El Serpentín de Pasamayo vuelve a colocarse en el centro del debate público. No es para menos. Se trata de uno de los tramos más peligrosos de la red vial nacional, ubicado nada menos que en la principal puerta de ingreso a Lima por el norte. A lo largo de los años, este tramo de la Panamericana Norte ha sido escenario de innumerables accidentes, muchos de ellos con saldo trágico, especialmente aquellos que involucraron a buses interprovinciales cargados de pasajeros. En ese contexto, la reciente decisión del Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC) de restringir, entre 2026 y 2027, la circulación de los omnibuses de transporte de personas por esta vía, debe ser analizada con responsabilidad y sentido crítico.
La medida, dispuesta mediante resolución directoral, prohíbe el tránsito de vehículos de las categorías M2 y M3 buses y minibuses de pasajeros las 24 horas del día, redirigiéndolos hacia la Variante de Pasamayo. El argumento técnico es claro y difícil de refutar: el Serpentín presenta una sola calzada bidireccional, curvas cerradas, pendientes pronunciadas y una alta exposición a fenómenos geodinámicos, condiciones que elevan de manera considerable el riesgo de siniestros viales. En ese sentido, la restricción no es un capricho burocrático, sino una respuesta basada en criterios de seguridad vial largamente advertidos por especialistas y por la propia experiencia dolorosa de los accidentes.
Desde el punto de vista de la protección de la vida humana, la decisión es correcta. No se puede seguir permitiendo que buses con decenas de pasajeros circulen por una vía que no reúne condiciones mínimas de seguridad para ese tipo de transporte. Cada accidente en Pasamayo no solo deja víctimas fatales y heridos, sino también familias destrozadas y una profunda sensación de abandono del Estado. Restringir el tránsito de buses es, por tanto, una medida preventiva que apunta a reducir la siniestralidad y evitar nuevas tragedias.
Sin embargo, esta disposición también pone en evidencia una deuda histórica del Estado. El Serpentín de Pasamayo ha sido peligroso durante décadas, y las restricciones se vienen renovando periódicamente sin que exista una solución estructural definitiva. Cerrar o limitar el uso de una vía no puede convertirse en la única respuesta. Resulta indispensable que el MTC avance, de manera paralela, en obras de infraestructura que mejoren de forma integral el sistema vial, ya sea mediante la modernización del tramo antiguo, una mejor gestión de taludes y drenajes, o el fortalecimiento de rutas alternas seguras y eficientes.
Asimismo, la medida exige una fiscalización real y constante. De poco servirá la resolución si no hay presencia efectiva de la Policía Nacional y de la Sutran, y si no se sanciona con firmeza a quienes incumplen la norma. La señalización y la difusión también serán claves para evitar confusión entre transportistas y usuarios.
En conclusión, la restricción de buses en el Serpentín de Pasamayo es una decisión necesaria y responsable, orientada a salvaguardar vidas. Pero no debe ser vista como un logro final, sino como un paso más en un proceso que exige inversiones, planificación y voluntad política. La seguridad vial, sobre todo en un punto tan crítico de acceso a Lima, no admite medidas temporales eternas ni soluciones a medias.

