¿De quitarse el sombrero?
Por: EDUARDO ZAPATA (*)
Aun cuando la expresión ha caído en desuso, la misma era empleada esencialmente para aludir a una persona que merecía respeto. Dirigida, entonces, a una persona que irradiaba confianza por algún merecimiento, virtud o estatus. ¡De quitarse el sombrero! era, pues, un giro expresivo que –deviniendo del viejo chapeau francés– constituía una alabanza celebratoria ante quien inspiraba fe; de allí lo de confianza.
Hace ya mucho tiempo desde esta columna –y desde estudios de la Universidad de Oxford– señalamos que muchas personas acomplejadas por su baja estatura tienen posibilidades de ser paranoicos, desconfiados y tener miedo a los demás. Y dijimos que la paranoia implica no solo desconfianza sino hasta la sensación de ser perseguido. Por ello la agresividad, por ello la necesidad de rodearse de gente muy cercana aun cuando carezca de competencias y se rompan normas y protocolos. De allí la imposibilidad de búsqueda de consenso.
Hace un buen tiempo también, mencionamos que los analfabetos funcionales, según varios estudios, eran propensos a la sociopatía. De donde la desconfianza les era consustancial. El analfabeto funcional es aquel que, aun habiendo pasado por la universidad, es incapaz de ejercer competencias sobre la lectura, la escritura y el cálculo. En niveles elementales.
Y adelantamos que el simbólico sombrero del señor Castillo –de copa alta, por lo demás– era por cierto un buen elemento identificatorio, pero en la testa de alguien con baja autoestima y analfabetismo funcional expresaba a la vez un signo de desconfianza ante un interlocutor entrenado. Podía hasta ´caer bien´ ante el desavisado, pero conllevaba desconfianza ante la mirada escrupulosa.
Y bueno. Los pasos políticos dados por el ex dirigente sindical no han hecho sino confirmar lo que la evidencia científica anunciaba.
Y la presentación de la señora Vásquez ante el Congreso buscando el voto de confianza ha sido ocasión para comprobar que quien funge de gobernante no está interesado –in pectore– en buscar confianza. Porque no puede. Podrá reclamarla, pero sus atavismos lo auto subvierten al punto de –en paralelo con una estudiadamente no agresiva señora Vásquez– hablar simultáneamente y en otros espacios de estatizaciones y nacionalizaciones.
Si nos retrotraemos al origen de la expresión que titula esta nota, el señor Castillo no es ¡De quitarse el sombrero! Debería quitárselo él si sus limitaciones se lo permitiesen. Pero ello es un imposible.
“Érase un hombre a una nariz pegado…” rezaba un verso de Fernando de Quevedo en alusión a Góngora. Tristemente estamos ante un hombre pegado a un sombrero cargado del simbolismo expresivo de una personalidad deficitaria y desconfiada.
(*) Publicado en El Montonero (www.elmontonero.pe)