Por: Víctor Andrés Ponce (*)
El 3 de octubre de 1968 las fuerzas armadas, encabezadas por el general Juan Velasco Alvarado, perpetraron un golpe de Estado que desarrolló un proceso de expropiaciones y nacionalizaciones en la minería, el agro, los servicios y casi todas las actividades económicas, y que además creó alrededor de 200 empresas estatales. El nuevo modelo económico de sustitución de importaciones implementó todos los principios y criterios controlistas del socialismo, con efectos devastadores para el futuro de los peruanos.
Una de las cosas más impresionantes del modelo socialista es que, durante diez años de democracia en los ochenta, los gobiernos nacidos en las urnas fueron incapaces de cancelar el modelo del Estado empresario, basado en la regulación de precios y mercados, en la preeminencia del sector estatal sobre el privado y el proteccionismo comercial. Un modelo que, finalmente, terminó con la hiperinflación de los años ochenta y el empobrecimiento de más del 60% de los peruanos. Las colas por pan, leche y huevos que a veces contemplamos en Venezuela, se escenificaron por primera vez en el Perú.
Con el modelo socialista el déficit fiscal, que en 1968 era de 1.7% del PBI, llegó a sobrepasar el 10%, mientras la deuda pública se disparaba sobre el 50% del PBI, hipotecando el futuro de varias generaciones. Sin inversión privada, el Estado de las empresas también se convirtió en el Estado empleador y la planilla estatal se incrementó en más de 80%. En este contexto, sin la existencia de un Banco Central de Reserva autónomo –como el que existe desde la Constitución de 1993– se comenzó a emitir moneda sin respaldo y, muy pronto, se desató una de las hiperinflaciones más destructivas de la historia económica mundial. El Estado empresario, el Estado empleador, se convirtió en un estado fallido con menos de US$ 130 millones de reservas.
Todo voló por los aires y las familias comenzaron a comerse sus mascotas. Entre 1987 y 1990, la hiperinflación del estado socialista de entonces contrajo la economía en más del 30% del PBI y el PBI per cápita cayó a niveles de 1960, retrocediendo dos décadas. Al Perú le tomó 15 años de crecimiento recuperar el ingreso per cápita perdido.
La demagogia, el populismo y las propuestas anticapitalistas de los movimientos antisistema de hoy, entonces, no son inocuos, pueden destruir países. El Perú, gracias al modelo socialista del velascato, perdió gran parte de la segunda mitad del siglo, no obstante las reformas económicas de los noventa que lideraron Alberto Fujimori y Carlos Boloña, reformas que relanzaron el crecimiento, la inversión privada y evitaron la disolución del territorio nacional.
Nuestro país, pues, en muchas cosas es pionero en América Latina. El modelo socialista, el Estado empresario y el proyecto de sustitución de importaciones, que ha empobrecido al 90% de los venezolanos y que amenaza con hacer estallar a la economía de Bolivia, se implementó primero en nuestro país. Y todo nació con el programa revolucionario del 3 de octubre de 1968.
De allí también la enorme importancia de comprender la naturaleza y la trascendencia de las reformas económicas de los años noventa, que cancelaron el Estado empresario, desregularon los precios y mercados y liberalizaron el comercio exterior. Asimismo, vale mencionar que esas mismas reformas generaron un manejo macroeconómico responsable y organizaron un Banco Central de Reserva con plena autonomía en el manejo monetario y el control de la inflación.
Luego de este breve recuento de acontecimientos vinculados al Estado socialista, ¿acaso alguien se atrevería a votar por las propuestas antisistema que algunos sectores pretenden reeditar?.
(*) Director de El Montonero (www.elmontonero.pe) (3-10-2024)