Opinión

Los trescientos años de Kant

Por: Eiffel Ramírez Avilés (*)

Se conmemoran los trescientos años del nacimiento de uno de los más grandes filósofos de la historia universal: el alemán Immanuel Kant. Pensador que no solo sigue deslumbrando hoy, sino que, en su momento, fue muy admirado por sus contemporáneos, tanto es así que, una vez muerto, se conservó un molde preciso de su cráneo, a fin de ser estudiado y se explicase la causa de su inteligencia descollante.

Sería cometer un disparate de mi parte ejecutar un resumen del pensamiento kantiano en unas cuantas líneas. Destacaré, en cambio, algunos puntos capitales. Con ese fin, creo que hay que empezar por un dato biográfico que muchas veces pasa desapercibido: el jovencísimo Kant sufrió, en su tiempo, la despiadada y rigurosa educación alemana, que no le permitía ni siquiera disfrutar de los libros que en verdad le gustaba leer. Recordando más tarde esa época formativa, Kant la tildó amargamente como una Jugendsklaverei (o esclavitud de la juventud).

Quizá esa historia opresora pudo provocar en él la semilla de su proyecto filosófico: la liberación del pensamiento y la autonomía moral de la persona. Así, en su primera gran obra, La crítica de la razón pura (1781), buscó clarificar los límites del conocimiento humano y, producto de ello, la metafísica tradicional recibió un golpe mortal: ya no se la vio más como una ciencia. Por supuesto, Kant se ganó un lío enorme con su nueva concepción de la razón. Por ejemplo, si Dios, al formar parte de la metafísica, ya no podía ser ni conocido ni comprobado, ¿qué importancia le restaba? ¿Ninguna?

Pero todavía más deslumbrante fue en una obra posterior, cuyo título no es nada gentil: Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785). En este breve tratado moral, Kant inauguró el concepto moderno de la dignidad y cuya definición ha alcanzado renombrada fama: el hombre, señaló Kant, nunca es un medio, sino un fin en sí mismo. Es decir, no importa de qué nación eres, qué religión profesas, de qué raza provienes o con qué género te identificas, eres, en tanto humano, valioso de por sí, objetivamente importante, el fin supremo del Estado y no un mero instrumento. Este concepto de la dignidad está en el centro de los derechos humanos y que hoy casi todos los Estados civilizados respetan o intentan respetar.

O intentan respetar, digo. El Perú, por ejemplo, es un país asolado por la constante violación de los derechos humanos, tanto en su historia pasada como reciente. El último asalto proviene de una facción política que dice que, para que los derechos humanos (o los delitos de lesa humanidad vinculados a estos) tengan vigencia o sentido, deben estar plasmados en las leyes nacionales. Pero si hubieran leído a Kant, habrían comprendido un poco la naturaleza de dichos derechos: y es que esa naturaleza no descansa en las leyes de ningún país, sino en la consciencia moral universal, esto es, esos derechos trascienden los Estados, las leyes nacionales y, sobre todo, los proyectos de la política de turno. Decir que los derechos humanos tienen que estar inscritos en las leyes para ser reconocidos, es como decir que tenemos el derecho a la vida cuando recién una municipalidad nos otorga nuestra partida de nacimiento. Un absurdo jurídico y un atentado moral por donde se lo vea.

Y es que, precisamente, el éxito de Immanuel Kant en el ámbito de la filosofía práctica se debe a que siempre ha habido criminales políticos, quienes, aprovechándose de los aparatos del Estado, buscan pisotear los derechos de los individuos. Frente a eso, Kant es el bastión moral que la Ilustración ha brindado a la humanidad, a fin de que esta tenga el soporte teórico firme contra el abuso. No se vea, entonces, a este pensador como a alguien lejano, sino como a un verdadero aliado de las luchas sociales de nuestro tiempo.   

(*) Mg. en Filosofía por la UNMSM