Con buen aspecto, la voz un poco cansada y el rostro sonriente, el Papa Francisco ha rezado el ángelus de este domingo desde la ventana del Palacio Apostólico Vaticano, poco más de 24 horas después de regresar de Canadá. «Ayer regresé después de un viaje de seis días a Canadá: gracias a quienes han hecho posible esta peregrinación penitencial, comenzando por las autoridades civiles, los jefes de las poblaciones indígenas y los obispos», comenzó.
«Durante el viaje no he parado de rezar por Ucrania, un pueblo agredido y maltratado, pidiendo a Dios que lo libre del flagelo de la guerra», aseguró. Con palabras más contundentes de lo habitual, el Papa dijo que «si se mira la realidad objetivamente considerando los daños que cada día de guerra lleva a esa población y al mundo entero, lo único razonable sería detenerse y negociar. Que la sabiduría inspire pasos concretos de paz».
El ministro de exteriores del Vaticano, Paul Richard Gallagher aseguró la semana pasada que el Papa podría visitar Kiev en agosto, y el Papa Francisco este sábado en el avión respondió posibilista con un «veremos lo que encuentro ahora en casa», dando a entender que lo valorará concretamente en los próximos días. La diplomacia vaticana ha intentado que el pontífice viajara antes a Moscú, pero Rusia no ha demostrado interés respecto a esa posibilidad.
Familias que se separan a causa de una herencia
Comentando el evangelio de este domingo, el Papa alertó de la codicia como «una enfermedad peligrosa para la sociedad», pues «por su culpa hemos llegado hoy a una injusticia como nunca antes hubo en la historia, donde unos pocos tienen mucho y muchos tienen poco o nada». Francisco apuntó a la codicia como raíz de las guerras actuales. «Pensemos también en las guerras y los conflictos: casi siempre está de por medio el ansia de recursos y de riqueza. ¡Cuántos intereses hay detrás! Sin duda, uno de ellos es el comercio de armas. Este comercio es un escándalo al que no debemos ni podemos resignarnos», denunció.
El pontífice aclaró que la codicia o la avaricia no es un problema «de unos pocos poderosos o ciertos sistemas económicos, pues reside en el corazón de todos». «Es una enfermedad que destruye a las personas, porque el hambre de poseer es adictiva. Especialmente los que tienen mucho nunca están satisfechos: siempre quieren más, y sólo para ellos mismos. Pero pierden la libertad», pues el problema no es poseer, sino convertirse «en siervo del dinero». Lamentó por ejemplo la situación de las familias que se separan a causa del reparto de la herencia. «¡Cuántos se pelean y quizás ya no se hablan por este motivo!», añadió.
En los últimos meses, el Papa ha iniciado la costumbre de concluir el ángelus invitando a interrogarse sobre cuestiones concretas. Esta semana preguntó a los peregrinos si «en nombre del dinero y de las oportunidades, sacrifican las relaciones y el tiempo para los demás», o si la codicia los lleva a olvidar «la legalidad y la honestidad».
Hablando de herencias, subrayó que el mejor legado que puede dejarse no es «dinero en el banco o cosas materiales, sino gente feliz a mi alrededor, buenas obras que no se olvidan, personas a las que he ayudado a crecer y madurar».