Por: Eiffel Ramírez Avilés (*)
Dos hombres capitales para el estudio de la religión moderna son estos dos pensadores americanos: Williams James, de hace más de un siglo; y Charles Taylor, muy entrado en años hoy, pero contemporáneo brillante. El uno pragmatista y psicólogo; el otro comunitarista y católico. El uno autor de la obra La voluntad de creer; el otro, de La era secular. Pero a ambos los une no solo el pensamiento, sino también un lugar: Edimburgo.
En Edimburgo, hacia 1902, Williams James brindó sus famosas conferencias Gifford, que luego reuniría en un libro y que serían vital para la consolidación de la fenomenología de la religión: Variedades de la experiencia religiosa. James, pragmatista, asumía la existencia de Dios por el sentimiento que Este infundía y operaba dentro de nosotros. A continuación, su propuesta teórica fue: el individuo, al experimentar dentro de sí la religión, muta, se convierte, nace idea feliz dos veces.
James, en su obra, hace casuística pura: menciona cómo los individuos (sobre todo, individuos “enfermos”) tienen una experiencia religiosa casi de manera extática. Él mismo se toma como un caso más y, por ello, revalora lo que el sentimiento religioso puede producir en las personas. Es decir, las mejora, les expande la vida, les dota de sentido.
También en Edimburgo, hacia 1999, Charles Taylor expuso sus conferencias Gifford sobre el mismo tema: la religión. El sitial tenía su aura mística. El espíritu de James estaba en el ambiente. Taylor quiso adelantarse a su público y expuso sus ideas sobre James, publicando a su vez su propio libro: Varieties of Religion Today, en clara alusión a su antecesor.
Taylor recrimina a James el considerar la religión solo a nivel individual (como una experiencia personalísima y sin la intervención de la iglesia), cuando ella más bien se vive, y se desvive, sobre todo en comunidad. Quizá en este caso Taylor esté afectado por su filosofía de fondo (el comunitarismo), pero agrega que incluso la teología, algo que James también descarta, tiene una función articuladora de las creencias religiosas.
Pero Taylor, ante todo, estima a otro grande como es James. Tiene en cuenta el siglo que ha pasado y que, a pesar del tiempo, William sigue vigente. Aunque dicho siglo, y lo que vivimos hoy, es vertiginoso: el desplome de las verdades, la caída icárea de las ideologías, la posmodernidad, la automatización. El torbellino de nuestra historia reciente ha sacudido enormemente nuestras creencias religiosas.
Taylor ve, por eso, a nuestro mundo atomizado como uno dominado por la lógica del expresive individualism. Esto, ampliamente, se puede evidenciar en la juventud, que vive actualmente una ética de libertad sin igual y que prioriza, a pesar de las ventajas de compartir en comunidad, la autorrealización. En ese sentido, para el pensador canadiense, la religión, que antes se la vivenciaba por intermedio de la iglesia u otra autoridad, hoy está supeditada al sentimiento (caprichoso, voluble, indeterminado) del joven moderno. Prevalece, pues, una perspectiva individualista sobre la religión.
De mi parte, he denunciado esto antes: el fenómeno de la autarquía moderna, vale decir, la creencia de las personas en considerarse autosuficientes. Se asume que cualquier logro o éxito (y de paso también la ética y la religiosidad) se debe a uno mismo, sin la contribución de nadie. Esto es un carácter general de la cultura actual.
William James es grato en las páginas de sus Variedades; convence por su sincera motivación religiosa. Con él, la religión le llega a uno como si fuese un regalo inesperado en una Navidad solitaria: nos hace renacer. En las Variedades de Taylor hallamos una defensa legítima y actualizada de la religión frente a los embates de la modernidad. La religión, así, es un tenaz barco que no se hunde; sobrevive al nuevo mar. Uncidos por un fin religioso, ambos intelectuales, digamos, oyen la misma campana.
(*) Mg. en Filosofía por la UNMSM

