Ante la falta de un barrio rojo:
Como para no seguir ocupándose del tema, mucha gente se limita a compartir la definición según la cual la prostitución es el oficio más antiguo del mundo y una maldición de la que no vale la pena conversar ni siquiera en familia, menos en público. Sin embargo, lo cierto es que esta actividad no es un tabú ya que ocupa un espacio propio en la cadena vivencial de nuestra sociedad, hecho ante el cual mal haríamos en cerrar los ojos y seguir engañándonos a sí mismos.
Hoy en día el trabajo sexual se ejerce de acuerdo a normas legales y sanitarias exclusivamente promulgadas para esta actividad. Es más, como se puede ver en muchos lugares del mundo, la prostitución formalizada ocupa un espacio propio dentro del ordenamiento urbano de una ciudad. En ese sentido, frente a esta realidad mal hacen algunas autoridades en mantenerse ciegas, sordas y mudas como si con eso van a suplir su falta de visión y capacidad de gestión.
La prostitución no es un problema. El problema surge cuando el ejercicio de esta actividad cae en manos de grandes mafias que explotan a la mujer bajo el pretexto de proporcionarle protección y asegurarle clientelaje, pero sin garantizarles ningún beneficio a cambio. Esta situación se agrava cuando estas mujeres, sin importar su edad, ni condición emocional, son obligadas a ejercer la prostitución en forma clandestina y callejera, como viene ocurriendo en Chimbote.
No hace mucho tiempo este problema alcanzó niveles de escándalo en esta ciudad cuando un buen grupo de estas mujeres convirtieron la mismísima Plaza de Armas en su centro de operaciones. Como para no creerlo, lo hicieron en las narices de la Municipalidad Provincial del Santa, de la Policía Nacional y de la iglesia católica. Con excepción de ésta última, las otras dos instituciones ni siquiera se dieron por enteradas de la gravedad del asunto y si llegaron a saberlo, tampoco les importó.
Como se recuerda, tuvo que ser el entonces presidente de la Asociación Cívica Chimbotana, don Juan “Gibe” Armijo Sotomayor quien se armó de valor y, gracias al apoyo del obispado y otras organizaciones sociales, consiguieron que estas trabajadoras sexuales busquen otro lugar donde captar clientes. No obstante que esta iniciativa permitió recuperar la buena imagen de Chimbote, fue el pobre Gibe quien tuvo que soportar críticas y hasta insultos de todo calibre. Desde entonces, un buen número de estas féminas actualmente ofrecen sus servicios en la quinta cuadra de Av. Pardo, ante la vista y paciencia de propios y extraños.
En vista que nadie se ocupa de ir al fondo del asunto, la prostitución clandestina se ha extendido al cruce de los jirones Balta y Prolongación Leoncio Prado, incluyendo la avenida Aviación y zonas aledañas, sin importar para nada la presencia de las familias que tienen sus viviendas en esta céntrica zona de la ciudad.
Pero este problema que ya es insostenible no se soluciona quemando colchones ni deteniendo por unas cuantas horas a estas pobres mujeres. El problema se va a solucionar el día en que Chimbote cuente con un barrio rojo debidamente acondicionado, que centralice la actividad y ofrezca a los usuarios todas las garantías sanitarias y de seguridad que el caso demanda, como sucede en otras ciudades del mundo. Pero para eso, las autoridades tienen que saber enfrentar la realidad, mirar a Chimbote con visión de futuro y llamar las cosas por su nombre, sin tapujos, sin falsos pudores, ni medias tintas.
Como hemos visto hasta el cansancio, el problema no se soluciona quemando colchones, ni tampoco correteando a la gente. Por mucho que cueste reconocerlo, mientras no exista un barrio rojo, Chimbote seguirá convertida en una ciudad color de rosa.