Por: Fernando Zambrano Ortiz
Analista Político
América Latina se encuentra en un momento crítico, atrapada en la compleja disputa entre dos potencias mundiales: Estados Unidos y China. Este conflicto no solo redefine las relaciones internacionales, sino que también transforma la dinámica interna de los países de la región. En este contexto, naciones como Venezuela, Chile y Colombia han pasado a convertirse en satélites políticos, mientras que Perú se posiciona estratégicamente como un actor clave en la cuenca del Pacífico.
La construcción del mega puerto de Chancay, concebido como un punto de entrada y salida para el comercio entre China y América Latina, es un ejemplo palpable de esta nueva realidad. Este puerto, que será complementado por el ambicioso proyecto del mega puerto de Corío en Arequipa, representa una oportunidad sin precedentes para el país. El potencial de Chancay se ve aún más reforzado por la propuesta de establecer un centro aeroespacial en el norte del país y una central nuclear en el sur, así como el desarrollo de la industria militar mediante convenios con naciones avanzadas en este sector.
Sin embargo, esta posición privilegiada no está exenta de riesgos. La influencia de operadores progresistas y ONGs afines ha creado un ambiente donde las decisiones políticas pueden estar más alineadas con intereses externos que con las necesidades reales de la población. Esta manipulación puede resultar en políticas que benefician a unos pocos a expensas del bienestar general, perpetuando un ciclo de desigualdad y descontento.
La situación se complica aún más con la creciente presencia de organizaciones criminales que han infiltrado nuestras instituciones judiciales. Estas entidades no solo extorsionan y manipulan a políticos y autoridades, sino que también socavan la confianza pública en el sistema democrático. La falta de un estado de derecho sólido puede llevar a una mayor inestabilidad política, afectando directamente el desarrollo económico y social del país.
En este contexto geopolítico cambiante, es crucial que los países latinoamericanos reflexionen sobre su papel en el nuevo orden mundial. La disputa entre Estados Unidos y China no debe ser vista únicamente como una oportunidad para obtener beneficios económicos; también plantea serios desafíos para la soberanía nacional y la autonomía política. Los líderes deben ser cautelosos al navegar estas aguas turbulentas, asegurándose de que las decisiones tomadas sean verdaderamente en beneficio del pueblo y no simplemente un reflejo de intereses externos.
América Latina se encuentra en una encrucijada histórica. La historia nos ha enseñado que los cambios geopolíticos pueden tener consecuencias profundas y duraderas. Es vital que los ciudadanos estén informados y participen activamente en el proceso político, exigiendo transparencia y responsabilidad a sus líderes. Solo así podremos construir un futuro donde nuestras naciones sean verdaderamente soberanas y capaces de enfrentar los retos del siglo XXI sin perder nuestra identidad ni nuestra autonomía.
El futuro está en nuestras manos. Es momento de actuar con responsabilidad y visión para garantizar que América Latina no solo sea un campo de batalla entre potencias extranjeras, sino un espacio donde florezca la democracia, la justicia social y el desarrollo sostenible.