Opinión

UN ASALTO AL CAPITOLIO

Por: Gustavo Tapia Reyes, periodista y profesor.

Nunca antes en la historia de los Estados Unidos (EE UU) se había visto a un presidente, saliente de la extrema derecha, el republicano Donald Trump, mostrándose un mal perdedor, al nivel de lejos de aceptar los resultados de las elecciones del 3-noviembre-2020, optó desde mismo día en comenzar una larga serie de ataques, poniendo en tela de juicio el triunfo del demócrata Joe Biden y, en la víspera de aquellos ser refrendados, en una ceremonia meramente protocolar, el 6-enero-2021, tuvo la desvergüenza de, en un mitin en los alrededores de la Casa Blanca, dirigirse a sus miles de seguidores (entre ellos, muchos latinos), de nuevo asegurándoles, mediante un fraude generalizado, le habían robado la reelección.

Ni a un gobernante, todavía en funciones, incentivando, azuzando, envenenando a sus partidarios, quienes, argumentando “salvar a los EE UU”, blandiendo armas de fuego, enarbolando banderas enormes, irrumpieron en las instalaciones del Capitolio, a los ensordecedores gritos de “Trump ganó”, a los empujones y a las trompadas contra los agentes de seguridad, doblegándolos en segundos, expandirse en una marea roja subiendo, cual un monstruo rampante de miles de cabezas y ojos, por las escaleras de acceso restringido, trepando los andamios y las paredes, pasando hacia el segundo piso, golpeando las ventanas, mientras otra multitud de trumpistas –todo estaba coordinado- lo hizo por la fachada noroeste del edificio, ingresando también al interior, recorriendo los pasillos, rompiendo cristales, quebrando puertas, desatando peleas con balazos incluidos, llegando a las cámaras, de Representantes y del Senado, sus objetivos principales, desalojados a tiempo, donde sentáronse en algunos escaños.

Ni en imágenes de televisión, de periódicos y de Internet a esos hombres actuando cuales energúmenos, pretendiendo revertir lo irreversible, participando de un auténtico asalto a la democracia, considerada desde hace casi dos siglos y medio un “ejemplo de exportación”, justificando –en el marco de la (nefasta) Doctrina Monroe- el intervencionismo, haciéndose tangible a través de una serie de medidas, recuérdese el bloqueo comercial, económico y financiero a Cuba, a Nicaragua y a Venezuela; el despliegue de marines en Guatemala, Panamá, Chile, Haití, Brasil, Puerto Rico y demás países latinoamericanos o de sus Fuerzas Armadas en el Medio Oriente (Irak, Afganistán, Siria, Libia, Israel) o en Asia (Camboya, Corea del Sur, Vietnam) avizorado desde entonces, sin menguar un ápice, en los anuncios sucesivos del otrora empresario de espectáculos hablando sobre recursos a presentar, durante los conteos en los colegios electorales, en tanto, prosiguió aspirando a quedarse un periodo adicional en el cargo más poderoso habiendo en el mundo, dizque, civilizado.

Ni a un irresponsable demostrando importarle un rábano cuánto daño ha causado su recalcitrante posición y, en lugar de orientarse por reconocer su derrota, siguió lanzando palos de ciego, produciendo la mansalva de aquellos posesionándose durante tres horas de las instalaciones, negándose a salir, dando pie a la respuesta de las fuerzas de seguridad y de la Policía Metropolitana, originando las muertes lamentables de 4 personas (una de ellas veterana de la Fuerza Aérea), 14 agentes heridos y la detención de otras más de 65 (la mayoría por violar el toque de queda decretado por la alcaldesa de Washington DC, Muriel Browser), quienes deberán responder a las posibles acusaciones de sedición, si no acaso de terrorismo, a cargo de los fiscales generales, mereciendo el unánime rechazo de los expresidentes Jimmy Carter, Bill Clinton, George  W. Bush y Barack Obama.

Ni a un mandatario, culminando su periodo, minutos antes, acusar, vía Twitter, al vicepresidente en ejercicio, Mike Pence, de tener responsabilidad en el caos –entiéndase haber perdido- por evitar arrogarse la facultad de, en última instancia, impugnar las cifras adversas en los estados de Pensilvania, Georgia, Michigan, Arizona, Nevada, Wisconsin, sin presagiar aquel escribiéndole a los congresistas: “Es mi juicio meditado que mi juramento de apoyar y defender la Constitución me impide reclamar autoridad unilateral para determinar qué votos electorales deben contarse y cuáles no”, le soltaría un abierto desacuerdo con el pedido, acaso superando al de, anulándose las actas, decretar nuevas elecciones y rechazar los vergonzosos hechos girando varias vueltas al planeta.

Tampoco se había visto de inmediato se proyectaría la posible destitución de Donald Trump, cuyo horizonte consistiría hasta el 20-enero, cuando Biden asuma el mando, entregarle el poder al vicepresidente Mike Pence. Su absoluta indiferencia en relación a lo propiciado por él, a las víctimas sumándose en consecuencia, el ensalzamiento poco soterrado de los asaltantes rugiendo su nombre, han activado las alarmas respecto a si se halla mentalmente sano o si está loco, debiendo declarársele inmerso en una incapacidad, sobrevolando de modo permanente sus cuatro años de gobierno, al ordenar se extraiga el presupuesto de otros rubros, aprovechando una declaratoria de emergencia, asignándolo a retomar la prometida construcción del Muro en el frontera con México; reconocer a Jerusalén, la capital histórica de su aliado Israel, ciudad reclamada en calidad de ser el epicentro del Cristianismo, del Judaísmo, del Islamismo, acicateando al polvorín en el Medio Oriente y negarse a decretar confinamiento en la dura batalla afrontando la pandemia del covid-19 en un país alcanzando el millón de fallecidos.

Menos a decenas de congresistas y senadores, movilizándose raudos para exigir el cese de Trump, empleando el recurso de la censura, del impeachment (procesamiento político) o apelando a la Enmienda 25° de la Constitución (acerca de la salud física o mental), tornándose visibles la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi “Cualquier día puede ser un espectáculo de terror para los Estados Unidos” y el líder de la minoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, subrayando: “Lo que ocurrió ayer en el Capitolio fue una insurrección contra Estados Unidos incitada por el presidente, que no debe permanecer en el cargo ni un día más”, instando a los integrantes del gabinete a empezar el procedimiento terminando en quitarle las atribuciones, haciéndolas recaer en el vicepresidente Pence, recibiendo más apoyos, incluso del republicano Adam Kinzinger, en medio de las dimisiones de la vicesecretaria de Prensa, Sara Matthews, de la jefa de Eventos Sociales, Anna Cristina Niceta, el viceasesor en Seguridad Nacional, Matt Pottinger, la secretaria de Transportes, Eliane Chao, entre otros.

Nunca antes en la historia de los EE UU se había visto a un gobernante, luego de los estropicios de sus incondicionales, aparecer en un video reconociendo perdió en las elecciones y, no exento de cinismo, afirmando “pagarán por ello”, condenar el asalto al Capitolio o, declarándose indignado por la violencia, la ilegalidad y el caos, añadir una nueva administración llegará, entonces “ahora me centraré en asegurar una transición de poder tranquila, ordenada y sin problemas”. ¿Lo habrá hecho porque el Senado igual confirmó la victoria de Joe Biden o porque teme ser despojado de ejercer sus últimos días de mandato?