Por: Jhon Pajuelo Iparraguirre (*)
La desaprobación hacia la expresidenta Boluarte superó el 90 %, según el IEP, y se mantuvo así durante un año desde septiembre de 2024. El Congreso obtuvo 93 % de rechazo en ese mismo mes. La crisis de representación es total y se suma al avance desmesurado de la criminalidad, expresada en sicariato, robos y polémicas mediáticas, mientras la población, agobiada por la supervivencia diaria, pierde energía y tiempo para la participación cívica.
La Cámara de Comercio de Lima reportó que la extorsión y el sicariato aumentaron 478 % entre 2019 y 2024. Según SIDPOL, entre enero y agosto de 2025 se registraron más de 18 mil denuncias por extorsión. SINADEF contabilizó 1,888 homicidios hasta octubre, un incremento de 12.8 %. El Observatorio Nacional de Seguridad Ciudadana reportó más de 30 % de aumento en robos de celulares en Lima Metropolitana entre enero y julio de 2025 respecto al mismo periodo de 2024.
Mientras el crimen crecía más rápido que la respuesta estatal, la juventud se alejaba de la política. Un estudio de la Universidad de Piura indicó que el 58 % de los estudiantes universitarios no se identificaba con tendencia ideológica alguna.
Este contexto ha generado un Perú distraído. Muchos priorizan la búsqueda de empleo, el costo de vida o consumen entretenimiento para sobrellevar la realidad. En 2024, el especialista en neurociencia Edison Gaitán explicó que el entretenimiento libera dopamina inmediata, lo que hace que el cerebro prefiera estas recompensas rápidas por encima de actividades que exigen esfuerzo, como realizar deportes. Según el informe “Destape Regional 2025” de Consumer Truth, 6 de cada 10 peruanos afirmaron que en los últimos tres meses su principal entretenimiento fue ver películas en casa por televisión o plataformas como Netflix (64 %), seguido por podcasts y contenido en YouTube (56 %). En contraste, actividades como las pichangas entre amigos (34 %) o el vóley barrial (26 %) fueron menos preferidas.
La literatura distópica ya había advertido este fenómeno. En Un mundo feliz, Aldous Huxley describió una sociedad donde el entretenimiento y la droga son métodos de control: “si alguna vez ocurría algo desagradable, siempre había soma”. En 1984, George Orwell escribió que “el cine, el fútbol, la cerveza y sobre todo el juego, llenaban su horizonte mental”. Hoy estas advertencias parecen más vigentes que nunca. Asimismo, Ray Bradbury predijo la sobresaturación de noticias huecas, lo expresó en Fahrenheit 451: “Atibórralos de datos no combustibles… y tendrán la sensación de que piensan”. Así vivimos: saturados de información, pero sin participar activamente.
Sin embargo, en medio de la apatía surge una señal de esperanza. Un sector de la “Generación Z”, inicialmente movilizado por la reforma de pensiones, comenzó a tomar las calles. La República informó en septiembre que “jóvenes lideran marchas contra la reforma de pensiones”, señalando que esta “condena a los jóvenes a pensiones miserables”.
Pero esta fuerza juvenil tiene un problema: protesta sin doctrina clara y se moviliza sin una visión de largo plazo. El impulso es auténtico, justo y necesario, pero insuficiente si no se acompaña de formación política, dirección y memoria histórica. La buena fe no basta: el país necesita jóvenes capaces de sostener su lucha más allá de la indignación inmediata.
Además de organización, esta generación necesita impulsar el conocimiento filosófico. La filosofía enseña a pensar, cuestionar el poder y detectar trampas discursivas. Sin esa base crítica, cualquier movimiento puede ser manipulado. La formación filosófica no es un lujo, sino una herramienta para enfrentar ideologías —incluidas las corrientes woke— que, bajo discursos emocionales, imponen visiones parciales de la realidad y chocan con la ley natural. Sin pensamiento crítico, cualquier movimiento es vulnerable a la manipulación. La historia demuestra que las transformaciones reales no las hacen quienes gritan más fuerte, sino quienes entienden hacia dónde quieren ir.
Si los jóvenes y el resto de la ciudadanía continúan distraídos, dispersos y sin objetivos comunes, el país seguirá hundiéndose en criminalidad, desconfianza institucional y apatía colectiva. Los poderosos seguirán aprovechando esa fragmentación para sostener una estructura corrupta que se recicla elección tras elección.
Pero si la juventud logra organizarse, formarse y exigir reformas reales con constancia, el Perú puede reconstruir su democracia. Las exigencias son evidentes: auténtica separación de poderes, meritocracia en el Congreso, voto responsable, vigilancia ciudadana permanente frente a la estructura estatal corrupta y una educación crítica, filosófica y moral.
En tiempos de distracción masiva es necesario recuperar valores universales como la verdad, la justicia, la responsabilidad y el respeto por la dignidad de cada ciudadano. Defender estos valores morales no es necesariamente un acto religioso, sino el fundamento mínimo para que la convivencia y la participación democrática sigan siendo posibles.
(*) Docente de Filosofía y Ciencias Sociales.

