(1819 – 2019)
Por: Mg. Efrén Rebaza Custodio
SITUACIÓN DE LA IGLESIA CATOLICA DURANTE LA LLEGADA DE LAS TROPAS REPUBLICANAS A SANTA – Parte I
Al respecto existe una extensa carta dirigida por el sacerdote de aquellos tiempos en la iglesia de Santa, el cura Don. Pero de la Puerta al arzobispo de las Heras.
CARTA DEL CURA DON PEDRO DE LA PUERTA AL ARZOBISPO LAS HERAS
Santa, noviembre 30 de 1819 Excelentísimo Señor:
El 15 del presente, a las 3 de la tarde, tuvimos noticia de Nepeña que la Isabel con otros buques habían fondeado en el puerto de Samanco, cuando casi al mismo tiempo unos de los indios pescadores del puerto de Chimbote aviso que se dirigían 4 buques para el de este. Se determinó, en el acto, el reconocimiento del rumbo por donde se dirigían en la variedad de opiniones trató, prontamente que el reverendo padre Eusebio Casaverde que se hallaba conmigo a la mesa marchase con la Majestad para la hacienda de Tambo Real donde existe una capilla, la única y más aseada de la doctrina a donde con el temor pasado de invasión tenía un sagrario destinado para el efecto.
Se solicitaron algunos indios y aun al sacristán que se hallaban en sus labores, para acompañar la Majestad, con la decencia posible, con faroles y aceite necesarios para la lámpara, etc y lo verificó el citado r.p conduciendo la custodia, el copín y el porta viático, que son los‚ únicos vasos sagrados que se han salvado. Regresé prontamente a mi casa con el fin de librar la caja de la iglesia, donde estaban custodiados los demás vasos sagrados, otras especies de platas y ornamentos nuevos; en efecto acomodé, del modo posible la caja y un baulillo pequeño que los pasó, a la misma iglesia e hice taparlos con muebles viejos.
Cuando quise salvar mi persona ya no me fue posible, me hallé, sin auxilio alguno y cada cual solo trataba de salvar su individuo y sus intereses. En este conflicto destacó el enemigo por unas de las esquinas de la plaza como 50 hombres, 30 con fusiles y los restantes con sable en mano, estos se apoderaron de la plaza y aun quitaron algunos caballos de los que corrían entonces. El comandante Don Luis Benito Bonet gritaba desde su puesto para que no corriesen, asegurando que no seguiría perjuicios a persona alguna; inutilizados sus esfuerzos se dirigió
para el centro de la plaza, donde formo la tropa y se encamino a mi casa. Conocido el intento me salí a la puerta: me pregunto que a donde estaba el comandante; a que conste que lo ignoraba y dijo entonces: Me admira que el cura tenga más valor que el comandante, a lo que conteste que también hubiera fugado el cura si hubiera podido y no hubiera tenido la profanación de su iglesia y el ultraje de tanta gente infeliz y desgraciada.
Contesto de que no trataba de perjudicar a persona alguna, ni los intereses y que a nombre de su general y el suyo me lo ofrecía. Ratifíquelo en su palabra y aun le suplique el cumplimiento de ella; lo aseguro repitiendo en el testimonio de su promesa los acaecimientos de Paita, donde había dejado mil pesos a beneficio de la iglesia por el saqueo y pequeño perjuicio que había sufrido y el castigo de los agresores que solo querían carne fresca, que la había de sacar, porque salada tenía bastante. Marché luego en pos de una carga de algodón y de arroz que trataba de salvar el amo y con los mismos arrieros los hizo conducir a la playa. No puedo pintar a v.s.i la angustia de corazón cuando me vi rodeado y mi casa llena de mujeres y muchachos que solo se consolaban con las lágrimas y el llanto a las 6 y — de la tarde se retiraron al puerto.
Con esta ocasión logre marchar a la referida hacienda Tambo Real por caminos desolados, tanto para dar orden para consumir las especies sacramentales, cuando para dar aviso a los principales vecinos de todo lo ocurrido y observado en aquella tarde. Regresé, luego a mi casa creyendo poder salvar en la noche la caja de la iglesia también mis pertenencias: todo fue en vano porque el enemigo había dejado una patrulla para la custodia de la Villa y esta impedía todo auxilio. A más de las de doce de la noche, me asuste y no pude conciliar el sueño por un solo instante; a pocas horas me acometieron con el escándalo y estrépito más grande que pueda imaginarse.
Me sorprendieron sin poder atinar a tomar las más mínimas ropas para poder cubrir mis carnes. Me tiraron como ocho balazos, lo largo de su sable y un fierro del carte cofre en que tropezaba impidió al agresor quitarme la vida, hasta que solo el fierro me hirió gravementeen el brazo derecho, inmediato al lagarto. Ni las suplicas ni el decirles que era sacerdote, nada basto para mitigar su furor hasta que con el ardor del día marcharon y pude lograr vestirme con mil trabajos yo no Cuidé, de salvar cosa alguna; solo si, mi vida y ponerme en cura. La providencia me proporciono a d. Ángel González, quien precisamente me puso en camino y encargó al indio alcalde la custodia de la iglesia y cuidado de mi casa, con orden de no defender cosa alguna como riesgo de su vida.
En mi fuga encontré„ la tropa de Nepeña que venía en nuestro auxilio y uno de los soldados creyendo ser yo algún enemigo, intento a boca de cañón quitarme la vida y la pronta salutación del subdelegado auxiliar desarmó al valeroso militar. El teniente que comandaba la tropa me hizo regresar, seguramente con el objeto de dar auxilio espiritual en la acción en que iba a entrar.
La avanzada o vanguardia, compuesta de seis hombres dio cara al enemigo; hizo uno que otro tiro y volvió las espaldas. Entonces marché„ a unirme con mis feligreses a la hacienda de Tambo Real, de allí a la Rinconada, y, ‚últimamente, a Vinzos y Suchimán, distante ya doce leguas de la Villa.
En esta retirada intentamos pasar el río y hasta las aguas nos negaron el auxilio, pues hinchadas en extremos envolvieron entre sus negras ondas al primer miserable que intentó vadearlo y una feliz casualidad le hizo asirse de una rama y libro la vida en una isleta. Lastimaría mucho la sensibilidad del corazón de V. S. Si yo tratase de bosquejar todos los trabajos y angustias de mi corazón. Por una falsa noticia de que los enemigos nos perseguían hasta el punto de Vinzos, vi dispersarse a todas mis ovejas corriendo unas por montes y bosques, impenetrables, cerros escarpadísimos, despeñarse otras, ignorando las madres de sus tiernos hijos, a quienes en el conflicto no habían podido salvarlos, cubierto yo de sudor y polvo los animaba, socorriéndolas en lo posible, regando a la par de todos, la tierra con mis lágrimas, implorando solo las misericordias del Señor.
(*) Extracto del Libro SANTA Y SU PARTICIPACIÓN EN LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ, pronto a publicarse. Su autor Mg. Efrén Rebaza Custodio.
(Continuará…)