Opinión

ATENCIÓN A LAS PERSONAS DE LA TERCERA EDAD

Por: CPC Sergio Agurto Fernández

En el récord laboral, la edad de jubilación (65 años) constituye una valla imaginaria muy importante, porque marca un antes y un después en la vida de las personas, cerrando una etapa prolífica en acontecimientos, para iniciar otra nueva con “0” años, caracterizado fundamentalmente por la vida sedentaria del esforzado trabajador.

La jubilación es sinónimo de paz, tranquilidad y disfrute de todo cuanto se ha podido acumular en la vida, con sacrificio y disciplina; pero estos placeres son alcanzados sólo por una minoría de afortunados ciudadanos, que tuvieron escalas salariales de privilegio y por pertenecer a un régimen pensionario distinto a la ONP.

El jubilado en el Perú, no puede sobrevivir únicamente de la pensión que percibe, por lo exiguo que es y por los topes que el sistema lo impone, tienen que subemplearse o crear su propio empleo como trabajador informal, no queda otra. Pero luego de solucionado el problema del desempleo post jubilación, este detalle tiene su lado positivo, porque devuelve la autoestima al jubilado, al saberse todavía útil y productivo y por seguir perteneciendo a la Población Económicamente Activa (PEA).

Nos preguntamos entonces, ¿Qué pasará con aquellos que no tuvieron la suerte de insertarse en un empleo formal ni ser un entusiasta emprendedor?; con resignación sentirán cómo los años pasan y la necesidad de tocar las puertas de los programas sociales del Gobierno, aumentan, pero también habrán otros desafortunados que al no tener descendientes directos o sufrir el abandono de los hijos, para sobrevivir y esperar la hora final, la calle es una cruda alternativa no deseada, a falta de suficientes albergues que los cobije.

Pero también hay personas que, luego de largos años de intenso trajín laboral, sobreviven su ancianidad postergados por años y con el sueño de un justo aumento, que casi nunca llega. Ellos son los cesantes y jubilados de los regímenes pensionarios de las Leyes 20530 y 19990. El sueño de un mañana mejor de estas personas es una utopía, un espejismo y es casi un bien inalcanzable. Se les debe hacer justicia con un aumento razonable en las disminuidas pensiones de estos ya envejecidos ciudadanos, como un regalo en el ocaso de sus existencias. Esta longevidad es una barrera inevitable de eludir y al que todos algún día tendremos que llegar; entonces a preparar el terreno para cuando ello ocurra. Basta ya, no más pensiones de sobrevivencia para los jubilados.

Hay una deuda social que el Estado tiene con los jubilados del sistema previsional público y que mensualmente lo viene resarciendo al completar el desbalance en la planilla de pensiones, porque los aportes mensuales de los afiliados al sistema, no alcanza a financiarlo en su totalidad. ¿Por qué?, por las razones siguientes: 1) El sistema nació quebrado, desde el momento en que no había un control individualizado de los aportantes, para que se conozca quiénes en realidad tenían el derecho de percibir una pensión y así evitar el contrabando de expedientes fantasmas; 2) Estos fondos acumulados no se destinaban a las inversiones productivas en el sector privado para generar rentabilidad, sino que los Gobiernos los orientaban a la ejecución de obras públicas, sin la garantía  del retorno ni del capital ni de los intereses, significando la desfinanciación total del sistema. Es por eso la aparente generosidad del Gobierno para inyectar recursos públicos con el fin de balancear el habitual déficit de la ONP.

Lo que está ocurriendo con estos pensionistas, sobrevivientes de las entidades que precedieron a la ONP, es la consecuencia de la improvisación y de los malos manejos, por encomendar la administración del sistema a manos inexpertas que lo dejaron totalmente colapsados, con el riesgo de desaparecer y convertir al Estado en una suerte de mega beneficencia pública, y seguirá así mientras siga vigente la Ley 19990 y aún queden miles de afiliados con derecho a la jubilación. Evidentemente para sufrir estos desajustes alguien se equivocó, o fueron los calculistas actuariales del sistema o la carencia de una visión futurista de los legisladores de turno; a ellos que la historia y la justicia divina los juzgue, porque la justicia ordinaria ya no les alcanzará, y por el tiempo transcurrido, y es posible que ya estén fuera de circulación sobre la faz de la Tierra.