Noticias Locales

UNA CIUDAD POCO APTA PARA VIVIR

POR: GERMÁN TORRES COBIÁN

Chimbote

De 1985 a 1990, durante el desastroso primer gobierno de Alan García, oleadas de peruanos huyeron hacia el extranjero perseguidos por el hambre, la pobreza y la miseria derivados de la infausta política económica aprista. Profesionales universitarios, técnicos de mando medio, obreros, jóvenes y padres de familia llegaron masivamente a Europa. Fui testigo de esta diáspora mientras, a la sazón, residía en Madrid. Posteriormente, de 1990 al año 2000, en tanto la dupla Fujimori-Montesinos saqueaba la hacienda del Estado peruano y creaba más pobres y miserables, nuevos emigrantes dejaron el Perú; miles de chimbotanos entre ellos. En la mayoría de calles porteñas suele haber vecinos que han abandonado nuestras tierras. Muchos retornan ocasionalmente de visita, para después regresar a aquellos países que les han acogido generosamente donde tienen su hogar, su familia y, sobre todo, un trabajo bien remunerado.

Para los porteños que radican en algunos países desarrollados, la llegada a Chimbote constituye una experiencia muy penosa. Habituados al orden, a la puntualidad, a la formalidad y al cumplimiento de las normas que se practican en las naciones del llamado Primer Mundo, al arribar a nuestra ciudad se encuentran con un exasperante maremágnum social y urbano. Un paseo por nuestras calles más importantes nos muestra a gente de pie en las esquinas o caminando sin rumbo; se advierte un agobiante desorden y ruido vehicular, niños famélicos vendiendo golosinas, ancianos pedigüeños, orates mostrando un espectáculo bochornoso, prostitutas jóvenes y maduras, vendedores ambulantes ofreciendo cachivaches, saltimbanquis en los semáforos, montículos de basura a lo largo de las principales avenidas y suciedad y dejadez por doquier. Todo esto origina un caos que solo tiene parangón con las ciudades demográficamente recargadas y embrolladas como Calcuta, Karachi, Kabul, Bangkok,… La penuria, la infelicidad y el dolor que se percibe en esta ciudad son muy turbadores y tristes para quienes estamos acostumbrados a contemplar un mejor modus vivendi en los países prósperos. Si el chimbotano recién llegado del exterior no se marcha ipso facto, deberá realizar un esfuerzo tenaz para ajustar su vida, aunque sea circunstancialmente, a esta vorágine incesante y estresante.

Pero, Chimbote no fue siempre así. Los antiguos porteños sabemos que antaño era una ciudad apacible situada en medio de un bellísimo paisaje natural que, en lo que me atañe, no puedo dejar de rememorar, venerar y amar. En uno de sus escritos juveniles, Ortega y Gasset decía: “Amar el pasado es alegrarse de que haya pasado”. Habría que precisar al autor de “La rebelión de las masas”, que todo depende del pasado que uno haya tenido. ¿Acaso no hay un ayer al que nuestra memoria acude gozosa cuando el presente es problemático y el futuro se vislumbra incierto? Unas memorias sensibles fueron reunidas y reivindicadas por Marcel Proust cuando, obligado por el asma a recluirse en la soledad, sintió de pronto el arrebato de contar las cosas que le habían ocurrido en el pasado y que permanecían calladas en sus recuerdos. En mi caso, la evocación del Chimbote donde transcurrió mi niñez y adolescencia afloran en estos días con toda su nitidez: el fresco olor salino de la bahía El Ferrol, la fragancia del vivero forestal en una tarde de primavera, el canto del agua en una acequia remota de la Campiña, el aroma de las hortalizas y claveles que mi padre cultivaba con fervor en una pequeña huerta aledaña a mi hogar primigenio, en la primera cuadra de la calle José Olaya. Nuestro puerto era entonces una villa pequeña amparada por un silencio solo interrumpido por el piar de las gaviotas y el incesante eco de las olas al golpear sobre la arena.

¿Qué ha sucedido para que todo este mundo edénico se haya ido al carajo?, ¿por qué las calles de Chimbote se han convertido en un gallinero?, ¿y debido a qué se ha trastocado en la capital del caos, la suciedad y la corrupción? Yo creo que las características de una ciudad, sus bondades y defectos, dependen principalmente de sus autoridades ediles. A partir del inicio del boom pesquero, la Municipalidad Provincial del Santa se convirtió en un refugio de ineptos y en un antro de corrupción, estatus que mantiene hasta nuestros días, en esta última gestión del nefasto Movimiento Río Santa Caudaloso, lleno de cuervos y ladrones. Se puede hacer una larga lista de casos de incapacidad y latrocinio del erario edil en los que se han visto involucrados los alcaldes apristas durante treinta años, incluido Estuardo Díaz Delgado. Añado, asimismo, las gestiones cleptómanas de Luis Arroyo Rojas, de Victoria Espinoza García y Julio Cortez Rojas, incompetentes contumaces. ¿Cómo es posible que se haya dilapidado millonarios recursos ediles en construir elefantes blancos como el mercado Tres Estrellas, el boulevard Isla Blanca, o la llamada Planta de tratamiento de residuos sólidos, y no se haya solucionado el problema de la basura, del transporte, de la contaminación ferrolana, ni implementado un asilo de ancianos y un Camal Municipal moderno teniendo en cuenta que el actual es una vergüenza para una ciudad como Chimbote? Es un escándalo que se derroche el erario público en obras inútiles como esos armatostes colocados en la Plaza de Armas y esa especie de buzones de desagüe que se han colocado en algunos barrios, supuestamente para servir de asiento, pero que nadie usa. En esta clase de obras es donde mejor coimean los corruptos.

Excepto Luis Arroyo Rojas, que ha sido condenado a 15 años de cárcel por el delito de colusión mientras fungía de gerente de la Sub Región Pacífico, y Estuardo Díaz, que cumple prisión en Tumbes por homicidio culposo, los otros alcaldes o ex alcaldes mencionados han sido o están procesados y sentenciados, pero ninguno ha pisado la cárcel. Robar millones de soles en las instituciones públicas es un delito de cuello blanco que nunca se castiga ejemplarmente, porque parte de este dinero es el que sirve para comprar las conciencias de los magistrados prevaricadores y salir indemnes de los procesos. En fin, la consecuencia más negativa de toda esta incompetencia y corrupción municipal es que Chimbote se ha convertido en una ciudad poco apta para vivir.