Opinión

GIORDANO BRUNO Y LA FE EN LA RAZÓN

POR: GERMÁN TORRES COBIÁN

Es difícil escribir sosegadamente bajo la espada de Damocles de esta pandemia que altera el ánimo, y que está causando en nuestro planeta un  holocausto imprevisto. Sobre todo, cuando comprobamos, día a día, que  la magnitud de la mortandad causada, incluye a grandes talentos  del arte y la literatura universal, a algunos vecinos, amigos y ciudadanos conocidos del puerto.

No obstante, es menester advertir al lector que,   durante  el transcurso de esta hecatombe  global, están pasando desapercibidas importantes efemérides de grandes personajes cuyos respectivos aportes a la Humanidad han sido numerosos y muy meritorios. Nadie se acuerda de ellos, ni se les evoca en la radio, en la TV o en los medios de comunicación impresos o digitales. Hoy por hoy, la difusión de la politiquería nacional, las noticias escabrosas, faranduleras y banales son más importantes para cierta prensa. Por ejemplo, pese a su sobresaliente personalidad y  su influyente aporte a la filosofía, a la ciencia, y al conocimiento del misterio del Cosmos, en nuestro país se está  ignorando a Giordano Bruno, cuya inmolación acaecida hace 420 años, se está conmemorando desde enero pasado. En los principales medios de comunicación mundiales se están escribiendo numerosos artículos, se publican documentales y se vuelven a pasar filmes sobre tan ilustre personaje. Lamentablemente, este gran humanista del Renacimiento, probablemente es un desconocido para el público porteño; de modo que vamos a intentar esbozar unos conceptos que sirvan al lector para un futuro  ahondamiento en la figura y la obra del sabio italiano.

La vida de Giordano Bruno fue tremebunda. Fue una huida constante de país en país debido a su fe en la razón. Podría ser un contrasentido emplear el vocablo “fe”, connotadamente religiosa, para titular esta nota referente a Giordano Bruno, sin embargo, la fe no solo es patrimonio de los feligreses  de las distintas sectas religiosas que creen en lo que no ven y que se toman en serio la  frase  del alucinado Martín Lutero: “La fe debe sofocar toda razón, sentido común y entendimiento”. Nosotros coincidimos, más bien, con Abraham Lincoln, quien  sostenía: “Tengamos fe en que la razón es poderosa; y con esa fe, avancemos hasta el fin, haciendo la parte que nos toca, persiguiendo siempre la verdad”. Esto es, precisamente, lo que practicó Giordano Bruno.

El autor de “La Cena de las Cenizas”, “Sobre el Infinito Universo y los Mundos” y otras obras notables, había nacido en Nola, un pueblo cercano a Nápoles. Después de ser ordenado sacerdote y doctor en teología (1572 y 1575, respectivamente), y debido a ciertas opiniones que sus superiores consideraron por lo menos irreverentes, huyó de Nápoles (la que sería su primera huida); y de Roma, la segunda vez. Apenas convertido al calvinismo e instalado en Ginebra, tuvo que abandonar apresuradamente esta ciudad, rechazado por sus nuevos correligionarios (tercera huida). Llamado a París por el rey Henry III, la intolerancia católica le obliga  a refugiarse en Inglaterra (cuarta huida). Las autoridades inglesas le son también hostiles; por eso regresa a París, de donde huye nuevamente  para escapar del duque de Guisa (quinta huida). Entonces se refugia en Alemania. Sospechoso de calvinismo por los luteranos, huye por sexta vez y se instala en Venecia. Allí, traicionado por su anfitrión, es entregado a la Inquisición y encarcelado; al término de un proceso de siete años, es condenado a muerte. Con la boca amordazada, que le impide dirigirse al público que le contempla atado desnudo a un poste, es quemado vivo y sus cenizas dispersadas. Todo ello por haber pensado y escrito utilizando la cualidad intelectual más valiosa que posee el ser humano: la razón. Giordano Bruno fue perseguido constantemente por el dogmatismo religioso de su tiempo: hereje  para los católicos; luterano para los calvinistas; calvinista para los luteranos y librepensador para  el poder político, Bruno siempre  fue un perdedor en una época en que quienes  ponían en tela de juicio los dogmas del cristianismo  eran anatematizados  y tildados de herejes. Al contrario de Galileo, que para salvar su vida se retractó ante sus inquisidores, la fe de Bruno en la razón le hizo sostener la verdad hasta su muerte.

¿Por qué la intolerancia religiosa le persiguió tenazmente? A Giordano Bruno, igual que a Descartes y Galileo, le tocó vivir en una época en que el cristianismo y sus doctrinas y dogmas requerían pensadores familiarizados con los misterios del culto; por esta razón, los principales filósofos de aquel tiempo pertenecían al clero. Y, así como la autoridad teológica se apoyaba en la Biblia, la suprema autoridad filosófica residía en la obra de Aristóteles.  Fue a partir del siglo XVI en que todo este sistema de creencias amenazó derrumbarse, debido a los importantes cambios que entonces se operaban en el mundo. Los descubrimientos geográficos y astronómicos obligaron a poner en duda todos los principios que entonces se tenían por ciertos: que la Tierra era el centro del Universo, y que el Sol, la Luna y las estrellas giraban en torno a ella.  Copérnico y Galileo expusieron que la Tierra giraba alrededor del Sol. Giordano Bruno fue más lejos que ambos; afirmó que el  Sistema  Solar era solamente uno más  en medio de muchos otros que forman el Universo, y que había otros mundos donde habitaban seres inteligentes. Es más, Bruno criticó la filosofía escolástica de la Iglesia Católica y refutó los dogmas de la Santísima Trinidad y los milagros de Cristo.  Todos estos conceptos fueron de una gran audacia  para su tiempo.

En fin, después de leer el libro  del británico J. Lewis Mac Intyre,  “Giordano Bruno”, James Joyce, el sobradamente conocido autor de “Ulises”, escribió en sus “Ensayos críticos”: “La vida de Bruno es una fábula heroica. Monje dominico, profesor ambulante, comentarista de viejas filosofías y creador de otras nuevas, polemista, abogado defensor de sí mismo, y, por último, mártir quemado en el patíbulo en el Campo dei Fiori, Bruno, a través de estos modos y accidentes  del ser, conserva una constante unidad espiritual” (…) “Enamorado de la verdad,  como observador independiente y objetivo, Bruno merece la más alta consideración. Antes que Bacon y Descartes, debe ser considerado el padre de la moderna filosofía. Su sistema, a veces racionalista y otras místico, deísta y panteísta, lleva siempre el sello de su noble mente, de su intelecto crítico, y está penetrado de esta ardiente simpatía hacia la naturaleza tal cual es, que es el alma del Renacimiento”.