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Fallece ayer en Lima el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa

  • Partió a la eternidad a los a los 89 años, rodeado de su familia. Sus restos serán incinerados.

El escritor peruano Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, falleció ayer en Lima a los 89 años. El laureado hombre de letras partió de este mundo en paz y rodeado de los suyos, precisó su hijo Álvaro Vargas Llosa a través de las redes sociales.

Además, compartió una carta firmada por él y sus hermanos Morgana y Gonzalo, en donde indican que no tendrá lugar ninguna ceremonia pública para despedirlo, de acuerdo con las instrucciones del célebre escritor nacido en Arequipa.

“Con profundo dolor, hacemos público que nuestro padre, Mario Vargas Llosa, ha fallecido hoy en Lima, rodeado de su familia y en paz”, inicia el texto publicado.

“Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores alrededor del mundo, pero esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá”, agrega la carta.

Los hijos indican también que su madre, Patricia Llosa, y los nietos del escritor confían en tener el espacio y la privacidad para despedirlo en familia y en compañía de amigos cercanos.

“Sus restos, como era su voluntad, serán incinerados”, precisaron los hermanos Vargas Llosa.

“Procederemos en las próximas horas y días de acuerdo con sus instrucciones. No tendrá lugar ninguna ceremonia pública”, concluye la carta firmada por los hijos del Premio Nobel de Literatura 2010.

El escrito fue compartido también por su hija Morgana, quien reiteró el profundo dolor que ha causado en su familia la partida del autor de obras como Conversación en la catedral y La ciudad y los perros.

El último 28 de marzo Mario Vargas Llosa había celebrado sus 89 años de vida en la ciudad de Lima, donde estuvo radicando en los últimos años.

Nacido en Arequipa el 28 de marzo de 1936, el premio Nobel de literatura de 2010 acababa de cumplir los 89 años. Autor de obras fundamentales como Conversación en La Catedral, La ciudad y los perros o La fiesta del Chivo, fue uno de los escritores más importantes de la literatura contemporánea en cualquier lengua. Novelista, ensayista, polemista, articulista y académico, Vargas Llosa pasará a la historia como un extraordinario narrador y un influyente intelectual a la antigua usanza, es decir, anterior a las redes sociales. En octubre de 2023 publicó su última novela, Le dedico mi silencio, que se cerraba con un escueto colofón en el que anunciaba su adiós a la ficción.

Dos meses más tarde se despedía también del columnismo periodístico, es decir, de su Piedra de toque, la tribuna que desde 1990 publicaba quincenalmente en EL PAÍS. Esos artículos eran la demostración de su inagotable curiosidad intelectual y de su afán por intervenir en todos los debates sociales y políticos de la actualidad. En ellos, como en algunos de sus ensayos, aparecía ese Vargas Llosa progresista en lo moral, pero neoliberal en lo económico que desconcertaba (y hasta irritaba) a los miles de admiradores de sus novelas.

Fue su compromiso político conservador el invocado durante años para explicar la tardanza en recibir un galardón para el que parecía predestinado: el Premio Nobel de Literatura. En 2010, justo cuando había desaparecido de las apuestas, la Academia Sueca lo despertó de madrugada en Nueva York —era profesor invitado en Princeton— para anunciarle que por fin se le había concedido la medalla más codiciada de las letras universales. ¿La razón? “Por su cartografía de las estructuras del poder y sus afiladas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”. Tenía 74 años y acababa de mandar a la imprenta una novela sobre el colonialismo salvaje asociado a la explotación del caucho: El sueño del celta.

Para él, escritura y política siempre fueron dos caras de la misma moneda: la de la libertad individual. A costa incluso de la justicia social. Por eso remató su discurso del Nobel recordando que “las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad”. La lectura, añadió, inocula la rebeldía en el espíritu humano: “Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible”. Y en su caso, algo más: ser inmortal para sus lectores.