POR: GERMÁN TORES COBIÁN
A quienes hemos nacido en Chimbote, es obvio que esta ciudad tiene que gustarnos a pesar de su condición de urbe poco apta para vivir a gusto y plenamente. Pero, una vez dejado en claro que este puerto abrigó nuestra niñez, adolescencia, algo de nuestra juventud, y ahora nuestra adultez, ya se siente uno libre para poder criticar sus defectos sin que nos muerda el cuello algún cacaseno, fanático de la sociedad combi-chicha en el que la corrupción y otras transgresiones a la ley campean a sus anchas.
Al celebrarse una vez más las tradicionales fiestas de San Pedro, en esta ocasión en medio de la temible morbilidad y mortalidad causada por el Covid-19, Chimbote se encuentra en una dura batalla por intentar conseguir lo que verdaderamente quiere ser y por dejar de ser aquello en lo que la han convertido los malos políticos y autoridades municipales, y muchos de sus habitantes. Es decir, en una ciudad caótica, sucia y desesperada, donde la corrupción y la inseguridad ciudadana han sentado sus reales al socaire de una impunidad alarmante. ¿Acaso es preciso insistir a la población que quienes llevan las riendas de Chimbote y la Provincia no están a la altura de su historia, de su importancia, ni de las esperanzas de su población? Esta ciudad está pidiendo a gritos unas autoridades políticas que la lleven a la modernidad que se merece; y reclama a su población que deje atrás la indolencia y desidia y pelee por sus derechos sin olvidar sus obligaciones. Nuestro puerto está mayoritariamente habitado por foráneos adaptados a una situación confusa que ha favorecido su precario asentamiento. Los ciudadanos venezolanos son una buena muestra de este aserto. A la mayoría de inmigrantes les importa muy poco el porvenir de Chimbote. Pero, lo peor no son las oleadas de seres humanos que una vez llegados a esta tierra, generalmente se convierten en trabajadores informales, sino que muchos políticos que acceden al poder, traen a funcionarios de otros lugares para ocupar cargos de importancia en las instituciones públicas. Un burócrata nacido en Lima, por ejemplo, ¿puede mostrar su cariño y trabajar parejo por Chimbote si sabe que sólo es ave de paso? Él tratará de sacar el mayor provecho pecuniario de su cargo, como lo hicieron esos bandidos que trajo de Lima Estuardo Díaz Delgado durante su nefasta gestión municipal. Me refiero a sus compinches Luis Rivera Acuña- Falcón, Alfieri Rodríguez y otros indeseables que se aprovecharon de sus puestos para coimear, sobrevalorar costos de obras y saquear el patrimonio municipal, sin que hasta el momento hayan respondido ante la justicia. Hablo también de Teresa Documet (que se embolsó casi un millón de soles con el cuento del Proyecto del Parque Metropolitano), traída de Lima por el mismo Estuardo Díaz y una regidora aprista que luego fue condenada por corrupta. La Documet fue procesada, pero su caso parece que ha quedado en la impunidad porque nadie sabe en qué quedó ese juicio.
Por otra parte, es imperioso denunciar insistentemente un aspecto muy negativo para el futuro del puerto. El Chimbote de las invasiones de terrenos y las inseguras viviendas levantadas en ellas. Si bien tuvimos suerte con el diseño de las manidas sesenta manzanas ejecutada por Enrique Meiggs, no hemos tenido ni tenemos la misma fortuna con las sucesivas invasiones cuyos ocupantes han trazado los lotes y calles sin orden ni concierto, de tal manera que la tugurización y la informalidad son una constante. En estos barrios existen calles en las que no se puede entrar si no pagas un cupo. Caminando por los asentamientos infrahumanos que cercan Chimbote por su parte oriental, podemos vislumbrar un futuro poco grato para el puerto en general. Los medios de comunicación nos reportan a menudo, que los mayores porcentajes de casos de violencia familiar, reyertas de borrachos, comercialización de droga, pandillaje, robos en colegios y parroquias, asesinatos, incendios, malnutrición, abandono infantil, tuberculosis, embarazos no deseados, explosión demográfica y ahora fiestas de Covidiotas, se producen en esos arrabales. Nuestros niños y adolescentes, varones y mujeres, se emborrachan o se drogan en las mototaxis, en los solares y en las casas abandonadas de esas barriadas exponiéndose a ser violados y asesinados. ¿No son estos sucesos, señales inequívocas de una preocupante situación en esas zonas de nuestra ciudad, de un porvenir incierto para nuestra niñez y juventud?
Otro aspecto notorio que involucra negativamente a miles de chimbotanos, éstos, de posición económica más elevada, se viene manifestando desde hace unos cinco o seis años. Con la apertura de los grandes almacenes comerciales, un nuevo hecho se empezó a inscribir en la mentalidad de muchos habitantes de este puerto. El ganar dinero como sea para saciar su afán consumista. Esta psicología de la sociedad de consumo, esta ansiedad por la adquisición de objetos muchas veces superfluos, ha traspasado sus propios objetivos y límites y se está convirtiendo en una manera de ser, en una forma de vivir. No es sano, es más bien patológico. Engendra angustia y afecta la personalidad y las relaciones humanas, hasta las más entrañables. Mientras tanto, aunque mucha gente atiborra estas grandes tiendas, otras personas más numerosas padecen la inquietante sensación de vivir al día, a salto de mata. En más de una ocasión hemos llamado la atención sobre las notables situaciones de desigualdad presentes en Chimbote, que muchas veces generan el caldo de cultivo para la comisión de delitos menores. Son numerosos los casos en que la policía ha sorprendido robando, a ladrones de poca monta, obligados por el hambre de sus familias.
Soy consciente de que esta nota tiene un sentido tal vez desesperanzador. Pero debo agregar que no define por entero mi perspectiva para este puerto. En realidad, sueño con un Chimbote apacible, verde, limpio, con personas felices y autoridades honestas. Entretanto, no puedo evitar referir mi indignación ante tanta ignominia que se presenta ante mis ojos constantemente. Y porque sé muy bien que, además de sueños, en mi corazón hay responsabilidades igualmente legítimas que se llaman obligaciones. Y mientras chimbotanos y foráneos se divierten y pasean al amparo de su santo Patrón, creo que mi deber era escribir algunas líneas sobre estas circunstancias bárbaras que soportamos en medio de la dichosa pandemia que padece nuestro querido puerto, el Perú y el mundo.