Opinión

Los hijos del odio

Por:  Fernando Zambrano Ortiz

Analista Político

En un mundo donde las divisiones sociales parecen profundizarse cada día más, el odio se ha convertido en una fuerza que arrastra a sociedades enteras hacia la violencia y la desconfianza. Este fenómeno no es nuevo; tiene raíces profundas que se entrelazan con ideologías políticas que han marcado la historia. A lo largo de los siglos, hemos sido testigos de cómo el odio de clases, alimentado por el comunismo, ha evolucionado hacia un odio político que desestabiliza nuestras democracias y socava la cohesión social.

La evolución del odio de clases gestado por el comunismo hacia el odio político en las sociedades contemporáneas es un fenómeno complejo que ha dejado profundas huellas en la historia. El odio de clases y el odio político han estado intrínsecamente relacionados a lo largo de la historia moderna, creando un ciclo destructivo que influye en la dinámica social y política de diversas sociedades. El comunismo, al promulgar una ideología de lucha de clases, ha alimentado un ciclo de odio que se manifiesta no solo en violencia física, sino también en discursos de deslegitimación política.

El nacionalismo extremo, como el que promovió Hitler, llevó al odio y exterminio de millones de judíos. De manera similar, el comunismo ha estado marcado desde sus inicios por un discurso que polariza a la sociedad. Karl Marx y Friedrich Engels, en “El Manifiesto Comunista”, plantearon la lucha entre burguesía y proletariado como el motor de la historia. Este enfoque es una incitación al odio, creando un ambiente propicio para la violencia.

A lo largo del siglo XX, líderes comunistas como Stalin, Mao Zedong y Pol Pot implementaron políticas que resultaron en purgas masivas y genocidios. Estas acciones fueron justificadas bajo la premisa de eliminar a los enemigos del pueblo, reflejando cómo el odio de clases se transformó en un odio político sistemático. En la Unión Soviética, las purgas estalinistas llevaron a la muerte de millones bajo el pretexto de proteger al estado socialista. Del mismo modo, Mao Tse-Tung causó la muerte de decenas de millones durante el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural.

En contextos más recientes – luego de la caída de Sendero Luminoso en Perú – se observa cómo sus defensores, que no son otra cosa que “hijos del odio”, no solo perpetran violencia contra el Estado, sino que también incitan al odio hacia sus opositores políticos. Este ciclo perpetuo se manifiesta en discursos que buscan deslegitimar cualquier forma de oposición política. La retórica del odio se convierte así en una herramienta para movilizar a las masas y justificar acciones violentas.

La ideología del odio y su evolución desde una lucha de clases promovida por el comunismo hasta un odio político contemporáneo revela un ciclo destructivo con consecuencias trágicas a lo largo de la historia. La historia nos enseña que el odio engendra más odio; es fundamental buscar caminos hacia la reconciliación y el entendimiento mutuo para construir sociedades más justas y pacíficas.

La relación entre el odio de clases y el odio político es compleja y ha evolucionado con el tiempo. Mientras que el primero puede ser una respuesta a injusticias económicas, el segundo se manifiesta como una forma de deslegitimación política que perpetúa ciclos de violencia y división social.

Desde 1992, tras la captura del líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, diversas ONGs defensoras de terroristas, junto a políticos de izquierda progresista conocidos como “caviares”, han empleado narrativas distorsionadas para infundir odio en la juventud peruana. Este resentimiento, que inicialmente se enfocó en el fujimorismo —responsable de la caída de Sendero Luminoso y el MRTA—, ha crecido y se ha generalizado hacia nuestras autoridades y el Estado en su conjunto.

En este contexto, es crucial reflexionar sobre cómo podemos romper este ciclo y promover un futuro donde prevalezca el respeto mutuo y la convivencia pacífica. Debemos descontaminar la mente de quienes hoy son los “hijos del odio”.