Por: Víctor Andrés Ponce (*)
Sin embargo, algunas bancadas del Congreso pretenden destruir avances.
A los países occidentales alcanzar el desarrollo, a través de cuatro revoluciones industriales, les demandó dos siglos de constante crecimiento e innovación. Imaginar el desarrollo en dos centurias era aceptar que, durante mucho tiempo, siempre existirían países ricos y sociedades de medianos ingresos o pobres. Sin embargo, a fines de los sesenta, en medio de la Guerra Fría, Estados Unidos y los países occidentales se focalizaron en los países llamados “Tigres de Asia”, con el objeto de evitar que el comunismo controlara todo el continente asiático.
Con ese propósito los países occidentales respaldaron los esfuerzos de Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán para desarrollar una industria orientada hacia las exportaciones. La estrategia occidental fue exitosa: los llamados Tigres de Asia no solo se convirtieron en muros de contención del colectivismo, sino que avanzaron en algo más de cuatro décadas hacia el desarrollo. ¿Cuál fue la clave de este vertiginoso crecimiento y avance hacia la prosperidad? ¿El apoyo de Occidente? La respuesta es negativa porque durante la Guerra Fría las sociedades occidentales apoyaron a infinidad de países que nunca alcanzaron el desarrollo, entre ellos los estados latinoamericanos.
Una de las claves del rápido avance al desarrollo de los países asiáticos fue la reforma de la educación y las reformas en el sistema sanitario. Es decir, fue la creación de una fuerza laboral saludable y altamente educada y calificada, de manera que estos países pudieron engancharse, incluso, en las entonces nacientes tendencias de la IV Revolución Industrial en el mundo. Sin la reforma de la educación, por ejemplo, Corea del Sur nunca habría llegado a sobrepasar los US$ 33,000 en ingreso per cápita y, prácticamente, igualar al per cápita de Japón que iba muy por delante.
La educación, pues, puede abreviar el camino hacia el desarrollo si es que se entiende la importancia del capital social en la innovación tecnológica y empresarial. Las sociedades latinoamericanas, entre ellas el Perú, incluso podrían abreviar las décadas que les tomó a los llamados Tigres de Asia alcanzar el desarrollo. Un ejemplo clarísimo es Argentina. No es exagerado sostener que si las reformas económicas de Javier Milei triunfan en el país gaucho, por el capital social en su población y sus posibilidades económicas, podría marcar un nuevo tiempo en el camino hacia el desarrollo.
Algo parecido sucede con el Perú, un país bendecido por la geografía y la dotación de sus recursos naturales, a tal punto que el puerto de Chancay será el eje para conectar la costa del Pacífico con la del Atlántico, con el objeto de trasladar las exportaciones hacia China y Asia en general. Igualmente, el Perú es el escenario de la construcción del proyecto de Puerto Espacial. Ni qué decir de nuestra posición en la producción de cobre, oro, plata, en las industrias agroexportadora y pesquera.
A pesar de estas posibilidades y potencialidades, sorprendentemente en el Congreso un sector de bancadas pretende destruir el primer escalón que se ha construido para la reforma educativa: la Carrera Pública Magisterial (CPM). Una política de Estado que se aplica desde el 2006 hasta la actualidad y que, no obstante los esfuerzos del gobierno de Pedro Castillo en eliminarla, ha continuado por la resistencia de la sociedad y las instituciones.
En la actualidad, por ejemplo, está culminando el concurso para 50,000 plazas presupuestadas de docentes, porque ya se realizó la prueba clasificatoria: quedan 65,000 clasificados. Si se culmina con éxito este proceso más del 80% de los 450,000 maestros del magisterio pertenecerán a la Carrera Pública Magisterial. Sin embargo, en el Legislativo hay más de una iniciativa para proceder a nombrar a profesores que han sido desaprobados en los últimos concursos docentes. El nombramiento automático, pues, para quienes no estudian ni se capacitan.
Es evidente que algunas bancadas consideran que el magisterio es una base social para ganar adeptos, militantes y votos, o para desarrollar trincheras de adoctrinamiento en las escuelas a favor del marxismo, el colectivismo y las corrientes progresistas. En cualquier caso, a estos sectores les importa un comino el desarrollo nacional y el futuro de los niños más pobres de la sociedad, quienes obtienen un beneficio directo e inmediato de la reforma de la educación en el país.
(*) Director de El Montonero. (www.elmontonero.pe)