Por: Miguel Rodríguez Liñán (*)
Esto que aquí cuento se me ocurre, se me va ocurriendo un día especial de verano, cuando voy con el gran Clifford y su chamaco llamado Giovanni, futuro futbolista del Olímpico de Marsella,en fin, cuando vamos desde Lambesc hasta Marsella, hasta el barrio La Castellana (pronúnciese la Castelán). Es una cité, no sé cómo traducir, una especie de ciudadela dentro de la ciudad, que tiene sus propias leyes y obedece a sus propias reglas. Es, pues, un barrio duro donde los jóvenes están armados y ni siquiera la policía entra. La Castellana se sitúa en el boulevard Henri-Barnier, en el barrio Verduron, entre el barrio quince y el barrio diesciésis de Marsella la bella. Para los policías, pollos o flicos, la Castellana ilustra de manera emblemática el fenómeno del tráfico de drugs, que es endémico en la ciudad puerto. Es como la cabeza de la Hidra. Cortan una, y sale otra. La regeneración es permanente y no se puede nada contra ella… Hace más de treintaicinco años que vivo en Francia, y hasta el santo día de hoy nunca he tenido la oportunidad de visitar la famosa ciudadela malandra donde nació, creció y pateó su primera pelota un tal Zinedine Zidane. Hoy, esta ocasión de oro me la regala Clifford de Lambesc a quien yo por joder llamo Juanito Alimaña, con mucha maña, con mucha maña, lo acompaño en tanto que guardaespaldas colombiano, Cliff debe proceder a una simple adquisición de chito chocolate, aquí más abundante y superbarato en comparación al material que se adquiere en Lambesc, o en Aix. « Al final da lo mismo, Cliff » le digo « venimos desde Lambesc, pagamos el bus ida y vuelta, pagamos el tren ida y vuelta a Marsella, nos tomamos una Coca-Cola, nos tomamos una chela, saca tu cuenta… » « Eh, Maradona, tú siempre tan observador » « Elemental, mi querido Cliff, pero te agradezco, esta es para mí una aventura muy especial, ah, y cuando lleguemos ya sabes, si hay problema dices simplemente que soy un amigo colombiano, ya verás »… Subimos al bus, yo coloco mi bicicleta en la maletera del mismo, ya llegamos a Aix, de inmediato simpatizo con mi semejante, el niño Giovanni, que tiene la camiseta argentina, la gloriosa 10 de Lionel Messi. En Aix subimos al tren con bicileta y todo, en el medio junto a la puerta a nadie molesta, si no también en el primer vagón hay donde colgarlas, aquí nomás dice Cliff como un espíritu en un chorro de luz, cuando veo a la Santa Victoria caminando por los cielos… « C’est vrai que tu es Maradona ? » me pregunta el niño y yo le digo claro que sí, ¿acaso no se nota? « Il a les cheveux un peu plus frisés » dice Giovanni « mais je crois qu’il est mort » Le digo al niño que no he muerto, que es una maniobra de publicidad, que estoy incógnito en Francia, Giovanni me come cuento, quiere que le firme un autógrafo en su camiseta… « Attends ! ça c’est le maillot de Messi ! » salta Cliff « je te l’ai offert pour ton anniversaire fiston ! » Que se lo regaló para su cumple dice Juanito Alimaña « et puis bon bah merde ! C’est Maradona ! Il peut te faire un autographe ! » Yo me aplico y hago una super firma digna de Diego, cuando Cliff dice aquí bajamos, ya llegamos a Saint-Antoine… « ¡Pero no se lo digas a nadie, Giovanni! » le digo « ¡Estoy aquí incógnito! ¡Estoy de vacaciones! ¡Soy admirador de Zidane! ¡Por eso voy a su barrio de origen, pero ¡shhh! ¡Shittt! ¡Chitón boca! »… Bajamos en la estación Saint-Antoine, otro barrio duro, barrio norte, ellos van a pie, yo despacio en bici los sigo por la vereda, hay comercios y más comercios de esto y de lo otro en la avenida, sangucherías de kebabs, chawarma, gyros de Turquía, Africa del norte y Grecia, olores y olores diversos, estamos en territorio liberado, en muchos kilómetros a la redonda no se ve a ningún cara pálida franchute autóctono, aquí los autóctonos somos nosotros, los strangers in the night, pongo pie a tierra, aquí es dice Cliff, ya llegamos. Y entramos a la Castellana.
