Opinión

Desde la nostalgia

Por: Walter Miguel Quito Revello

Diciembre siempre trae ese olor a cierre, a pausa necesaria, a un respiro que uno se debe para volver a ordenar la mirada. Y este año, después de tantos artículos, denuncias, reflexiones y hasta provocaciones, me toca hacer un alto. No porque haya perdido la fe ni porque la realidad haya dejado de doler, sino porque también es justo detenerse, escuchar el silencio y prepararse para escribir mejor el próximo año.

Antes de estas pequeñas vacaciones de Navidad, quiero agradecer a cada lector —a quienes comparten, se indignan, discrepan o se sienten retratados— porque, al final, el diálogo es la esencia de un pueblo vivo. Y agradezco especialmente al Diario de Chimbote, que ha tenido la integridad de publicar cada uno de mis artículos sin censura, sin temores y sin corregirme la voz.

He escrito desde la nostalgia, desde la rabia y desde un profundo amor por la provincia del Santa. Si en algún momento alguna autoridad o persona se sintió tocada, permítanme decirlo con claridad: nunca he escrito contra alguien, sino a favor de algo. A favor de una idea de justicia, de dignidad, de un futuro que merecemos.

Mi sueño —como el de tantos— es que Chinecas florezca, que el agua riegue sin discriminación a quienes producen con esfuerzo, no solo a quienes ostentan poder o influencia. Que tengamos un puerto moderno, que los hospitales abandonados por fin se culminen y vuelvan a ser espacios de vida. Que la educación sea un punto de llegada, no un privilegio. Y que la justicia… oh, la justicia… deje de ser un territorio donde ganar depende de la suerte.

En Nepeña, por ejemplo, hemos visto desaparecer más de 200 hectáreas de humedales, como si la naturaleza fuese un estorbo y no una fuente de vida. Hemos visto a posesionarios despojados de sus tierras, familias perder lo único que tenían: su parcela, su futuro, su hogar. Y hasta hoy no se entregan los títulos de propiedad de nuestras casas, como si fuéramos habitantes de segunda categoría en nuestra propia tierra.

La justicia cierra los ojos; el Estado, también. Y es aquí donde aparece un dolor que ya no podemos ocultar.

El sistema de justicia en la provincia del Santa vive una crisis profunda. Ahí está el caso de Jhampier Pérez León, un joven que cumple cadena perpetua desde 2020 por un delito que, según nuevos testimonios, no habría cometido. En nuestra corte se ha normalizado aplicar teorías como la verosimilitud o la incredibilidad subjetiva casi

de manera automática, convirtiéndolas en atajos para no analizar a fondo la prueba. Así, personas inocentes terminan en prisión y sus familias quedan marcadas por un dolor que no prescribe.

Y otro ejemplo: lo ocurrido con Luis Joel Torres Villanueva, procesado por omisión a la asistencia familiar. Durante años, la conclusión anticipada se aplicó de manera humana y razonable. Los fiscales aceptaban cronogramas de pago justos —4, 5, 7, hasta 9 cuotas— entendiendo que el objetivo no es encarcelar, sino lograr que el imputado cumpla con su obligación. Pero la Primera Fiscalía Corporativa del Santa rompió esa coherencia al exigirle el 50% de la deuda al contado para aceptar su conclusión anticipada. Luis explicó que no podía pagar esa suma, pero sí asumir cuotas razonables. Incluso abonó 500 soles. Nada importó. Y lo más decepcionante es que el Quinto Juzgado Penal avaló esa decisión sin razonar ni ponderar. Un simple asentimiento. Así, la predictibilidad se vuelve lotería: hoy aceptan cuotas, mañana exigen medio pago. ¿Cuál es el criterio? ¿El jurídico o el estado de ánimo?

Pero donde más duele es en el Juzgado Constitucional, que debería ser el refugio último del ciudadano vulnerable. En vez de eso, escribe con miedo, con excesiva prudencia, cuidando no incomodar a los jueces penales o civiles. Resoluciones elegantes, sí; pero tímidas. Y la justicia tímida no protege a nadie. Si el órgano constitucional tiene miedo, todo el sistema tiembla.

Necesitamos un mea culpa institucional. Necesitamos que la justicia en el Santa recupere humanidad, independencia y valentía. Porque detrás de cada expediente hay una vida. Y una vida puede destruirse con una firma.

Hoy, antes de este descanso, quiero dejar claro que seguiré escribiendo, porque creo —con toda la fuerza de mi fuego interior— que esta tierra puede cambiar. Que el verdadero enemigo es la criminalidad organizada, la que sí destruye vidas, no la pobreza disfrazada de delito. Que hay caminos sociales, no solo penales, para enfrentar muchos problemas. Y que las instituciones deben dejar de mirar solo al poderoso y empezar a mirar al pueblo.

Me tomo diciembre como una pausa, no como un retiro. Vuelvo en enero. Volveré con más fuerza, más serenidad y, espero, con más esperanza. Gracias por leerme. Gracias por acompañarme. Gracias por creer que esta tierra puede ser mejor.