Por: Eiffel Ramírez Avilés (*)
Es posible hablar de escritores para las letras y escritores para la vida. Los primeros son los esforzados en las técnicas, los especialistas en literatura, los ansiosos de obras totalizadoras. Ellos son admirables. Los segundos, en cambio, son los minuciosos en la sensibilidad humana, los memorialistas de los instantes, los cultivadores del amor franco. Estos son imprescindibles.
Truman Capote pertenece a los segundos. Ciertamente, todo escritor utiliza artificios y ambiciona a una obra deslumbrante por lo compleja, intrigante o novedosa. Algo así es Capote en la novela A sangre fría, donde revela sus grandes dotes de narrador y conocedor de técnicas literarias. Algo así es también en su libro Desayuno en Tiffany’s, cuya protagonista nos desconcierta y emociona. Pero Capote es el mejor en cuanto se adhiere al segundo paradigma que he señalado más arriba: el escritor que escribe al dictado de los sentimientos comunes.
Pregúntese usted esto: ¿amaría más la brisa del mar o el cierzo en un bosque, o los ventiscos de una gran ventiladora? Si creo lo que acaba de responder, entonces podrá entender la maravilla del mundo literario de Capote. Y esa maravilla se centra en sus relatos que tratan del amor sencillo, de la inocencia imbatible, del cariño natural. Truman Capote es excelentísimo por sus cuentos. O mejor: es inigualable por las historias acerca de Miss Sook.
Miss Sook es la mujer que ha creado en sus ficciones. Se sabe que fue alguien real y entrañable en la vida del autor. No importa. En todo caso, importa mucho solo a él. A nosotros nos interesa esa mujer de naturaleza extravagante, sin par, risible. Una vieja con comportamiento de niña. ¡Qué mujer! Una belleza por donde se la mire: encantadora, inocente, confiable. En nuestro mundo moderno en que siempre tenemos que desconfiar de todos, Miss Sook parece un Quijote femenino. En “Un recuerdo navideño”, en “El día de Acción de Gracias”, en el Arpa de hierba, Miss Sook es madre, amiga y compañera de aventuras. ¡Qué más pedir!
Pero, increíblemente, incluso en vida a Capote le pidieron más cosas: fama, posición, autenticidad. Es interesante el paralelo que hay con otro escritor de lengua inglesa: Oscar Wilde. Wilde, con sus relatos, le dio todo al mundo: y con todo me refiero a la inocencia absoluta, a la belleza de la sencillez, a la metafísica del cariño. Y, sin embargo, también el mundo le pagó mal al exigirle otras cosas mundanas. Capote y Wilde fueron flores cuyo único don y deber fue embellecer la vida, pero que nosotros nos empecinamos en cercar con la excusa de proteger, aunque con el resultado de ahogar.
Debido a que dije que Truman Capote es un escritor para la vida, lea sus cuentos en el momento que desee y donde quiera. En el bus. En el parque. En la oficina. Pero, especialmente, léalo en el largo atardecer en que le asaltan las preguntas del qué hacer, del cómo vivir, del hacia dónde partir. Y su niño interior responderá por usted.
(*)Mg. en Filosofía por la UNMSM