TEMA N° 24
LO QUE EL COVID-19 NOS DEJA (03/08-2020)
CPC SERGIO AGURTO FERNANDEZ
La quietud social, política y económica que disfrutábamos hasta hace poco tiempo, se vió brutalmente alterado con la presencia de un diminuto y mortal enemigo llamado COVID-19, como retándonos para poner a prueba muestra capacidad de respuesta, frente a esta “declaratoria de guerra”. Este “escenario bélico” nos obligó a utilizar todas las armas sanitarias como elementos de defensa y convirtiendo a las viviendas en “trincheras de combate”, por obra y gracia de las sucesivas cuarentenas.
En materia de salud, por ejemplo, esta pandemia nos cogió de sorpresa, tan de sorpresa como que, hasta antes de su aparición, alucinábamos ser un país autosuficiente, creyendo tenerlo todo al alcance de la mano: buena infraestructura física, personal asistencial completo, camas hospitalarias y de emergencia debidamente equipadas, con un ingreso per cápita de 5 dígitos, que en teoría gana cada uno de los más de 32 millones de peruanos, etc.
Pero un brusco despertar nos hizo volver a nuestra cruda realidad, para darnos cuenta que tanta maravilla sólo era posible en una suerte de ilusión mental; más por el contrario estábamos en nada, con una absoluta carencia de bienes y servicios; si no fuera así, cómo explicar entonces que ante el colapso de los hospitales, a diario vemos desfilar a las carrozas fúnebres con los restos mortales de desafortunados ciudadanos rumbo a descansar en una tumba fría, o a convertirse en polvo en un horno crematorio.
Este panorama aterrador desnuda nuestra condición de país tercermundista, donde todo está por hacer y lo poco que se hizo se hizo mal, en el entendido que detrás de cada obra pública, siempre está presente el cáncer de la corrupción, que dilapida de las arcas públicas, miles de millones de soles.
Un escenario así de complicado, es obvio que tiene su origen en la ineptitud de quienes ejercieron tareas de gobierno, por ejemplo, en cada quinquenio vemos desfilar a cazurros políticos, como cualquier mercader de oficio, tratando de vender sus ofertas electorales, a un pueblo desinformado que no aprendió la lección en estos 200 años de vida republicana, cuyo voto lo decide a instancias de alguien que le sopló al oído y no obedeciendo al imperio de la razón.
Con un irresponsable relajo en las urnas, siempre terminamos por elegir a las personas equivocadas y de dudosa reputación, caracterizadas por tener la “cola larga y el bolsillo hondo”, y que son los auténticos depredadores de la caja fiscal, cuyas consecuencias tiempo después, lo estamos lamentando.
Es evidente que, al accionar del gobierno, en materia de salud, le falta mejor asesoría, porque se desconoce el horizonte hacia donde nos quiere conducir, no hay una escala de prioridades en las inversiones: igual se construye un puesto de salud, un centro de salud o un hospital en algún punto geográfico del país, quizás por la fuerte presión de un pueblo enardecido, para después dejarlo librado a su suerte: sin equipamiento ni personal asistencial suficiente, farmacias desabastecidas, etc. cuando lo correcto sería, primero dotar de estos elementos a todos los establecimientos de salud existentes, para después recién pensar en nuevas construcciones.
Todos los hospitales, cualquiera sea el nivel, deben estar abastecidos desde lo básico: camas hospitalarias y de UCI con todos sus equipos; con plantas de oxígeno o puntos de referencia para el acopio por parte del hospital y no del paciente, según como sea la cantidad de población a la que se pretende atender.
Entre el personal asistencial y administrativo en funciones, hay una buena proporción de trabajadores que ya superaron la edad límite de jubilación (65 años), y no se van ¿Qué se espera para cesarlos, acaso una ley?, entonces que se expida la ley, cuando en la calle hay miles de jóvenes con el vigor propio de la edad y bien preparados, que pugnan por conseguir un empleo formal y no lo logran, porque los hospitales no parecen tal, sino un asilo con trabajadores de la “tercera edad”.
Es por eso que el MINSA ha requerido de jóvenes profesionales para suplir estas carencias, pero tergiversándolo, al degradar con ello el nivel de la prestación, para convertir el vínculo laboral en una simple relación contractual, con el tácito desconocimiento de los derechos laborales y por añadidura, adeudándoles de 3 a 6 meses de salario, ¿Es justo?, mientras que el personal activo pero “sexagenario”, está en el “invernadero” haciendo tiempo, hasta cumplir los 70 años de edad, para después marcharse. Como se ve, hay una evidente e innecesaria carga en perjuicio del Estado, ¿Y quién responde por eso? Ojo, aquí no hay ninguna fobia en contra de las personas de la tercera edad; tenemos que entender que ellos ya cumplieron su ciclo laboral y deben cesar, en razón de que su rendimiento está en una acelerada curva descendente.
Es posible que luego de superar esta pandemia, la visión cortoplacista nuevamente se va apoderar de los gobernantes de turno, que siempre trabajan atendiendo a los problemas de la coyuntura, pero olvidándose de hacer del tema de salud una política de estado, sostenible en el tiempo. Seguramente y a no dudarlo, las cosas quedarán tal como están ahora, tan igual como sucedió con la Provincia de Pisco luego del terremoto de Agosto del 2007, y con el norte del país luego del desastre del niño costero de Marzo del 20l7.
En términos monetarios, esta cuarentena ha ocasionado un desbalance en la economía de la clase trabajadora, mayormente informales que viven el día a día, con la imposibilidad de seguir brindando el sustento diario a la familia, y con la disyuntiva de no saber qué hacer: si es preferible quedarse en casa y morir todos de inanición, o salir a la calle a trabajar, y sufrir las consecuencias del desacato con detención y pago de una multa. Y que no se diga de los jubilados que sobreviven de milagro gracias a la pensión propina que perciben.
Ahora, los distintos bonos otorgados para contrarrestar al hambre ocasionado por la cuarentena, han sido nada equitativos en la distribución; no menos cuestionables han sido las canastas de víveres repartidas por las Municipalidades, totalmente direccionadas. En ambos casos la buena suerte no ha estado del lado de los más pobres, pero les queda la esperanza de que en el futuro, quien sabe si puedan tener mejor suerte, siempre que a la vuelta de la esquina no se crucen con el COVID-19.
Pero la peor consecuencia de la pandemia es la pérdida de empleo de los más de 2 millones de trabajadores, al parecer sin la opción de recuperarla. Esto sí nos debe de preocupar porque ha generado una sobrecarga emocional que desestabiliza la salud mental de los niños, jóvenes y ancianos. Como consecuencia de ello también habrá un retroceso de cuanto menos un escalón, de los niveles socio económicos de la población, que tomará tiempo en recomponerse; quienes presumían pertenecer a la clase media baja, por ejemplo, es posible que ya estén en los niveles de pobreza, y para los niveles de extrema pobreza, tendrán que crearle un nuevo nivel. Difícil tarea que tendrá este gobierno y los que vengan más adelante, para reactivar la economía del país.