Hoy se cumple una semana del fallecimiento del arqueólogo Lorenzo Samaniego Román, sin discusión alguna el investigador e impulsor cultural más destacado que ha tenido la región Ancash en los últimos cincuenta años.
En razón de ello y salvo algunas notas y comentarios periodísticos, no deja de causar desencanto y al mismo tiempo desconcierto que sea muy poco o nada lo que el legado de Lorenzo Samaniego significa para Ancash, la región con la que él se identificó hasta la muerte.
Consideramos que instituciones como el gobierno regional y la representación parlamentaria ancashina, solo por citar dos ejemplos, están en la obligación, al menos moral, de reconocer aunque sea en forma póstuma el preciado valor del trabajo cultural que el arqueólogo Lorenzo Samaniego desarrolló en esta tierra.
Como todos sabemos, el legado Samaniego no solamente se circunscribe a la puesta en valor de los milenarios templos de Sechín y Punkurí, localizados en Casma y en el valle de Nepeña, respectivamente. A ello se suma la investigación prolija que empredió en otros restos arqueológicos, entre ellos Chankillo, considerado ahora como el observatorio astronómico más antiguo de Sudamérica.
Ha sido gracias a la labor incansable e infatigable de Lorenzo Samaniego que estos monumentos arqueológicos ahora forman parte del patrimonio cultural no solo del Perú sino de la humanidad. Y esa es una razón más que suficiente para que la región Ancash se sienta orgullosa de mostrar esta herencia a miles de visitantes nacionales y extranjeros, pero también comprometida a honrar este legado con nombre propio y en toda le extensión de la palabra.
Desde que por primera vez pisó suelo ancashino, en julio de 1969, Lorenzo Samaniego consagró su vida y obra a rescatar y poner en valor este patrimonio y lo hizo con una dedicación apostólica y profesional que le deparó el reconocimiento de organismos internacionales.
Por irónico que parezca, fue el terremoto del 31 de mayo de 1970 el acontecimiento que puso a prueba la identificación de Lorenzo con esta tarea. En vez de agarrar sus maletas y regresar a su lugar de origen, como lo hicieron muchos foráneos afectados por el sismo, Lorenzo decidió quedarse. Con tan solo veintisiete años a cuestas, dedicó lo mejor de su vida al cumplimiento de esta tarea.
Con una tenacidad a prueba de todo, entre 1971 y 1975 Lorenzo Samaniego consiguió el apoyo económico de CRYRZA (Comisión de Reconstrucción y Rehabilitación de la Zona Afectada) y luego de ORDEZA (Organismo Regional de Desarrollo de la Zona Afectada) que permitió poner en marcha la restauración de Sechín. Como se sabe, ambos organismos abrieron el camino a lo que ahora es el gobierno regional de Ancash. La diferencia está en que tanto CRYRZA como ORDEZA, jamás pusieron traba alguna para apoyar el trabajo de investigación cultural, cosa que no sucede actualmente ya que la palabra cultura parece haber sido borrada del diccionario del gobierno regional.
Fue precisamente gracias al ejemplo de CRYRZA y ORDEZA que en 1980 Lorenzo Samaniego obtuvo el apoyo de la fundación alemana Wolkswagen, lo que definitivamente permitió la puesta en valor de Sechín a nivel internacional. Esa es la importancia de cuando los dueños de casa cuidan con esmero la herencia de sus antepasados.
Desde nuestro modesto entender, consideramos que cualquier centro educativo, biblioteca pública, parque o avenida, se sentirían orgullosos de llevar el nombre de Lorenzo Samaniego. Nada puede ser más injusto que la ingratitud.