Editorial

Editorial: ::: ENEMIGO AL VOLANTE :::

El transporte público urbano e interurbano es una de las herramientas claves en las actividades diarias de los chimbotanos, se encarga de trasladar de un punto a otro a miles de trabajadores en su jornada diaria, por lo que su desempeño eficiente debe ser una de las preocupaciones de las autoridades.

Sin embargo, así como es un factor importante en la vida de los hombres, no está exento de contaminarse de gente de mal vivir y elementos al margen de la ley que suelen aprovechar su actividad para satisfacer sus apetitos, por ello existe la actividad delincuencial conocida como el “colepateo”.

Esta modalidad delictiva consiste en que delincuentes que se infiltran en los comités de colectivos o que fungen tener una unidad en determinada línea, recogen pasajeros y en el camino desvían su ruta para asaltar a quienes han subido al mismo, generalmente en complicidad con uno o dos delincuentes que se hacen pasar como pasajeros.

Lo cierto es que el transporte público se ha visto comprometido en muchos hechos delictivos, incluso, en asaltos a mano armada por parte de gavillas que usan estas unidades para dar falsa apariencia en sus desplazamientos, por ello es que su actividad debería ser objeto de un mayor control por parte de las autoridades policiales.

Los operativos de la Policía no solo deberían circunscribirse a revisar si el chofer tiene licencia, Soat y tarjeta de propiedad, debería también involucrar una revisión de la identidad del chofer y verificar si cuenta o no con antecedentes penales o policiales.

Decimos esto a propósito del último atentado delincuencial registrado en una de estas unidades, el ultraje a una mujer que se subió confiadamente a una de estas unidades para trasladarse a su domicilio tras una extenuante jornada de trabajo y fue cobardemente sometida por el pervertido que fungía como chofer.

El hecho se registró la madrugada del pasado domingo 24 de julio cuando la agraviada, una mujer de 32 años de edad, trabajadora y madre de familia, se subía a una unidad de la línea “T”, en el paradero conocido como “Renzo” en la Urbanización Nicolás Garatea.

La mala suerte de la agraviada es que debido al cansancio se quedó completamente dormida, incluso, ni se percató si el pasajero que vio en el asiento delantero cuando se subió al vehículo había llegado a su destino, lo único que recuerda es que despertó cuando el vehículo saltaba por baches y se percató que estaba en una zona desconocida, cuando reclamó al chofer ya tenía al sujeto encima con la finalidad de abusar de ella.

El maleante había desviado su camino hacia la zona agrícola de Tangay y concretó su delito para dejar abandonada a la agraviada en medio de un incontenible llanto, empero, ello no le impidió que tenga la fuerza suficiente como para grabarse la placa y las características del vehículo.

Esto fue suficiente para llegar a la Comisaría de Buenos Aires y denunciar el hecho, por lo que los efectivos de inmediato se dirigieron al comité y con la colaboración de los dirigentes pudieron dar con la dirección del presunto violador en el A.H. “Villa Express”, en donde la agraviada pudo reconocerlo plenamente.

Se trata del abusador Carlos Antonio Guerra Moreno (45), quien ha tenido la desfachatez de sostener que mantuvo relaciones sexuales con el consentimiento de la víctima, ese solo hecho lo descubre como un delincuente sexual que debe ser sancionado con todo el peso de la ley y bajo las reglas de la flagrancia, pues ha sido detenido apenas una o dos horas después de consumado el atentado sexual.

Este caso debe servir a las autoridades policiales para replantear su tarea con respecto al transporte urbano, a concluir que existe la necesidad de implementar alguna estrategia que permita desvirtuar el peligro que se cierne sobre los usuarios de este servicio que es tan elemental como cualquier otro en la vida de las personas.

Nadie pretende que se coloque a un Policía en cada unidad vehicular, eso es sencillamente imposible, empero, lo que se tiene que desplegar es una audaz labor de infiltración e inteligencia entre los diferentes comités a efectos de establecer quienes son los delincuentes que se disfrazan de colectiveros y taxistas y que se encuentran al acecho de indefensas mujeres para saciar sus apetitos.

Desde hace mucho tiempo hemos dicho y repetido en esta columna que somos unos convencidos que si existe el “colepateo” es porque las autoridades lo permiten, es evidente que si es que existe alguna estrategia de identificación y seguimiento en esta actividad los delincuentes desistirán voluntariamente de permanecer en ella, unilateralmente dejaran esta actividad y buscarán alguna otra manera de seguir su actividad delictiva.

Lamentablemente, el caso que se ha registrado la semana pasada tiene un antecedente trágico en el destino de la estudiante universitaria Sheyla Arce Arrelucea, quien hace unos tres o cuatro años atrás encontró un trágico final luego de subir inocentemente a una unidad de transporte en la idea que la llevarían hasta su domicilio.

Este fue un caso emblemático en Chimbote, la joven tomó la unidad de transporte en la Plaza Mayor con la finalidad de dirigirse a Garatea, empero, los delincuentes desviaron su camino y pretendieron ultrajarla, sin embargo, la joven estudiante decidió defender su honor enfrentándose a los maleantes que la arrojaron del vehículo en marcha y provocaron su muerte al caer de cabeza al pavimento.

Los chimbotanos no queremos más muertes de este tipo, seguramente el caso de la joven violada la semana pasada por el depravado Carlos Antonio Guerra Moreno pudo ser una nueva víctima, todo indica que el maleante estaba decidido a todo si es que no daba rienda suelta a sus bajos instintos, por ello es que ahora se reclama una sanción drástica, contundente y ejemplar.

Hay que terminar de una buena vez con estos “buitres del amor”, con esta gente enferma que encuentra en el transporte público el escenario ideal para urdir sus planes que le permitan atacar a las mujeres y, en esto, las propias empresas de transportes tienen que colaborar. La Policía Nacional tiene la palabra para poder disminuir o desvirtuar por completo a esta lacra delictiva.