, no elimina sus fundamentos. Puede parir a rapaces sin límites, pero también puede alumbrar inesperadas virtudes en las personas. En la política, o en la democracia, siempre hay lugar para el bien.

(*)Mg. en Filosofía por la UNMSM