Por: CPC SERGIO AGURTO FERNANDEZ
Estamos viviendo un año pre electoral sumamente complicado, que nos encuentra emocionalmente enfermos, algo inédito en la vida nacional, cuando deberíamos de estar reeditando con singular entusiasmo, las viejas costumbres de convertir en días festivos, a todo evento electoral.
La euforia que vivía la población con estos acontecimientos, estaba en función de la edad cronológica de las personas, porque no todos estaban igual de motivados; la vistosidad de los volantes y de las pancartas alusivas, llenaban la retina hasta del más incrédulo ciudadano, tanto como las arengas que promovían el traslado masivo a las plazas públicas y/o a los locales partidarios, sin todavía esperar la tentación de una dádiva.
Tiempos aquellos aquí en las provincias, cuando a la visita de algún connotado dirigente nacional, los curiosos, simpatizantes y partidarios, se nutrían de entusiasmo, para volcarse a las calles y engrosar las marchas callejeras. Y no era para menos, más que escuchar las ofertas de campaña, la esencia era para dejarse seducir por la oratoria y el elegante verbo de quienes aspiraban llegar a la Casa de Pizarro o a ocupar una curul en el Congreso; y vaya que los políticos de entonces, por su capacidad de convocatoria, tenían asegurado el lleno total y con ello el éxito del evento.
Había de todo y para todos, como aquellos con bastante trajín en el arte de vender ofertas electorales; pero qué podría importar si el objetivo final era y seguirá siendo, hacerse del poder a como dé lugar, para después pagar los favores políticos con puestos de trabajo, y sobre todo para mejorar el status económico, de aquel suertudo que llega al cargo revestido de una aureola de honestidad, es decir el perfecto imperio de la ilusión hecha realidad. Este ha sido siempre la tragedia del Perú, ¿Acaso no habrá forma de cambiarla?
Sin mencionar nombres, pero que los ciudadanos de base 6 saben de quienes se trata; y ya en el Congreso bicameral, era ilustrativo ver, leer o escuchar las magistrales intervenciones de los “llamados padres de la patria”, defendiendo con ardor y elegancia verbal, sus ofertas electorales para convertirlas en ley. Tan ilustres legisladores los había en todas las tiendas políticas, como para no quejarse, y del que uno se preciaba ser parte de ella. Eran otros tiempos, naturalmente, protagonizado por los pesos pesados de la política peruana.
La actuación política de esta estirpe de peruanos, como que llegó a su fin, con el auto golpe del 5 de abril de l992, que sentenciaba la desaparición de la bicameralidad; aquellas figuras hoy por hoy ya pasaron a la inmortalidad, pecaríamos de mezquinos si nos negáramos a reconocer las dotes oratorias y el invalorable aporte de quienes hicieron de la política un arte de servir al país. Si pues, aún no se vislumbra en el horizonte, la aparición de nuevas figuras que vayan a llenar el vacío dejado por estos eméritos ciudadanos.
El tiempo pasa y sigue su curso, y 40 años después (1980 a 2020), tenemos una clase política con vocación depredadora, que se mancha las manos con el dinero sucio, sin importar si con ello enlodan el buen apellido que heredaron; muchos exigiendo su “diezmo” (en el Ejecutivo), por el empeño de ejecutar obras públicas, y otros tantos haciendo lo mismo, pero con una cuota del 5% (Legislativo), y esto a decir de los mismo Congresistas, que viene a confirmar de ese “modus operandi” que ya se conocía.
Estos no son simples cuestionamientos, es la cruda realidad la que nos toca vivir, mucho peor que las “siete plagas de Egipto”, sabiendo que estas llegaron y nunca se quedaron, pero las nuestras si que llegaron para quedarse y echar raíces, cuyos estragos los venimos padeciendo. Y por estos efectos “vemos” a los ex presidentes de la República, formando cola en la puerta de la DIROES para pasar unas largas vacaciones con vigilancia policial y lejos del mundanal ruido de la ciudad. Pero desafortunadamente este mal ejemplo nos coloca en un lugar “privilegiado” del medallero de la corrupción, como el país ganador de un récord mundial, que difícilmente ningún otro país lo quisiera superar.
Ahora que se avecina un nuevo evento electoral (04-2021), como cada quinquenio se da, es la magnífica oportunidad que se nos presenta para rectificar nuestra conducta de mal elector, sancionando en las urnas, a quienes, por sus antecedentes, no son dignos como para encomendarles las tareas de gobierno.
A un evento de este tipo, el común de los electores no asiste por convicción sino por obligación; le resulta mucho más importante asistir a sufragar sólo para no pagar la multa, que reflexionar para darse cuenta, que, pese a la simpleza del acto, ahí se decide el destino del país.
Entonces elijamos bien ahora, para que, por este efecto, mañana podamos encontrar una vacante en la escuela para nuestros hijos, o en un hospital se pueda conseguir un cupo para un tratamiento ambulatorio, o una cama para la recuperación de la salud; votemos bien para no lamentarnos después.