POR: FERNANDO VALDIVIA CORREA
Es común escuchar que los países no tienen amigos, sino intereses. Además, que en política el cultivar lealtades resulta ser en nuestros días un bien enormemente preciado, por no decir casi olvidado. Estas acepciones las conocemos desde hace varios años, y digámoslo claramente hasta se ha normalizado. No sorprende que una persona que postula a un cargo público (Congresista, Alcalde, o Gobernador Regional) al poco tiempo de ser elegido renuncia al partido o movimiento político por el cual candidateó. En los noventa solía llamársele “tránsfuga”; sin embargo, hoy en día ya no sorprende cuando ocurre.
Al presentarse una situación como la antes descrita, acarrea, de un lado, que esa agrupación política al interior del Concejo Municipal o Consejo Regional, o incluso en el Parlamento, quede resquebrajado, restándoles fuerza en la toma de decisiones; y de otro, habilita peligrosamente a quienes se fueron, a acomodarse entre sí, votando en adelante por intereses personales, dejando de lado el bien común para el público que los eligió. Aunado a lo anterior, es la exposición mediática. Es rutinario observar como algún político dice cualquier cosa (con o sin sentido de la realidad) con tal de tener cierto protagonismo (entrevista radial o televisiva). Parafraseando a sir Winston Churchill “El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes”.
Uno de estos protagonistas, tristemente célebre por cierto, ha sido Alberto Otárola. Sí, el expremier, y otrora abogado y hombre de entera confianza de Dina Boluarte. Literalmente “se fue de boca”, por decirlo menos. A inicios de mes, invitado a la Comisión de Fiscalización del Congreso decidió espontáneamente “contar su verdad” como él mismo ha referido, soltando el dato, infaltable para el escándalo. En su alocución espetó que “……. en este procedimiento quirúrgico como le sucede a cualquier persona no estuvo desatendiendo sus labores que le competían al cargo y me consta porque yo fui presidente del Consejo de Ministros y ella estuvo en permanente contacto con el suscrito……”.
De inmediato, tal cual caja de resonancia, los enemigos del régimen (que son varios, y los que no igual van al cargamontón) se fueron encima de doña Dina. Inclusive la Fiscalía (para quienes no existe en el país delitos como secuestros, homicidios, extorsiones, etc., que perseguir) anunció una investigación preliminar contra la mandataria, por presunta omisión de actos funcionales y abandono de cargo, pretextando incumplimiento de deberes al no dar cuenta al hemiciclo sobre su estado de salud en aquellos días.
Paralelamente, el gabinete Adrianzen -como corresponde- cerró filas en torno a la Jefe de Estado, tildando de desleal a Otárola Peñaranda. Más aún, la propia Dina, en conferencia de prensa, negó haberse sometido a una intervención estética, sino que fue una intervención necesaria e imprescindible para su salud, agregando que “la necesitaba para mi funcionalidad respiratoria y no me generó ningún tipo de incapacidad o impedimento para ejercer mis funciones como presidenta”.
Más allá de los motivos que llevaron al exPCM a efectuar alarmantes declaraciones, está el hecho de mantener la reserva de la información, incluyendo lo contradictorio de sus expresiones. Afirmar que la Presidente fue operada aunque no descuidó sus labores era innecesario. Pero, vayamos un tanto más. Si la intención fue incomodar al gobierno (o mejor dicho provocar un cisma al interior del Ejecutivo y/o enfrentamientos entre este y el Parlamento, el hecho de aseverar que conoció de antemano esta noticia, por qué no lo comunicó oportunamente y de manera directa al Congreso. En buen romance, porqué esperar a estar fuera del gobierno para recién denunciar que Dina “hizo algo”, pero que “ese algo” no era malo para los intereses del país.
Como suele expresarse coloquialmente, con amigos así para qué enemigos.