Editorial

SEÑALES DE LA CRUZ

Una buena noticia:

En declaraciones ofrecidas a este medio de comunicación, el obispo de la Diócesis de Chimbote, monseñor Ángel Zapata Bances, ha anunciado que  va a retomar el diálogo con el gobernador de la región Ancash,  Fabián Koki Noriega Brito, y el alcalde de la Municipalidad Provincial del Santa, Luis Gamarra Alor, a fin de concretar la pronta reconstrucción de la Cruz de la Paz, anuncio que desde ya parece ser  una buena señal.

Inaugurada en septiembre de 1986, la Cruz de la Paz se desplomó  por completo el pasado 19 de marzo, luego de permanecer 37 años en la cima del Cerro de la Juventud, manteniéndose durante todo ese tiempo como  símbolo indiscutible de la ciudad de Chimbote.

Igual que en muchas ciudades del mundo, que se enorgullecen de hallarse identificadas por una obra en particular, la Cruz de la Paz, mientras se mantuvo de pie, ha ocupado un espacio propio en nuestra identidad espiritual, cultural y turística.

Sin escatimar las dimensiones  materiales sino más bien poniendo por delante su  esencia  representativa, podríamos afirmar que el mismo simbolismo que tiene la Cruz de la Paz para Chimbote, lo tiene la Torre Eiffel para los habitantes de París y la estatua de La Libertad para la ciudad de Nueva York. El símbolo de una ciudad es fiel expresión del espíritu de sus habitantes y al mismo tiempo un mensaje que ésta irradia ante los ojos del mundo.

Fue a comienzos del 1986, cuando el entonces obispo de Chimbote, monseñor Luis Bambarén  Gastelumendi, asumió la iniciativa de erigir la Cruz de la Paz. Y para ello no tuvo mejor idea que elegir la cúspide del Cerro Negro o Cerro Corcovado, como se le conocía hasta ese entonces a la elevación  más grande que se levanta al norte  de la ciudad.  A criterio de monseñor Bambarén, la Cruz de la Paz debía  ser asimismo una respuesta de la población ante los actos de terrorismo que por aquellos años desangraban al país.

Una legión compuesta por más de 15 mil jóvenes, encabezados por el propio monseñor Bambarén,  formaron una cadena humana que se encargó de transportar, de mano en mano, los materiales de construcción. De ahí el nombre Cerro de la Juventud. Eso es algo que ha quedado grabado en la mente y en el corazón de todos los chimbotanos, lo mismo que en las  fotografías que  miles de visitantes se han tomado con el fondo de la Cruz.

Pero en torno a esta gesta, hay algo que tampoco se puede dejar de mencionar.  Mientras monseñor Bambarén  permaneció al frente de la Diócesis de Chimbote,  la Cruz de la Paz siempre lució hermosa, sólida y esbelta. Gracias al buen sistema de iluminación del que dispuso, se le podía ver por las noches desde 50 kilómetros a la redonda. Pero, lamentablemente, a partir del 2004, tan pronto como  se produjo el relevo de monseñor  Bambarén por  límite de edad, la Cruz de la Paz no recibió ningún mantenimiento, perdiendo incluso el atractivo de su iluminación nocturna.

Ninguna obra hecha por la mano del hombre, por muy bien elaborada que haya sido, puede resistir veinte  años de abandono; sobre todo, expuesta las veinticuatro horas del día al embate de la brisa marina y al azote del viento. En tales condiciones, es más bien demasiado el tiempo que la Cruz de la Paz ha soportado de pie.

Ante la iniciativa de su reconstrucción anunciada por el obispo Ángel Zapata, con toda seguridad que todos los chimbotanos vamos a estar de acuerdo. Particularmente aquellos jóvenes de ayer, quienes formaron la cadena humana y que hoy  deben estar por encima de los 55 y 60 años. Sin lugar a dudas, ellos van a ser los primeros en poner el hombro, con el mismo y hasta con mayor entusiasmo que la primera vez. No en vano, la fe mueve montañas.