Por: Lic. Máximo Contreras Valerio
En este contexto, se plantea la necesidad de retomar la reforma política, reconociendo los límites de las reformas normativas, pero también la importancia de mejorar el diseño institucional con el objetivo de lograr una gobernabilidad democrática. La crítica situación de la democracia en el Perú no puede explicarse por el deterioro que se reporta a nivel global (IDEA Internacional, 2023). Diversos indicadores venían advirtiendo que el Perú aparecía al final de la tabla respecto de la satisfacción con la democracia y confianza en las instituciones democráticas. La inestabilidad política, así como los problemas de desconfianza e insatisfacción ciudadana hacia el sistema político han mantenido en la agenda el debate de la reforma política.
La clave del éxito político es satisfacer las necesidades, reales o ficticias, de los electores, pero en el Perú hay que superar enormes obstáculos antes de ingresar al mercado electoral. La actividad política no tiene por qué ser diferente a otras, donde se requiere fácil acceso al mercado, libre competencia, eliminación de barreras burocráticas, simplificación normativa, y predictibilidad en las decisiones de la entidad supervisora. Lamentablemente observamos lo opuesto, un sistema electoral engorroso, complejo, arbitrario, e incluso sospechoso de corrupción por la absoluta omnipotencia del funcionario que determina el destino de cualquier candidato o agrupación. En esa realidad, sobreviven los más avezados que saben tejer compromisos al interior del órgano administrador. Gracias a las sucesivas reformas electorales, contrarias siempre a la estabilidad y vigencia de las organizaciones partidarias, hemos llegado a una situación extrema. Siendo el sistema de partidos la base de la democracia, hoy tenemos más vientres de alquiler y agrupaciones creadas para beneficiar los negocios de sus dueños, que partidos políticos con alguna identidad ideológica; esta situación pervierte la actividad política y abona a la desconfianza de los electores por el sistema democrático.
Necesitamos una reforma que apunte a tener pocas agrupaciones, pero con alto nivel de representatividad; para eso se requiere adoptar distritos electorales uninominales, para que los partidos se vean obligados a convencer e inscribir a líderes locales para la Cámara de Diputados, y los elegidos deban trabajar para mantener la confianza de sus electores al poder optar por la reelección solo por su distrito original. Al mismo tiempo, facilitar la participación de nuevos partidos, pero todos con la necesidad de obtener un mínimo de 5 diputados o perder su registro. En una realidad donde el narcotráfico y la corrupción pueden colocar presidentes, no tiene mucho sentido poner demasiados obstáculos al financiamiento proveniente de particulares, mientras sea transparente y se haga un seguimiento público para evitar incompatibilidades, siguiendo el modelo norteamericano. La experiencia nos demuestra que mientras se revisa al milímetro al perdedor, no se fiscaliza el financiamiento del ganador, lo que termina perjudicando las candidaturas serias y responsables, beneficiando al aventurero que no duda en tomar riesgos, entregando al país a lo peor de la sociedad
La necesaria reforma política debe emprenderse ahora, antes que se produzca un nuevo proceso electoral, para que sea diseñada sin cálculos mezquinos ni afán de venganza. Sus reglas deben fortalecer un sistema de partidos que pueda permanecer estable, consolidando a solo dos o tres partidos políticos capaces de gobernar, no solo por sus votos, también por la calidad de sus programas y sus cuadros técnicos. Como podrá desprenderse, un paso acertado e inicial es habernos pronunciado sobre la necesidad de cambio, exigiendo modificaciones y demandando la renovación de la política, aportando así a la defensa de nuestra democracia. El siguiente paso es efectivizar nuestra participación ordenada en su fortalecimiento. El desencanto hacia la política y los políticos se está extendiendo en todos los estratos sociales y, en especial, entre los más jóvenes. No se trata de un hecho exclusivo de América Latina, ocurre también en otros lugares, Europa incluida. Pero a diferencia del Viejo Continente, en América Latina la democracia aún no cuenta con la suficiente fortaleza institucional para afrontar esa pérdida de legitimidad. Ese desencanto es muy peligroso porque en él puede residir el germen de la destrucción del sistema.
Esta grave situación ya mueve a algunos ciudadanos a declarar “¡Que se vayan todos!”, a rechazar a los políticos como tales y a abrigar la esperanza de que emerja un outsider, un desconocido sin experiencia política que prometa gobernar con suma severidad e intransigencia frente al crimen. La precariedad de los partidos políticos y la tentación de las aventuras electorales de corte personalista ponen en severo riesgo la viabilidad de la democracia. Urge renovar la política en el Perú. Se espera que militantes jóvenes asuman posiciones de mayor responsabilidad en sus agrupaciones, examinen las ideas de sus fundadores y las pongan a prueba desde las actuales condiciones del país. El pseudo “pragmatismo” que predica una supuesta “neutralidad” frente a creencias morales y valores políticos con el fin de “atacar directamente los problemas” resulta engañoso y perjudicial para una sociedad democrática. Ningún proyecto razonable de país puede construirse sin valores públicos.
Necesitamos partidos políticos coherentes con idearios y organizados desde una visión clara del Perú, pero también requerimos de una sociedad civil pensante y bien dispuesta para la vida cívica. Las universidades, los gremios y los sindicatos, debieran contribuir al fortalecimiento de la democracia y construir espacios en los que se discutan y promuevan los principios de la moral pública y los cimientos de una cultura política estrictamente republicana. La crisis que vivimos nos interpela como sujetos políticos y sociales y no existe otra forma de superarla que, convocando a la sociedad en su conjunto, la confianza en nuestra capacidad transformadora de nuestro entorno este tipo de crisis podrán ser resueltas en el ámbito de la praxis social y política.
En resumen, los sistemas políticos del Perú necesitan una profunda reforma política que termine con el caudillismo, la cooptación y la corrupción. Además de reforma se debe llevar a cabo la renovación de sus dirigentes para construir una democracia más representativa y más en contacto con los diferentes sectores sociales (ALDIS).