Mientras tanto, en el trayecto yo me acuerdo de aquel penal en la final del 2006 contra Italia… ¡Tremenda panenka! ¿De dónde viene ese nombrecito con resonancia eslava? Precisamente, del Este. De Checoslovaquia. La República Checa de hoy. Hago un flash back considerable. Veo en internet la final de la Copa de Europa versión 1976… Final que ya se perfilaba, en vista de la excelencia de la selección checa, que se enfrenta, para variar en este tipo de finales, a la todopoderosa Germania de Gerd Müller y del arquerazo Sepp Maier. Después del empate y de la prolongación, esto se define por penales… Aparece el número diez checo para definir, se llama Antonino Panenka… ¡Es el inventor ! Sepp Maier en el arco con sus poderosos guantazos. Antonino debe patear el penal, que le dará la victoria y el título a Checoslovaquia Quechuoslovaquia, porque hoy este penal en la Castellana lo pateo yo, poeta calichín made in el Reino… Antonino se acerca caminando a la pelota, Sepp Maier vuela a su derecha, Antonino soba el balón con su empeine derecho, la pelota vuela lenta, muy lenta, casi en cámara lenta, totalmente cinematográfica, se incrusta en el arco después de describir un semicírculo, eso es la panenka, la primera panenka de la historia del fútbol.
Aquí, en la Castellana, hay chiquillos de trece, catorce, de pronto quince años que ya manejan pistola, también hay otros que manejan armas pesadas como la célebre kalashnikoff, avanzamos, avanzamos, « toi tu m’attends ici avec le gamin » dice Juanito Alimaña, que sube y baja dice, que no se demora ni cinco minutos, así es, yo tranquilo nomás, soy el sicario colocho, por si acaso… Baja Cliff y nos vamos pero yo quiero tomar una chela bien elena, que no hay, estamos en territorio liberado, es decir en territorio musulmán, pero como soy el colombiano y Cliff conoce a todos, me permito una bromita en un kiosko rodante donde sólo venden refrescos, té y agua, quiero una bebida para hombres digo, Juanito Alimaña, mi protector, me da un codazo cómplice y nos vamos de nuevo rumbo al tren, regresaremos sanos y salvos a Lambesc, con mucha maña.
¡La panenka ! Esta jugada magistral, que también podemos llamar jugarreta por la gran dosis de riesgo y pendejada que implica, ejecutada por Zinedine Zidane, adquiere rango de obra de arte. Uno está en la final de la Copa del Mundo frente al arquero, Gianluigi Buffon por ejemplo, el mejor arquero del planeta fútbol en aquellos tiempos… Siento que tiemblo… La saliva es áspera, amarga… Gotas de sudor caen dentro de mis ojos, gotas que irritan, pican y nublan la visión… Me seco con la manga nerviosa…¿Pateo con la derecha? ¿O con la izquierda?… Coloco la pelota y retrocedo despacio, muy despacio… El réferi pita fortísimo… Y apenas doy el primer paso, me acuerdo que he nacido y vivido en el barrio la Castellana de Marsella, carajo… Súbitamente armado de valor y de poder, pateo la pelota con la derecha, con el empeine abajo… En lugar de patear fuerte, yo, Zizou, prácticamente sin impulso, doy el toque perfecto, la pelota sale proyectada hacia el ángulo derecho, golpea el travesaño y entra, después de haber flotado durante infinitos segundos en el espacio… Después del baile que le dio al Brasil en aquella Copa del mundo, con esa panenka, con ese golazo espectacular, el arquero crucificado, Zizou adquiere, en el planeta fútbol, una altura crística, como Maradona con la mano de Dios. Amén.
(*) Escritor y poeta que radica en Francia