Opinión

PACTO DIABÓLICO

POR: JUAN TERUEL F.

“Dedicada al Abogado Defensor de Pedro Castillo Terrones, al Expresidente Autogolpista, Jefe de una Organización criminal. Que a los dos se los lleve el Diablo”

Ascomiseto Manyamorti, era un abogado que dominaba la jurisprudencia, su apostura varonil y elocuencia le servían para convencer a cautos e incautos con tramites documentarios, expedientes o legajos que se amarran o desatan en tantas entidades públicas como la ciudad capital, Ascomiseto cortejó la fortuna pero su debilidad pon el juego lo llevó a una inflación galopante que no pudo frenar. El sábado apostando a los caballos perdió mil dólares, chocando con la plata de un cliente.

Cavilando sobre su cama, plasmó la idea de visitar a ese señor alto y desgarbado que en el hipódromo le ofreció una fortuna si apostaba con él, la carrera para el clásico del domingo.

A eso de la medianoche se encontraba frente a una mansión extravagante. Presionó el timbre de la puerta, la cual se abrió emitiendo con un chillido agudo y estridente, tal sorpresa le causó temor, pero impulsado por la codicia ingresó a la mansión donde a cada trecho había una vuelta y en cada vuelta un nuevo efecto. En cada muro se abría una ventana de vidrio con el tono de los decorados del salina quedaba. Si el color era azul del mismo color era la ventana.

La cámara segunda tenia tapices, vendas, la tercera era amarilla, la cuarta gris, la quinta marrón. Sin fuentes de luz en los corredores, un trípode con su brasero, encriptaba un fuego cuyos destellos atravesando los vidrios iluminaban los salones logrando una multitud de efectos graciosos y fantásticos, llegó a la sexta sala, donde el efecto de la luz que atravesaba unos sangrientos cristales era horroroso porque confería un aspecto tan raro que nadie se hubiera animado a traspasar sus umbrales. Cuando ascomiceto quiso retirarse el espanto lo petrificó. Al reanimarse un hombre alto e imponente estaba frente a él cubierto por un Gabón oscuro con capucho cuya estentórea voz lo hizo haciéndolo retroceder aterrado.

El siniestro personaje con su mirada penetrante lo detuvo que modulando su voz aludió: Manyamorti, a ti te gusta el dinero, la pachamanca y el relajo, luego añadió: Quiero que este domingo juegues en el hipódromo al Nº 6 en 666 boletos.

Ascomiceto, balbuceó: ¡pe…pero, ese caballo no tiene opción¡.

– ¡Qué dices pedazo de alcornoque! Se enfureció el hombre del averno y arrojando un tufo de 95 octavos que casi volatiliza al visitante acotó: Que me vas a decir, si conozco todos los complejos que se acurrucan en tu alma.

Manyamorti pasó saliva y asustado indagó: señor, esa fortuna será el precio de mi alma.

– Ja, ja, ja! Rió desaforadamente el amo del infierno, no te llevo porque necesito que me los traigas puras. No me vengas con embriones humanos de la Ingeniería genética que está haciendo chapocerias con las leyes de la concepción. Esos cuerpos no tienen alma, al calmar su ironía, hizo un acto de magia con la mano izquierda y entre sus dedos enguantados apareció un sobre que entregó a Ascomiceto diciendo: ahí tienes suficiente dinero para que apuestes, tómalo y cuídalo  con los engaños!. Hizo otro ademán, hubo una explosión y desapareció.

Manyamorti dio un brinco en la cama y al abrir los ojos estaba en el suelo agarrando un sobre lleno de billetes. Confuso por esa fantasía o delirio, digno de la concepción de un loco hizo un esfuerzo para aclarar su mente pero los billetes en la mano no hicieron más que oscurecerlos. Hombre práctico formuló sus planes y el domingo temprano estaba en el hipódromo.

Al acercarse a la boletería para jugar aquel dinero al Nº 6. Inestable como era, cambió de idea. Un tordo viejo montado por un jockey jubilado ¡No! Yo juego al 4.

Al regresar a la Tribuna sintió que alguien le tocaba el hombro, al volverse no vió a nadie pero cerca distinguió a un caballero alto y de perilla. Volvió a mirar el hombre había desaparecido.

Al ubicarse en su asiento una voz a través de los parlantes del Hipódromo, anunció el clásico de la carrera. Por ello, la atención de los espectadores se concentró en la partida.

Alzada los huinchas los caballos salieron al galope para superar los 2400m.

En la primera curva pegándose a las maderas el Nº 4 sacó ventaja dejando atrás al 6 y otros caballos. A media distancia sin dejar la punta el 4 ve nota un repunte del Nº 6 por insistencia de su vareador quien pica su cabalgadura haciéndola sangrar a espuelazos. En tanto, ascomiceto pensaba que la suerte lo acompañaba.

En la recta final el 6 atropella fustigado por su jockey.

El 4 le llevaba un cuerpo de distancia, la emoción llegaba al máximo, los gritos y las exclamaciones de los espectadores eran vociferantes. Ascomiceto, mordía los boletos por la emoción. Fue en los últimos metros de la meta, el Nº 6, estirándose como una serpiente sacó ventaja para vencer por una cabeza.

La derrota paralizó a Manyamorti, pero al ver de cerca al siniestro personaje, sintió un sacudón. El pánico se apoderó de él y solo atinó a escapar. Ganó la calle donde una masa humana se desplazaba entre el ruido de los vehículos. Sudaba copiosamente miró el cielo y vió que oscureció. En su desesperación se encontró ante un pasaje estrecho y semioscuro. Su pánico aumento al notar que su perseguidor apuraba el paso, realmente en unos segundos el hombre estaba tras él.

– ¡Oiga! ¿A dónde va? Escuchó que le decían, mientras unas afiladas uñas le tocaban el hombro produciéndole una marimba de escalofríos en la espina dorsal. Al voltear los brazos flacos terminados en garras se le echaron sobre la garganta al tiempo que una voz gutural le pedía: ¡los boletos! Ascomiseto quiso contestar pero no pudo, al ver que unos ojos de fuego relucían con un deleite infernal y en cuya boca sin labios se notaba rictus de gozo diabólico.

Manyamorti, solamente entregó los boletos que apostaban al Nº 4, acto seguido, el Diablo soltó su presa, llevándose las garras hacia su espantoso rostro y en un alarido exclamó: ¡Ah la grandísima flauta! ¡me jodiste!, yo también jugué al 4.

Y ¡cataplum! Cayeron al suelo dos pedazos de azufre.