Por: Fernando Zambrano Ortiz
Analista Político
El Perú ha dejado de ser un actor periférico en el escenario internacional para convertirse en una pieza relevante dentro del nuevo tablero geopolítico global. Las principales potencias del mundo han puesto sus ojos en el país no por casualidad, sino por una combinación de estabilidad macroeconómica, ubicación estratégica y recursos naturales que lo convierten en un punto de interés clave para la proyección de poder económico y militar en América Latina.
Desde una perspectiva económica, la presencia de China en el Perú se ha consolidado con inversiones de gran envergadura que trascienden lo estrictamente comercial. El megapuerto de Chancay y la proyección de la Zona Económica Especial de Ancón configuran un corredor logístico de alcance regional, destinado a reposicionar al Perú como la principal puerta de entrada del Asia-Pacífico hacia Sudamérica. A ello se suman las inversiones chinas en minería y energía, sectores estratégicos que inciden directamente en la seguridad económica del país y en su capacidad de crecimiento sostenido.
En el plano geopolítico, China no solo invierte: planifica. El impulso al tren bioceánico que uniría el Atlántico con el Pacífico responde a una lógica de control de rutas, reducción de costos y autonomía estratégica frente a cuellos de botella globales como el Canal de Panamá. De concretarse, este proyecto redefiniría el mapa logístico regional, relegando a Chile y posicionando al Perú como eje central del comercio interoceánico sudamericano, con implicancias directas en el equilibrio de poder regional.
Frente a este avance, Estados Unidos ha reaccionado con una estrategia de reposicionamiento político y de seguridad. Tras años de relativo desinterés por América Latina, Washington busca reafirmar su influencia en el Perú mediante proyectos estratégicos como la instalación de un centro aeroespacial en el norte del país y su interés en el desarrollo del megapuerto de Corío. En paralelo, ha intensificado la cooperación militar, promoviendo la adquisición de aviones de combate F-16 y fortaleciendo la presencia de la DEA y de las Fuerzas Armadas estadounidenses en territorio nacional para la lucha contra la delincuencia organizada transnacional.
Desde la óptica de la seguridad nacional, el anuncio de Estados Unidos de reconocer al Perú como socio estratégico extra-OTAN marca un punto de inflexión. Este estatus, que en la región solo comparte Colombia, implica un nivel superior de cooperación en defensa, inteligencia y capacitación militar. Si bien representa una oportunidad para modernizar capacidades y fortalecer la seguridad interna, también conlleva compromisos que deben ser evaluados con extrema cautela para evitar dependencias estratégicas o la subordinación de decisiones soberanas.
Este nuevo rol del Perú no sería posible sin las reformas estructurales iniciadas en la década de 1990, durante el gobierno de Alberto Fujimori, y consolidadas mediante la Constitución de 1993. Dichas reformas sentaron las bases de la estabilidad macroeconómica, la apertura al comercio internacional y la atracción de inversiones que hoy posicionan al país como un socio confiable. A ello se suman logros históricos en materia de seguridad, como la derrota del terrorismo, la exitosa operación de rescate de rehenes que marcó un hito mundial y la reducción significativa de los índices de pobreza.
No obstante, el desafío actual es eminentemente político. Convertirse en un nodo estratégico para potencias globales implica asumir un rol más activo y responsable en la defensa de los intereses nacionales. El Perú no puede limitarse a ser un receptor pasivo de inversiones o acuerdos de seguridad; debe contar con una política de Estado clara, consensuada y de largo plazo que articule desarrollo económico, autonomía política y seguridad nacional.
La disyuntiva no es elegir entre China o Estados Unidos, sino evitar quedar atrapados en una lógica de alineamientos automáticos. El verdadero riesgo no está en la competencia entre potencias, sino en la falta de una visión estratégica propia. Aprovechar las oportunidades sin comprometer la soberanía exige liderazgo político, instituciones sólidas y una diplomacia firme que actúe siempre en función del interés nacional.
En este nuevo escenario global, el Perú tiene la oportunidad histórica de consolidarse como un actor estratégico relevante. Pero ese rol solo será sostenible si se ejerce con prudencia, inteligencia y una clara conciencia de que la soberanía no se delega ni se negocia, sino que se defiende con decisiones firmes y políticas de largo aliento.

