No lo dudó ni un solo instante. El Obispo de la Ciudad, monseñor Ángel Francisco Simón Piorno dispuso la inmediata separación del Párroco de la Iglesia “Nuestra Señora de Guadalupe” de la urbanización “Nicolás Garatea”, sacerdote Marco Antonio Huaripata Medina, a quien suspendió del Ministerio clerical.
La medida guarda relación con la denuncia y la investigación que se ha iniciado contra el referido sacerdote por delitos contra el pudor en la modalidad de tocamientos indebidos a una menor de edad, hechos ocurridos en octubre del año pasado y que dieron lugar a que el representante de la iglesia no fuera detenido por las autoridades.
El escándalo se desató el último jueves por la noche, cuando una adolescente de 16 años de edad, que el año pasado era miembro de la Catequesis y el coro de la Iglesia de Garatea, reveló a su padre los hechos de los cuales fue víctima por parte del padre Marco en la Parroquia, cuando acudía a las charlas y actividades religiosas a las cuales acostumbraban a concurrir como parte de su estrecha relación con la Iglesia.
El padre de familia reveló a los periodistas que llegaron esa noche a la Comisaría de Buenos Aires, que su hija recién le contaba lo sucedido porque estaba atormentada desde que fue acosada y abusada por el sacerdote, no podía conciliar el sueño y decidió confiarle lo que pasó como debería haberlo hecho desde un primer momento.
Según el testimonio del denunciante, su hija fue obligada por el sacerdote a sentarse sobre sus piernas y pretendiendo persuadirla con falsas exigencias en su labor de catequista, comenzó a manosearla en su cuerpo y en sus partes íntimas para besarla antes que fuera rechazado por la niña.
El progenitor dijo que al escuchar este testimonio no vaciló en salir directo a la parroquia u buscar al sacerdote para propinarle una soberana paliza, sin embargo, solo le dio unos golpes porque fue contenido por sus familiares quienes le recomendaron dirigirse a la Comisaría para denunciar los hechos.
Curiosamente, el sacerdote también llegó a la sede policial, aparentemente, dio cuenta de lo que estaba sucediendo al Obispo de la ciudad que se apersonó a la Comisaría para tomar conocimiento de lo sucedido y fue entonces que el sacerdote, sin admitir su responsabilidad en los tocamientos, llegó a admitir que había besado a la menor.
Seguramente que en el marco de la investigación se podrá construir el escenario del presunto crimen perpetrado por el sacerdote, a decir de la denuncia penal que pesa en su contra, es en esa pesquisa que deberán conocerse lo que realmente pasó y podrían salir a la luz acontecimientos que inicialmente se desconocen.
Por lo menos, a muchos nos llama la atención que la adolescente, hoy ya con 17 años de edad, haya revelado recién después de cinco meses los repudiables actos perpetrados por el sacerdote de Garatea, muchos pensamos que el solo hecho de mantenerse en una actividad religiosa que la empuja a tener que concurrir a la Iglesia y acercarse a su atacante la colocó en una situación de incomodidad emocional que fue mellando su situación.
Inclusive, teniendo en cuenta el tiempo que ha transcurrido, es posible que el denunciado no solo haya intentado a repetir el hecho o llegar a algo más y eso sería lo que recién ha motivado a la menor a revelar lo que había sucedido a su señor padre que reaccionó como lo haría cualquier padre de familia indignado y enfurecido por la forma como se había abusado de la confianza a una niña que lo único que hacía es colaborar con la actividad religiosa y buscar estar al lado de Dios.
Es realmente lamentable lo que ha sucedido pero es un escándalo más que suma la Iglesia por acción de pastores equivocados que se aprovechan de un ministerio santificado para abordar a las niñas, para acosarlas y someterlas a un infierno lascivo que realmente debe repudiarse y castigarse.
Este hecho no solo implica la acción innoble y deshonesta por parte de un miembro de la Iglesia, hay mucho más delicado de por medio y que advierten las autoridades y es el serio daño que se provoca en el estado psíquico y emocional de una niña, el saldo traumático que representa para ella un ataque malsano de esta índole y por ello habrá que proporcionarle ayuda psicológica de inmediato.
Por lo demás, habría que entender que estos hechos son aislados y no comprometen la majestad de la iglesia, empero, no es el primer caso que ocurre en nuestra ciudad, por el contrario apenas el año pasado la justicia ha condenado nada menos que a 10 años de cárcel a un sacerdote que incurrió en las mismas y dolosas prácticas con una menor que colaboraba en su parroquia.
Coincidentemente, esos hechos ocurrieron en la misma o una parroquia cercana, lo que nos da una idea de lo mal que vienen respondiendo algunos sacerdotes que se suponen han entregado su vida y futuro al servicio de la iglesia para respetar y ayudar al prójimo, pero que finalmente traicionan esos principios.
Por ello es que el Obispo Simón Piorno no ha vacilado en tomar una medida drástica a la luz de una denuncia en ciernes y que deberá ser sometida a una meticulosa investigación, empero, en un momento sumamente sensible para la Iglesia que ha sido remecida por las denuncias de pederastas a nivel internacional, no cabía otra salida frente a un nuevo escándalo en el que se compromete a la Diócesis de Chimbote.
Esperemos que las autoridades hagan jun trabajo serio e imparcial, que lleguen a develar la verdad, que se recojan no solo las versiones de las partes involucradas sino de quienes trabajan en el entorno del párroco y de los fieles que habitualmente llegan y se relacionan con la actividad parroquial, ellos deben conocer no solo la conducta del sacerdote denunciado sino algunos hechos que podrían descubrir las perniciosas inclinaciones que hoy le achacan en la denuncia.
Es una lástima que esto suceda en estos días que estamos en tiempos de Cuaresma, en un periodo que nos invita a la conversión, que empuja al recogimiento y la reflexión y que nos dice que debemos caminar junto a Dios. De allí que la decisión de la máxima autoridad eclesiástica de Chimbote, al suspender al sacerdote Marco Antonio Huaripata, es la secuela inevitable de un penoso capítulo que nos toca vivir en el mundo católico de Chimbote.