Por: Fernando Zambrano Ortiz
Analista Político
Es lamentable observar el papel de aquellos tecnócratas que parecen no comprender que su función debería centrarse en la reflexión crítica entre el “ser” y el “deber ser”, en lugar de limitarse a la mera elaboración de informes de gabinete. La esencia de su labor debería ser la búsqueda de un equilibrio entre la realidad actual y las aspiraciones sociales, guiando así las decisiones políticas hacia un futuro más justo y equitativo.
La filosofía política nos ofrece una rica tradición de pensamiento que resalta la importancia de esta distinción. Platón, en su obra “La República”, argumenta que los gobernantes deben ser filósofos, es decir, individuos capaces de ver más allá de las apariencias y comprender las verdades fundamentales que rigen la sociedad. En este sentido, los tecnócratas deben ir más allá de los datos y estadísticas; necesitan interpretar el contexto social en el que operan, entendiendo que sus decisiones impactan directamente en la vida de las personas.
Aquellos que se encuentran en posiciones de poder y por ende les corresponde tomar decisiones sobre políticas públicas, deben adoptar el papel de observadores críticos, situándose “sobre la colina” para analizar el panorama completo. Hannah Arendt enfatiza en su obra “La condición humana” que la acción política requiere una comprensión profunda del mundo y sus dinámicas, lo cual es esencial para tomar decisiones trascendentales. Los líderes deben ser capaces de discernir no solo lo que es eficiente, sino también lo que es justo y ético.
La tecnocracia, entendida como el gobierno de los expertos, ha sido objeto de debate a lo largo de la historia. Max Weber advirtió sobre los peligros de una burocracia deshumanizada, donde la técnica se impone sobre la realidad social y la ética. La tecnocracia puede aportar soluciones efectivas a problemas complejos, pero no debe convertirse en una dictadura del conocimiento que ignore las voces y necesidades del pueblo. Como señala Giovanni Sartori, aunque los tecnócratas pueden poseer un conocimiento especializado, esto no garantiza que actúen como verdaderos líderes políticos; su influencia debe estar subordinada a un marco democrático que priorice la participación ciudadana.
La democracia no puede ser relegada a un mero ejercicio técnico; debe ser un proceso dinámico y participativo. John Dewey, filósofo y educador estadounidense, defendía que la democracia es más que un sistema político; es una forma de vida basada en la interacción social y el diálogo. Los tecnócratas deben recordar que su papel es asesorar y facilitar, no sustituir a los representantes elegidos por el pueblo.
En conclusión, es fundamental que los tecnócratas reconozcan su responsabilidad en el tejido social y político. Deben actuar como puentes entre el conocimiento técnico y las decisiones políticas, promoviendo un diálogo inclusivo que permita construir un futuro más equitativo. La verdadera grandeza del liderazgo radica en la capacidad de escuchar y comprender las aspiraciones del pueblo, integrando tanto el “ser” como el “deber ser” en sus decisiones. Solo así podrán contribuir a una sociedad más justa y democrática.