Por: Eiffel Ramírez Avilés (*)
El horror de los palestinos es nuestro horror; la muerte de los palestinos es nuestra muerte; la caída de Palestina es nuestra caída. Nos podemos preguntar: qué demonios tenemos que ver nosotros con unas gentes de allende el mar, a quienes no hemos visto y quizá ni siquiera veremos en nuestras vidas. Pero esa pregunta la podemos responder con otra: ¿cómo es que, por ejemplo, una religión de esos lugares lejanos –la cristiana– ha llegado hasta nuestras tierras, ha llegado a tu casa, y nos ha convertido a ella?
O la podemos contestar con la célebre frase del poeta John Donne: «La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti». Si es posible hablar de una religión de la humanidad, esta se resume en aquella frase. Ella es el letrero que debería aparecer en cada casa, en cada mercado, en cada estación de bus; y solo así la muerte temblaría, y si acaso se atreviera a venir, vendría a desgano, como derrotada ya.
Pero la calamidad es real e inevitable. Miles de personas, incluyendo niños, han dejado de existir en la Franja de Gaza. El Estado de Israel ha cometido un típico error: combatir a un grupo terrorista mediante una avanzada militar a gran escala: ¡trescientos mil soldados israelíes para aplastar a un grupo y al coste de cercar a toda una población! Esa estupidez es propia de los bravucones generales que dirigen a Israel. Esa misma estupidez la cometimos nosotros hace cuatro décadas: para combatir a los senderistas, el gobierno peruano envió al Ejército y este terminó por asesinar a ciudadanos inocentes. Para fulminar a un grupo terrorista no se utiliza a un ejército regular, sino que se lo enfrenta mediante aguda inteligencia militar y policial.
Lo que Israel llama “guerra” la habrá de perder. Destruir Gaza es generar y sedimentar un rencor árabe internacional a mediano y largo plazo. A corto plazo, esos niños y jóvenes que viene dejando huérfanos y sin hogar, serán captados por otros grupos terroristas y excusas (nefastas, irracionales) no les faltarán a estos para perpetrar atentados contra el Estado judío. Además, la opinión pública global poco a poco irá dejando sin respaldo a Israel. Al final, el resurgimiento de un nuevo antisemitismo –esa ideología deleznable– tendría como una de sus causas los errores de los propios judíos.
¿Qué hacer? Ejercer la protesta frente a los abusos y ataques ilegítimos; buscar la verdad (periodística y crítica) y que esta prevalezca frente a las ideologías y creencias ciegas; intentar el envío de ayuda humanitaria a Gaza o presionar para que Israel acepte el ingreso continuo de la misma; emplazar a los responsables (o sus representantes) de esta masacre a un debate público y abierto; y muchas otras cosas más. En fin, lo que hay que hacer es inundar las iglesias y echarnos a doblar las campanas.
(*) Mg. en Filosofía por la UNMSM