Una especie de maldición que los peruanos cargamos sobre los hombros, es el hecho de que los cinco presidentes elegidos a partir de 1985, hayan terminado procesados o encarcelados por haber cometido graves delitos de corrupción en perjuicio del pueblo que los eligió.
Con la única y honrosa excepción del presidente de transición Valentín Paniagua Corazao (16 de noviembre del 2000 al 28 de julio del 2001), los cinco últimos gobernantes que hemos tenido en el Perú han pasado a la historia como convictos traidores de la voluntad popular expresada en las ánforas. Otro concepto y otras palabras, no definen con tanta exactitud esa conducta.
Pero el delito de corrupción por el que están siendo procesados y por el que tendrán que pagar severas condenas, no es el único lastre que los identifica por igual. Existe otro agravante en el que también todos coinciden con el mismo grado de culpabilidad. Es el haber engañado al país con plena conciencia de lo que estaban haciendo.
“Ni shock ni gradualismo”, “ni borrón, ni cuenta nueva”, “con el chorreo venceremos la pobreza”, “sierra exportadora”, “gas a 12 soles el balón”, “muerte a los corruptos”, etc, etc., son algunas de las promesas que los cinco ex gobernantes pregonaban cuando eran candidatos y que todavía resuenan en nuestros oídos.
Con estas promesas ofrecieron transformar al Perú de un día para otro y para eso acudieron a una publicidad de rebaño basada en mentira. Hicieron de los cierres de campaña, no un pacto de honor con el país, sino un derroche desenfrenado de espectáculos faranduleros. Aparentemente, como en la antigua Roma, el pueblo debería conformarse con pan y circo.
Para fortuna de ellos, el Perú ha sido y sigue siendo un país multicultural, espontáneo y tradicionalmente complaciente con quien pide un favor, sin exigir nada a cambio. Por eso es frecuente que el electorado peruano caiga fácilmente en el engaño o se deje llevar por las emociones. Por eso, en política, la buena voluntad se paga muy caro.
Cuando faltan menos de 24 horas para elegir a un nuevo presidente de la República, sería bueno preguntarnos qué de bueno ha ocurrido en el Perú en los últimos treintaicinco años. El nivel de pobreza y pobreza extrema se mantiene entre los más elevados del mundo. La calidad de los sistemas de salud y educación es tan precaria que han sido los primeros en colapsar tan pronto como empezó la pandemia.
Las promesas de los dieciocho candidatos que disputarán mañana la presidencia del Perú, son las mismas que hemos escuchado en anteriores elecciones, solo que con diferentes palabras. En cuanto a planes de gobierno, ninguno es coherente. Cualquiera diría que parecen libretos para un programa de concurso, redactados apuradamente.
Posiblemente convencidos de que la mejor publicidad llega a través del estómago y el bolsillo vacío, la mayoría de candidatos está ofreciendo regalar nuevos bonos, a diestra y siniestra, como si la solución estuviera en repartir limosnas. Se ha perdido de vista que lo que los peruanos necesitamos es trabajo, salud y seguridad.
Es posible que así como hay grupos económicos que buscan el poder para defender sus propios intereses, también hay aquellos que quieren capitalizar el odio, el resentimiento y la sed de venganza, sin importar que, a ese paso, el Perú pueda vivir la misma experiencia del hermano país de Venezuela.
A partir del próximo 28 de julio, el presidente que elijamos mañana tendrá la responsabilidad de poner fin a treintaicinco años de mentiras, corrupción y desgobierno. Si por desgracia, volviéramos a equivocarnos, ya no será culpa de quien salga elegido sino de quienes lo han elegido. De mañana depende que la historia no vuelva a repetirse.