ALGO MÁS QUE PALABRAS
El territorio de la manipulación y de la falsedad rueda por doquier. Viene haciéndolo como una bola de nieve. Lo cruel es que cada día es un poco más grande, lo que envilece las relaciones humanas y nuestra propia convivencia. Por ello, quizás tengamos que ahondar más en nosotros mismos, buscar tiempo para reflexionar sobre los mecanismos ocultos de la maldad, adentrarnos en sus raíces para poder cambiar el mundo gradualmente. Hoy en día, andamos tan sofocados, que es muy fácil perpetuar el doblez en nuestras vidas. Sin duda, tenemos que ganar autodominio, tampoco encerrarnos sino abrirnos, cultivar la coherencia solidaria y la disponibilidad para promover el ansiado bien colectivo. Indudablemente, la renovación debe comenzar por nuestro interior, siendo más auténtico y menos sectario, lo que requiere de un persistente ejercicio de análisis que nos restaure la verdad, en medio de un estado confuso, en el que ingerimos de un solo trago un chisme que nos agasaja, mientras saboreamos gota a gota la verdad que, en ocasiones nos amarga, y en realidad es la que justamente nos amansa. Ojalá aprendamos a discernir, tanto cuando debemos hablar como cuando debemos callar.
Sea como fuere, tenemos que acostumbrarnos a llamar a las cosas por su nombre, no podemos desenvolvernos en una marea de apariencias que nos tritura como seres pensantes. La irresponsabilidad es manifiesta en toda la humanidad; puesto que, la perversa invención, el odio, la inhumanidad y la deshumanización están rompiendo nuestra fibra humana, que es la que nos hermana socialmente. Hemos de reevaluar, por tanto, nuestras actitudes y comportamientos. Nos hará bien, para comprender que es necesario tomar otra orientación y defender los derechos humanos sobre todo lo demás, al menos para que la humanidad pueda sobrevivir. De una vez por todas, tenemos la obligación de despojarnos de esta atmósfera hipócrita, que todo lo confunde en beneficio de algunos privilegiados. Precisamos, en consecuencia, desterrar esos discursos públicos malintencionados, embadurnados de mil atropellos e ilegalidades. Ya está bien de dejarnos falsificar por gentes sin escrúpulos, que lo único que siembran es desorden y división, contaminando las relaciones e infectando el orbe de escenarios amenazadores de muerte.
El pueblo, en su conjunto, anda hambriento de veracidad; incluida la verdad fundamental de nuestra igualdad de derechos y dignidad como seres humanos. Me niego, personalmente, a que la farsa comercial pueda deslizarse solapadamente en todas partes. Bajo estos aires de incertidumbre, duda y sospecha, lo único que sale ganando es lo salvaje. Lo armónico no entiende ni conoce las armas del disfraz. Las culturas tienen que volver a ser vehículo de conciencia justa. Abramos bien los ojos ante las tensiones, las injusticias y las luchas que forman parte de nuestro hábitat, mirémonos de frente, reconduzcamos andares con otros lenguajes más sinceros que permitan movilizar las energías humanas, contando con el pleno respeto hacia toda vida. De humanos es corregir errores y quitar piedras del camino; nunca olvidemos de hacerlo en primera persona. El ejemplo comienza por el “yo”. Rechazar ese espíritu reconciliador, significa continuar engañándonos y entrar en la horca del embuste. Tal vez, también precisemos invertir mucho más en la educación de los derechos humanos, cuando menos para neutralizar la discriminación y las teorías de las conspiraciones tóxicas e infundadas.
En cualquier caso, el persistente y continuo engaño social, con sus consabidos cómplices de batalla, disimulando la franqueza y disfrazando los designios, nos están preparando un terreno propicio verdaderamente catastrófico. Es cierto que el ser humano, por sí mismo, es un ser que se crece en acción y que vive comunicando, por lo que está continuamente en vilo, entre la verdad y la mentira. Pero, también es fundamental reconocer que nada está perdido sobre ningún camino, que nunca es tarde para oírse y verse internamente, que es como en esencia aprendemos a fundamentar la concordia en la transparencia de una existencia cotidiana inspirada en el quehacer del donarse sin más. Precisamente, bajo la sombra de la pandemia de COVID-19, donde se han visto las fisuras e inmoralidades que existen desde hace tiempo en nuestras sociedades, lo que ha de llevarnos a trabajar más intensamente en recuperar vínculos, en sentirnos más familia; y, por ende, más amor, puesto que hemos de sanar las sociedades corrompidas por el odio y la sed de venganza que realmente impera por todo el planeta.
Víctor CORCOBA HERRERO /
Escritor
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