Más allá de una labor municipal que cada vez deja mucho qué desear y muy por encima del esfuerzo aleccionador que desarrollan ciertas instituciones ecologistas, no queda la menor duda que la limpieza pública de Chimbote es un problema de conciencia. La solución no está en contratar más barrenderos ni en comprar carísimos camiones recolectores que más de su vida útil se la pasan en los talleres de mecánica. Hace rato, el problema ha sobrepasado toda capacidad y esfuerzo material, a tal extremo que nos lleva a pensar que la verdadera solución está en la conciencia de cada chimbotano; lo que, desde luego, no es ninguna novedad. Eso es algo que sucede en las principales ciudades del mundo.
Por mucho que sea ocioso tener que repetirlo, en el caso de Chimbote la principal causa del problema no solamente radica en la falta de capacidad municipal, que ya es mal endémico e histórico. En honor a la verdad, duele reconocer que la causa fundamental del asunto está en la respuesta que brinda la ciudadanía frente a esta falta de capacidad. Repetimos, es un problema de conciencia.
Diariamente por ejemplo, los tripulantes de las embarcaciones pesqueras que se hallan fondeadas frente al muelle artesanal, arrojan por la borda y sin el menor escrúpulo, toda clase de desperdicios que van desde restos de comida, aparejos navales y botellas de plástico hasta excretas humanas.
Luego que el mar se encarga de varar estos desperdicios en las arenas de la playa La Caleta, se puede ver un espectáculo vergonzoso y deprimente, el mismo que ofende y daña la imagen de la ciudad. Esto sucede a todo lo largo del malecón a donde acuden propios y extraños, supuestamente para disfrutar de la belleza que ofrecen la bahía El Ferrol y la Isla Blanca. Todo ello a unos cuantos metros del Hospital La Caleta, Enapuperú y la Capitanía de Puerto, que aparentemente prefieren no darse por enterados.
Otra de las aristas del problema corre por cuenta de los llamados recicladores, cuya labor está autorizada por la propia municipalidad provincial y no es otra cosa que seleccionar los desperdicios que luego comercializan a terceras personas, dejando regada en plena vía pública la basura que consideran inservible. A todo lo largo de la avenida Pardo, se puede ver todo lo que este remedo de reciclaje deja más de los días, incluyendo restos de desmonte y animales muertos.
Como lo hemos hecho notar hace algunos días, la venta ambulatoria de comida en pleno centro de la ciudad es otro de los causantes directos del problema, actividad que también cuenta con la venia de la municipalidad provincial. A la hora que los conductores de estos negocios necesitan deshacerse de residuos y del agua con la que lavan sus utensilios, no tienen ningún reparo en arrojarlos a la vía pública.
Si a ello sumamos la mala costumbre de algunos vecinos de acumular bolsas de basura en las esquinas de las zonas urbanas a la espera que pase el camión recolector, debemos admitir que estamos frente a un problema de conciencia que afecta seriamente la limpieza y el ornato de todo el vecindario.
¿Cómo hallar una solución?. La respuesta es: siguiendo el ejemplo de las ciudades donde la limpieza pública, más que una obligación es un deber. Es decir haciendo de este deber un hábito comunitario y tomando plena conciencia de la importancia que eso representa para una población. Como ha quedado demostrado, una ciudad limpia no es la que más se barre, sino la que menos se ensucia.