Por: Fernando Zambrano Ortiz
Analista Político
Cuando uno escucha que más de 230 mil firmas falsas fueron usadas para inscribir partidos políticos en el Perú, la reacción natural debería ser una indignación profunda, casi visceral. Pero en lugar de condena generalizada, asistimos a un espectáculo bochornoso donde algunos pretenden relativizar lo ocurrido, como si falsificar la voluntad popular fuera apenas un “error de trámite”. No. No es un error. Es un atentado frontal contra la fe pública y una bofetada directa a la democracia. Es, además, una de las principales razones por las cuales hoy vemos proliferar partidos que no representan a nadie, salvo a los intereses de quienes los controlan.
Los informes del Reniec no dejan espacio para las dudas. No estamos hablando de rumores ni de “percepciones”. Hay documentos técnicos, cotejos de huellas y firmas, que prueban que más de 230 mil fichas presentan irregularidades graves. En vez de construir respaldo ciudadano auténtico, varios partidos optaron por el fraude descarado para colarse en el sistema.
Entre los involucrados figuran organizaciones de alto perfil. Perú Primero, el partido ligado al expresidente Martín Vizcarra, presentó más de 5,000 firmas falsas. Voces del Pueblo, fundado por Guillermo Bermejo, también enfrenta graves acusaciones: no solo por firmas falsas, sino por el presunto uso de recursos estatales para financiar su campaña, según denuncias de un colaborador eficaz. ¿Qué tipo de democracia podemos esperar si quienes buscan dirigir el país comienzan sus carreras políticas mintiendo y saqueando?
El caso de Primero La Gente es igual de escandaloso. Dirigido por Miguel del Castillo y con planes de lanzar a Marisol Pérez Tello a la presidencia, este partido habría contratado servicios para falsificar firmas. Según reveló un reportaje de Punto Final, se detectaron 4,039 firmas falsas en su expediente.
La lista sigue: el Partido Político Nueva Gente, presidido por Carlos Vega, presentó más de 28,000 firmas, de las cuales casi el 96% fueron declaradas inválidas. Así, uno tras otro, estos partidos compiten en una triste carrera para ver quién logra burlar mejor al sistema.
¿Qué nos dice todo esto? Que, para muchos, el acceso al poder no pasa por el respaldo popular, sino por la estafa. Que la ética política ha sido reducida a un adorno prescindible, reemplazada por la trampa y la viveza. ¿Y después tienen la desfachatez de hablar de “renovación” y “democracia”?
Más preocupante aún es la reacción institucional. El Reniec hizo su trabajo: emitió más de 130 informes técnicos detallando las irregularidades, pero no denunció estos ilícitos penales ante el Ministerio Publico. No cabe la justificación esgrimida por Reniec de que ellos no sancionan, que su tarea es solo verificar, como si se tratara de una mera falta administrativa. Pero también es cierto que las decisiones administrativas recaen en el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) y las de naturaleza delictiva en las autoridades penales. Y hasta ahora, lo que vemos es silencio cómplice, lentitud, evasivas, y una vergonzosa intención de pasar la página como si aquí no hubiera pasado nada. Ni siquiera se menciona la posibilidad de anular la inscripción de estos partidos por haber actuado en contra del sistema democrático.
Se habla de implementar biometría facial y otras tecnologías para evitar fraudes futuros, en un intento de trasladar la responsabilidad al Congreso, que no tiene nada que ver en el tema. Bienvenidas sean las iniciativas, pero no basta con promesas de futuro. Hay que hacer justicia ahora.
Cada firma falsa no es solo un número frío en un informe. Es una traición concreta a millones de peruanos. Relativizar, justificar o encubrir estas prácticas es ser cómplice directo de la corrupción electoral.
El sistema político peruano ya está demasiado desprestigiado como para tolerar una mancha más. Si no exigimos sanciones ejemplares de naturaleza administrativa y penal hoy mismo, si permitimos que los tramposos participen como si nada, entonces la democracia peruana quedará firmada, sí, pero con tinta de fraude.
La democracia no se construye mintiendo. La democracia no se firma con trampa. Se edifica con respeto, con transparencia y con juego limpio. Tolerar estas prácticas es renunciar a la esperanza de un país decente. Y eso, simplemente, no lo podemos permitir.