Por: Eiffel Ramírez Avilés (*)
Señora presidenta, aquí no resucitan los muertos, a pesar de que abracemos masivamente los pechos sangrientos de los hombres. ¡Matarás! Aquí, señora presidenta, los corazones no vuelven a latir, por más que la caliente sangre bombee y bombee por sí sola, y trate de agotar el último fervor de los órganos. ¡Matarás! Aquí, señora presidenta, las balas no retornan, no se desgajan de los cuerpos y regresan a los orificios de las armas para descansar en paz en las cinturas color caqui. ¡Matarás! Aquí, presidenta, los perros no dejarán de aullar porque las camillas no llevan ya cuerpos, sino pliegues, contornos embarcados a una sala sin bordes.
¡Matarás! Señora presidenta, la sangre de los muertos por fin se ha ido a juntarse con los ríos, para que sea abrevada por los dioses y estos sepan el sabor del sacrificio, el sabor de un Ande sacrificado una vez más. ¡Matarás! Señora presidenta, aquí no hubo historia, porque la historia es para la memoria, y los muertos no tienen memoria, y entonces andan agachados, fustigados por el látigo del olvido, ya que menos vale un pecho horadado que una pared agrietada. ¡Matarás! Señora presidenta, aquí no hay palos cruzados, sino dos haces de brazos que aún piden rendición. ¡Matarás! Aquí, no hay más agua que el agua salada que gotea unos ojos, ¡los ojos de Rosa Wanka!
Señora presidenta, ¡matarás!, aquí hay una larga procesión rumbo a los cerros, donde la única ofrenda es el aliento y el único consuelo es la mirada triste del cielo sin arrebol. ¡Matarás! Porque ahora las almas no están en la ciudad, sino en los campos, tierras adentro, esperando que alguien vuelva la mirada, porque esa sola mirada bastaría para salvarlas. ¡Matarás! Porque todas las almas esperan una pizarra blanca.
¡Matarás! Presidenta, ¿entonces adónde van los muertos? Vuelven y vuelven al sur, a recoger sus pasos, a alisar otra vez sus camas, a desandar las huellas dejadas en el zaguán, donde una madre cocina con una vicharra y calienta el desayuno para unos hijos que saldrán y se encontrarán, nuevamente, con los soldados. Porque en el Ande, presidenta, el mundo gira, y los jóvenes giran, y los fusiles giran, y los desprecios giran, y todos paramos en el mismo puquial que nos hundirá en el terrible mundo sin nombre. ¡Matarás!
(*) Mg. en Filosofía por la UNMSM