Opinión

EL BAILE DE LOS QUE SOBRAN

Por: Miguel Arista Cueva

“El baile de los que sobran” es el título de una canción de rock que a mediados de los años ochenta popularizó el grupo “Los Prisioneros”, de Chile, entre los jóvenes de la época. El año pasado esta canción, cantada a todo pulmón en la calles por la muchedumbre, se convirtió en el himno de protesta de la sociedad civil chilena contra el derechista gobierno de Piñera, haciéndolo tambalear.

Probablemente muchos han escuchado la canción, otros la han bailado y hasta cantado, pero no muchos la han pensado y menos contrastado con nuestra realidad; sí, la realidad del Perú. “El baile de los que sobran” denuncia la desigualdad social, esa que en el Perú es soslayada permanentemente y solo es mencionada por los candidatos presidenciales cada cinco años, casi con vergüenza, pero por necesidad de captar votos; una vez que ganan, nuevamente hacen como que no existe.

La pandemia tuvo un efecto interesante: mostró las profundas brechas sociales y la incapacidad del Estado para accionar. Para algunos esto fue un descubrimiento; por otro lado, para quienes venimos luchando contra la exclusión e inequidad estructural solo fue una oportunidad para evidenciar lo que vivimos a diario desde hace décadas. Esta exclusión es antigua, amplia y generalizada, y hoy vamos a ocuparnos de la educación.

“El baile de los que sobran”, a su estilo, describe lo que allí está, pero nadie habla. Desde chicos nos dicen, como una regla, que para triunfar debemos estudiar. Terminamos los años de estudio (“los 12 juegos”) para acabar desempleados o pateando piedras; esto, por supuesto, se extiende también a muchos que logran sus grados y títulos universitarios, pero pese a ello su situación no difiere mucho.

Existen marcadas diferencias en la educación de quienes a duras penas tienen acceso a ella con los que pueden pagar por mejores condiciones y, por lo tanto, obtener mayores logros. Si bien es cierto hay excepciones, en general no es cierto que solo basta el esfuerzo y dedicación para progresar; algunos podemos avanzar, pero hay un tope, hay espacios reservados solo para aquellos que recibieron de verdad esa cosa llamada educación. Para citar un caso: ¿han tenido la misma oportunidad de aprender los estudiantes que participaron de “Aprendo en casa” por radio que los que tuvieron internet? Usted dirá: pero es por la pandemia. Cierto, ella la ha mostrado, pero esa exclusión tiene décadas. Ahora otro caso sin pandemia: ¿pueden competir con los estudiantes de las escuelas de 3 mil dólares mensuales que son bilingües desde educación inicial nuestros estudiantes con solo 2 horas semanales de inglés mal llevado?

La exclusión en el sistema educativo peruano, al igual que la sociedad, tiene diversos niveles y dimensiones. Están los que nunca pudieron acceder; los que accedieron pero desertaron por tener que trabajar; los que acceden, permanecen y son certificados formalmente en competencias que no han logrado,  y en la cúspide de la pirámide están los que sí reciben de verdad esa cosa llamada educación; a ellos le enseñaron secretos que a ti no; para ellos están reservados los espacios de poder real en el Perú y terminan siendo los jefes de los que pusieron esfuerzo y dedicación pero no tuvieron la misma oportunidad.

En los últimos años los esfuerzos por mayor cobertura han avanzado, pero ello no cierra la brecha entre lo que reciben unos y otros, porque aunque el currículo sea el mismo, el ministro sea el mismo, la educación no es la misma.

Lo cierto es que nadie los quiso ayudar de verdad, hacen como que nos educan, pero millones en nuestro país que se esfuerzan por estudiar, terminan “pateando piedras” o subempleados, que es casi lo mismo. Estudias mucho para muy poco. El futuro no es el prometido; sin embargo, nos conforman con un certificado o un título que, a lo más, nos sirve para sobrevivir y realizar las labores que ellos necesitan que hagamos. Y todo con la implícita complacencia de los interesados y los involucrados en la tarea de educar.