Por: FERNANDO VALDIVIA CORREA
Hace poco más de una semana, durante una actividad protocolar en la casa de gobierno, Dina Boluarte afirmó que “con 10 solcitos hacemos sopa, segundo y hasta postrecito. Nos la inventamos, así somos las mujeres”. De inmediato, fue severamente criticada. Más aún, la Red de Ollas Comunes de Lima Metropolitana calificó de burla estas expresiones. Pero, ¿Qué tan ciertas han sido las declaraciones de la mandataria?.
Previamente, permítanme comentarles que hace 7 años viajamos al centro del país. Nos hospedamos en La Oroya, y a la mañana siguiente partimos rumbo a Tarma. En el trayecto pasamos por un pueblo conocido por vender quesos artesanales (de diferentes sabores y precios cómodos). Tuvimos que esperar varios minutos para ser atendidos por la cantidad de gente que hacía fila para adquirir ese producto. Al filo de la medianoche, retornando al hotel le pregunté a la dama que me acompañaba si ya habíamos pasado por aquél poblado, recibiendo un escueto sí como respuesta. Incrédulo volví a formular la misma interrogante, obteniendo el mismo resultado. Casi contrariado, esbocé ¿y por qué no me di cuenta de esta ubicación?. Sencillamente porque no había luz. Sí, ese lugar, con hermosos paisajes, aglomerado de turistas desde el amanecer, horas después no existía en el mapa, pues no contaba siquiera con servicios básicos. Esta historia, no contada sino vivida, es quizá de las muchas que en la cotidianeidad experimentamos directa o indirectamente. Es nuestra realidad como sociedad. La enorme brecha entre lo rural y lo urbano. Y ni qué decir entre lo segundo y lo que sucede en nuestra capital.
Retomando el tema, en el Perú contamos con distintos programas de alimentación tendientes a reducir las brechas sociales; amén de eliminar gradualmente la desnutrición de los más vulnerables. Uno de ellos, probablemente el de mayor relevancia a la fecha es Qali Warma, con un presupuesto de S/ 2,500 millones, se encuentra en el foco de atención de la prensa por dar comida presuntamente contaminada. El Director Ejecutivo ha sido removido recientemente, y el Titular del MIDIS afirmó estar elaborando una norma que reemplace a este programa.
El segundo, no menos importante, es el Programa del Vaso de Leche, cuya población favorecida son niños de 0 a 6 años, madres gestantes y madres en periodo de lactancia, entendiéndose en condición de pobreza y extrema pobreza. En septiembre pasado, la Contraloría General de la República efectuó una acción de control sobre este programa al año 2023 (https://cdn.www.gob.pe/uploads/document/file/7000094/6032501-informe-n-003-2023-cg-socc-ic.pdf?v=1727368383), concluyendo -entre otros- que 900 municipalidades gastaron un promedio de S/ 254 millones, beneficiando a 1 millón de personas. Sin embargo, a pesar de la existencia de ambos programas, entre el 2019 y el 2023, la tasa de anemia infantil aumentó de 40.1% a 43.1%, en palabras del Instituto Peruano de Economía.
Entonces, ¿en qué estamos fallando; o mejor dicho porque en todos estos años aún no corregimos esta problemática?. Sin retorno. Lo que sí, y es un hecho irrefutable es la precariedad estatal; vale decir, el Estado no presta servicios mínimos requerido (luz, agua, postas, colegios, etc.) a todos los rincones de la patria.
Por lo tanto, no podemos afirmar, o negar, que familias enteras (principalmente de provincias) subsistan diariamente con S/ 10, aunque sí que muchas de ellas no cuentan con servicios básicos que debiera proveerles no solo el Poder Ejecutivo, sino también los municipios y regiones. Tarea pendiente, desde hace décadas.