Opinión

Ni Dios se atrevería a tanto

Fernando Zambrano Ortiz

Analista Político

La reciente aprobación de la “Agenda 2030” y el “Pacto para el Futuro” en la “Cumbre del Futuro” de la ONU ha suscitado un intenso debate sobre sus implicaciones para la humanidad. En un momento en que el mundo enfrenta desafíos complejos, como el cambio climático, la desigualdad y las crisis de salud, estos acuerdos parecen ofrecer una solución integral. Sin embargo, es crucial examinar si realmente buscan el bienestar de todos o si, por el contrario, representan un nuevo intento de deshumanizar a la sociedad.

La “Agenda 2030”, sustentada en una utopía de igualdad que recuerda a las ideas marxistas, parece tener como objetivo transformar a la humanidad en una masa homogénea. Este enfoque ignora las diferencias inherentes a la naturaleza humana y busca uniformizar a un mundo que es desigual por esencia. La idea de convertir a las personas en un “gigantesco ejército de robots” que se adhieren a postulados universales es alarmante. La diversidad cultural, social y personal es lo que enriquece a nuestra sociedad, y cualquier intento de homogeneización puede llevar a una pérdida irreparable de identidad.

Además, el “Pacto Digital Global”, que se presenta como una iniciativa para facilitar la transferencia de conocimientos en inteligencia artificial a países en desarrollo, plantea serias preocupaciones sobre la censura digital. Bajo el pretexto de combatir la desinformación y proteger los derechos humanos, se corre el riesgo de silenciar voces disidentes y restringir la libertad de expresión. Este tipo de control social global es incompatible con los principios democráticos y puede resultar en un estado de vigilancia que limita la autonomía individual.

La “Declaración sobre las Generaciones Futuras” también merece atención. Aunque suena positiva en teoría, establece principios y compromisos que podrían convertirse en una guía mundial para el comportamiento humano y estatal. La idea de que organismos internacionales dictaminen cómo deben comportarse los ciudadanos y los gobiernos es inquietante. La autonomía local y nacional podría verse amenazada por una burocracia internacional que ignora las realidades culturales y sociales específicas.

Es fundamental cuestionar si estos acuerdos realmente benefician a la humanidad o si son un paso hacia un control más estricto sobre nuestras vidas. La historia nos ha enseñado que los movimientos ideológicos bien intencionados pueden tener consecuencias devastadoras cuando se implementan sin considerar las complejidades del ser humano.

En conclusión, mientras que la “Agenda 2030” y el “Pacto para el Futuro” pueden presentar propuestas atractivas para abordar los problemas globales, es esencial mantener una postura crítica. La deshumanización bajo el disfraz del progreso no es un camino que debamos seguir. Debemos abogar por un futuro donde se respete la diversidad humana y se protejan las libertades individuales, evitando caer en las trampas de un globalismo que busca uniformar nuestra existencia.

Ni siquiera Dios se atrevería a tanto; nosotros tampoco deberíamos hacerlo.